CAP 28

236 27 4
                                    

«No estás siendo sincero contigo mismo».

Durante el resto de la noche y todo el día siguiente, sus palabras me martirizaron una y otra vez, como una cantinela horrible convertida en una molesta melodía pegadiza e irritante.

«No estás siendo sincero contigo mismo».

Al principio estaba muy cabreado. Me paseé arriba y abajo por la casa, estuve bebiendo y logré reprimirme y no tirar cosas al suelo y romperlas, pero solo porque me gustaban todas las que había en el apartamento de Jahn, y porque ya había sacrificado una taza de café por culpa de Mile Phakphum.

Así que mitigué la ira quemando calorías, andando a grandes zancadas por todo el piso, enfurecido, hablando solo como una loco psicótico y soltando algún que otro taco muy ocurrente.

«No estás siendo sincero contigo mismo».

Entonces me senté e intenté ver la televisión con el propósito de sofocar aquella incordiante vocecilla que seguía resonando en mi cabeza y que me decía que Mile tenía toda la razón.

Pero la voz era demasiado fuerte y no podía concentrarme, ni en las noticias de la CNN ni en los episodios de Buffy, cazavampiros. Ni siquiera en la fascinante figura de Gordon Ramsay vociferando y echando pestes de los pobres aspirantes a chef.

«No estás siendo sincero contigo mismo».

Maldito Mile Phakphum.

Tenía toda la razón.

Tenía toda la razón, pero a mí me daba miedo cambiar: llevaba tantísimo tiempo viviendo la vida que otros querían que viviera que temía no saber hacer otra cosa. De hecho, ni siquiera sabía del todo cómo ser yo.

Dios santo... Cómo había llegado a complicarlo todo... Mis padres no habían perdido a un hijo, sino a dos. Porque ni siquiera conocían a  Po, ya no. Me había esforzado tanto por ser Apo para ellos que había enterrado por completo a su hijo menor.

«No estás siendo sincero contigo mismo».

Desde luego, eso era quedarse muy corto. Y había necesitado nada menos que enamorarme para darme cuenta al fin.

—¿Joven Nnattawin?

Estaba en la terraza, de pie frente a la pared de cristal, mirando el lago, aunque en realidad no lo veía. Me volví al oír la voz de Peterson.

—¿Sí?

—¿Puedo traerle alguna cosa? Debería comer algo.

—No tengo hambre.

—No ha desayunado. —Hizo una pausa—. ¿Puedo hacer algo por ayudarla, tal vez?

—No. —Él no podía ayudarme. A mí mismo me estaba costando un mundo ayudarme. En realidad, me estaba costando un mundo ordenar mis pensamientos.

Sabía lo que quería: quería quedarme en Chicago. Quería a Mile. Quería trabajar para la fundación.

Quería ser sincero conmigo mismo, pero tenía miedo de apartarme del camino que yo mismo me había trazado. Y me aterrorizaba la idea de decepcionar a mis padres.

Tan solo podía ayudarme una persona. Tan solo había una persona que podía abrazarme con fuerza y lograr que me sintiese seguro mientras me lanzaba a correr el riesgo que me disponía a correr.

Necesitaba saltar, y sabía con absoluta certeza que solo podría hacerlo si tenía a Mile a mi lado.

—Peterson —lo llamé, volviéndome antes de que desapareciera con su discreción característica en el interior del apartamento—. Espere. Hay algo que sí puede hacer por mí.

EL DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora