CAP 22

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—No tengo pesadillas cuando estás conmigo —murmuré al despertarme en brazos de Mile, bajo el tenue resplandor de la madrugada que inundaba el cielo, al otro lado de las ventanas.

—Me alegro. —Se desperezó, del todo despierto. Sus dedos me acariciaron el pelo—. No me gusta nada que las hayas sufrido antes. Ojalá pudiera borrarlas. No son reales, ¿sabes? Son los remordimientos que sientes por haber sobrevivido, cariño. Entiendo que eches de menos a tu hermana, y

también entiendo que la forma en que te la arrebataron fue jodidamente horrible, pero no debes sentirte culpable por estar vivo.

—No —le dije, con voz ronca—. No es por estar vivo. —Aspiré aire—.

Es porque ella no debería haber salido de casa esa noche.

Hablé en voz baja, tan baja que ni siquiera estaba seguro de que hubiese salido algún sonido de mi garganta. Nunca le había contado aquello a nadie, solo a Jahn. Y aunque una parte de mí me decía a gritos que debía seguir guardando el secreto, que no debía tender puentes cuando yo mismo iba a quemarlos al cabo de tres semanas, la verdad era que con Mile me sentía seguro y cómodo. Y aún más importante: sabía que era lo bastante fuerte para soportar cualquier carga que le echase encima.

—Yo había estado saliendo de noche por ahí sin que nadie se enterase — continué—. Quedaba con los amigos para emborracharme, fumar y hacer todas esas mierdas y estupideces, ¿sabes? Y Grace me había estado encubriendo al mismo tiempo que intentaba convencerme para que dejara de hacer esas cosas. Pero no le hice caso. Ella siempre tan perfecta: la hija mayor guapa y brillante, mientras que yo... yo era una puta mierda, y le decía que lo que tenía que hacer era ocuparse de sus propios asuntos.

—Pero esa noche te siguió, ¿verdad?

—Y fue la noche que se la llevaron. —Mi voz se quebró con un sollozo —. Yo ni siquiera me enteré. Ni siquiera supe que me había seguido hasta la mañana siguiente, cuando descubrimos que no estaba en su dormitorio y luego encontraron su cuerpo y nadie entendía por qué se había escabullido as de casa, de noche, sin avisar. Excepto yo. Yo lo entendí. —Lo miré a los ojos, seguro de que los míos estaban llenos de culpa y vergüenza—. Nunca dije nada a nadie.

—Eso no habría cambiado las cosas. —Me acarició el pelo—. No fue culpa tuya —dijo en voz baja—. El universo es una puta mierda y no juega según las reglas.

—Dejé de salir, ¿sabes? Ese mismo día dejé de salir de noche a escondidas y de hacer locuras y corté por lo sano con aquella vida salvaje.

Cambié por completo. Un cambio radical.

—¿De veras? —exclamó—. ¿Cambiaste tú... o solo tu comportamiento?

No respondí, pero había dado en el clavo y creo que Mile lo sabía. Mi verdadero yo no había cambiado realmente, nada había cambiado. Solo lo había encerrado a cal y canto muy adentro.

Se incorporó y luego me sentó en su regazo. Me incliné para abrazarlo y suspiré. No me gustaba jugar a las confesiones, pero al mismo tiempo me sentí bien al compartir mis secretos.

O mejor dicho, me sentí bien al compartirlos con Mile.

—Soy una mierda de persona, lo sabes, ¿verdad? —le dije—. Debes de ser un santo por aguantarme.

Su risa desganada me retumbó por el pecho.

—No soy ningún santo, no. Y tú tampoco eres ninguna mierda.

—Sí, claro que sí. —Suspiré y cerré los ojos—. Dices que hace mucho tiempo que me deseas, pero me parece que no estás viendo a la persona que crees que estás viendo.

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