II

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T/n se sentía casi intimidada al entrar en la modernísima cocina varias horas después. Se había despertado sola en la enorme cama de Aidan que le había recordado la perfecta y erótica escena de amor que allí había tenido lugar, tanto la noche anterior como esa misma mañana. Había recogido su ropa y se había dado el gusto de ducharse y vestirse antes de ir a buscar a Aidan.

Él se encontraba en la espaciosa cocina, vuelto de espaldas, mientras preparaba café. Llevaba puestos unos pants grises y una camisa negra. Ella observó la musculatura de su espalda y los oscuros cabellos ligeramente en desorden que tan bien le lucían.

Con treinta años, cuatro más que ella, era sin duda el hombre más maravilloso que había visto jamás. No le sobraba ni un gramo de grasa, y sus manos, que tanto la habían acariciado, eran largas y delgadas. Y hacía el amor con una maestría que denotaba una experiencia que ella estaba lejos de igualar.

Cierto que había estado casado cinco años, según Kate, otra ayudante de la galería. Se lo había contado hacía tres meses, después de otra visita relámpago de Aidan, durante la cual les había abroncado antes de irse a la galería de París a aterrorizar a sus empleados de allí. Kate le había explicado que él era así a veces, que había tenido un hijo: un niño que había fallecido cuando tenía cuatro años. Su muerte había precipitado su divorcio hacía dos años y Aidan se hundía a veces en el torbellino de un infierno de emociones.

No era de extrañar. No podía imaginarse nada más traumático que la muerte de un hijo. Pero esos retazos de información sobre su jefe no habían hecho sino aumentar su interés por él.

Le había observado a hurtadillas durante sus visitas a la galería. Le había visto sonreír sólo ocasionalmente, aunque una vez se rió abiertamente, lo que suavizó la expresión de su rostro dándole un aspecto casi infantil, salvo por el profundo gesto de dolor que nunca abandonaba sus ojos.

De vez en cuando irrumpía en la galería, con su vitalidad y energía, dejando a t/n fascinada y perpleja, para luego desaparecer con la misma vitalidad.

Pero nunca se habría imaginado que la invitara a cenar como lo hizo, ni que pasaría la noche con él en su apartamento.

Aidan presintió la llegada de t/n a la cocina, y notó su silencio, de pie tras él, mientras seguía preparando café para retrasar el inevitable momento de la conversación. Conversación que a él se le antojaba inútil tras pasar la noche con una mujer.

Para él, la mañana después siempre había sido lo peor de las breves relaciones que había tenido desde su divorcio. ¿De qué se suponía que tenían que hablar? ¿Del tiempo? ¿De quién ganaría el campeonato de tenis ese año? ¿Del torneo USA de golf?

Pero la alternativa era hablar sobre volverse a ver: algo inaceptable para él.

Sobre todo en ese caso.

Comprendía que había cometido un terrible error, y no tenía intención de enmendarlo con la pretensión de que su relación, ¿aventura de una noche? tuviera algún futuro.

Bueno, llegó el momento, pensó Aidan mientras se volvía hacia ella. Cuanto antes acabara con eso, antes podría proseguir con su vida.

Ella llevaba puesta otra vez la blusa de seda negra y los ajustados pantalones del día anterior, y su cabello caía sedoso por los hombros. El maquillaje pretendía, aunque no conseguía, ocultar el enrojecimiento de sus mejillas, allí donde su barba y la intensidad de sus besos habían marcado su cremosa piel.

¡No iba a continuar! Tenía que dejar de pensar en lo salvaje y dispuesta que había sido esa mujer en sus brazos. De lo contrario acabarían de nuevo en la cama.

𝐈𝐧 𝐚 𝐌𝐢𝐥𝐥𝐢𝐨𝐧𝐚𝐢𝐫𝐞'𝐬 𝐁𝐞𝐝 [ᴀᴅᴀᴘᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ] (𝓐.𝓖.) [✔︎]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora