Un nuevo comienzo

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Mitsuki lloró al visitar el parque, los cuerpos de los gitanos caídos; que eran simples mujeres, niños y ancianos, la mayoría omegas y algunos betas, eran exhibidos como trofeos de guerra. Una guerra injusta inducida únicamente por los prejuicios y la discriminación. 

Con los ojos llenos de lágrimas se alegró de no encontrar a su cachorro entre ellos, mas su corazón tembló lleno de amargura al ver a Inko, la amiga que hace muchos años dejó de visitar. Su rostro lucía tranquilo, pero la sangre en su pecho decía claramente que había sido asesinada por las armas del ejército.

-Lo siento- Culpable por no haber hecho más, regresó a su mansión, misma que desde que Katsuki se marchó dejó de ser un hogar.

Toshinori Yagui, renunció a su puesto después de esa noche. La vergüenza de no haber realizado una investigación previa a la redada, cegado por las voces de esos alfas de la nobleza, por los que se dejó llevar hasta llegar a ese miserable resultado; la muerte de inocentes.

La tristeza lo llevó a retirarse antes de tiempo y alejarse de la política. Según se enteró, se retiró a sus tierras en la campiña, donde piensa llevar una vida de reclusión. Mitsuki comprende el sentimiento, aunque no lo pueda expresar enfrente de su alfa que cegado por el rencor, junto a Enji Todoroki, aún piensan en encontrar a los gitanos y terminar el trabajo.

Secretamente pide a la luna, que proteja a su cachorro y al omega que lo cautivó.

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La oscuridad, las aguas residuales y el frío fueron sus compañeros, hasta que lograron dejar la ciudad. Shigaraki y su grupo los alcanzaron a medio camino. Las bajas eran notorias y la tristeza llenó el aire de feromonas que las demostraban. Aún así, nadie se detuvo hasta ver la luz del amanecer, fuera de las alcantarillas.

-Iremos a Serbia, allá podremos reagruparnos con el grupo de Kai, estoy seguro que nos ayudarán.- Shigaraki retomó el mando, su cabello blanco brillaba con los primeros rayos del sol, su gente, a pesar de las pérdidas, exclamó con optimismo.

El camino sería difícil pues habían perdido todo.

Katsuki caminaba al lado de Izuku, ambos en silencio, simplemente tomados de las manos. El rubio quizo ver una vez más hacia la ciudad donde creció, pero el recuerdo de la madre de Izuku cayendo al suelo, le hizo detenerse. Definitivamente, nunca volvería a Rumania.

Izuku aún lloraba, silenciosamente sus lágrimas bajaban por sus mejillas. Había perdido a su madre, pero gracias a la luna, aún podía caminar de la mano de Kacchan.

-Te amo, todo estará bien- Su alfa comprendía el desasociego en su interior. Así que cubriéndolo con sus feromonas y acompañándolo en su dolor, siguió caminando a su lado. Él también perdió a sus padres, pero de una manera distinta.

El rubio nunca creyó que su padre, el amable alfa rececivo, se convertiría en uno de los villanos que orquestó la redada donde muchos gitanos inocentes perdieron la vida. Y su madre, que quizás no participó en ello, no hizo nada para deterlos. Para él, ambos murieron el mismo día que Inko. 

Después de todo, él nunca se enteraría de que fue su madre quien mandó a uno de sus sirvientes a avisarles del ataque.

Una distancia promedio de quinientos kilómetros, sumado a la falta de provisiones, hicieron que un viaje que usualmente les llevaría de seis a siete días, se tornara en casi un mes caminando, parando para trabajar y ganar algo de dinero y alimentos. Katsuki no podía bailar o adivinar el futuro leyendo las palmas, así que un tanto avergonzado únicamente cuidaba a Izuku cuando este bailaba en las plazuelas donde curiosos se acercaban a observar. 

Discretos, viajaron por las afueras esquivando las grandes ciudades donde podían ser buscados. Por turnos, grupos pequeños entraban a los pueblos para trabajar y reunir lo necesario para el grupo.

Para cuando se acercaron a Serbia, los ancianos y niños ya viajaban cómodos en las cuatro carretas que pudieron comprar con el arduo trabajo de los omegas gitanos.

Katsuki estaba impresionado del amor y la unión entre todos. 

Así que, la noche antes de llegar, todos se reunieron al rededor de una enorme hoguera, ya seguros de haberse alejado lo suficiente del centro de Rumania.

-Gitanos, somos fuertes, somos libres.- Shigaraki habló, de pie frente a la fogata. Animando a su gente a vitorear.

-¡Sí!- Incluso Katsuki se había unido al júbilo colectivo.

-Mañana llegaremos a Serbia, donde iniciaremos una nueva vida junto a nuestros hermanos del grupo de Kai Chisaki, el gitano con mayor renombre en la región.- El albino obsevó con cariño a sus camaradas, en su mente aún pesaban las muertes de los inocentes que tuvieron que abandonar el aquel parque donde fueron atacados.

-¡Hoy brindemos por nuestros hermanos perdidos!

La música y la danza alegraron la noche, mientras algunos bebían y dejaban que la algarabía los envolviera en un ambiente festivo.

Katsuki sonrió al ver a Izuku bailar, por primera vez en semanas, con una enorme sonrisa en los labios.

Era hipnotizante, entre telas burbujeantes y sus ojos verdes fijos en su persona, movía su cuerpo al ritmo de los tambores y algunas flautas. Su piel lucía hermosa bajo el brillo de la luna, que alegre con su pueblo los acompañó en el cielo nocturno.

Shigaraki, en medio del baile, se acercó a Izuku, ambos comenzaron a danzar como hermanos. Katsuki sintió la necesidad de alejarlo, pero los únicos pasos de baile que conocía eran el vals y el baile de salón, por lo que se tragó su orgullo y disfrutó de ver a su omega danzar feliz y desinhibido.

Izuku sentía la alegría por primera vez desde que perdió a su madre. Las voces de sus camaradas y la alegría de sus pasos lo llenó de energía. Shigaraki comenzó a danzar a su lado, intercambiando pasos y girando juntos, su voz sonó tenue cerca de su oído.

Pero el mensaje fue claro y contundente.

"Eres libre Izuku, tu alfa no es un gitano, si deciden comenzar una vida distinta te apoyaré" 

Siguieron bailando, cambiando parejas y dando la vuelta a la hoguera, hasta volver a encontrarse en el mismo punto.

"Siempre serás mi omega favorito, lo sabes, eres bienvenido siempre". Ambos sonrieron al dar unas vueltas y últimos pasos en su danza.

Shigaraki aún recuerda al pequeño Izuku, el bebé que nació del sufrimiento de su madre omega, pero que aún así, llenó de luz a su pueblo. El alfa albino, dejó de robar y meterse en problemas cuando su maestro le encomendó ayudar a Inko con el pequeño Izuku, mientras ella trabajaba. Por ello, la sonrisa alegre y los ojitos brillantes de Izuku, fueron el faro que le hicieron encontrar su camino, mismo que lo llevó a ser el sucesor del verdadero alfa Shigaraki, quien le dio su apellido y la misión de proteger a su pueblo.

-Gracias- Susurró Izuku, antes de regresar a donde su alfa lo esperaba ansioso por marcarlo con sus feromonas.

Shigaraki sonrió antes de regresar a donde sus camaradas más cercanos lo esperaban para brindar. Durante mucho tiempo se había mostrado como un líder fuerte e incluso malhumorado, pero ellos lo conocían perfectamente, pues solo se trata de un alfa que siempre se preocupa por su gente.

Todo el pueblo gitano de Rumania, tendría un nuevo comienzo en Serbia, donde esperaban poder seguir danzando y viviendo libremente como la luna les enseñó.


HIJOS DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora