VII

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Aidan soltó una maldición mientras se lanzaba a sujetar a t/n antes de que cayera al suelo. La sujetó al vuelo y la dejó suavemente sobre el sofá de cuero de la habitación.

Esperaba alguna reacción por su parte al ver el retrato, ¡Pero jaquello era excesivo! Esperaba vergüenza, pues era obvio que Andrew Southern había sido el amante de t/n. Y también sorpresa ante el hecho de que él estuviera en posesión del retrato.

Pero desde luego no se esperaba que t/n se desmayara mientras insistía en que ella no era la mujer del cuadro.

Salvo por esa marca de nacimiento: una bonita rosa, sólo podía tratarse de ella.

T/n empezó a volver en sí y finalmente abrió los ojos y lo miró, inclinado sobre ella.

Inmediatamente los volvió a cerrar, como si el mero hecho de verlo fuera demasiado para ella.

—Vamos, No seré una pintura al óleo, ¡Pero tampoco estoy tan mal! — Se burló.

El cuadro...T/n lo recordó con una punzada de dolor mientras intentaba recuperarse. Pero le iba a costar bastante más que unos minutos aceptar la enormidad que suponía lo que acababa de ver, y lo que pensaba.

Tragó saliva, sin saber muy bien cómo se sentía. Si ese retrato era de quien ella pensaba...

—Toma. — Abrió los ojos cuando Aidan le ofreció un vaso con agua.

Le sacaba de quicio con su numerito de La muerte del cisne. Al fin y al cabo la gente ya no se desmayaba. T/n desde luego, no estaba enferma. Tampoco había recibido un golpe en la cabeza, salvo metafóricamente hablando. Sólo quedaba el hambre.

—¿Has comido algo hoy? — Preguntó.

—En realidad… — Bajó las piernas al suelo para sentarse y beber un poco de agua. — No. —

—¿Y por qué no? — Aidan negó con la cabeza mientras se dirigía al pequeño refrigerador y sacaba una barrita de chocolate. — Come. — Insistió cuando ella se limitó a mirarle. — Te hará sentir mejor. —

T/n tenía sus dudas, pero el chocolate no le haría daño. Había oído que también era bueno para las impresiones. Y desde luego, se acababa de llevar una buena.

Volvió a mirar el retrato mientras se comía un trozo de chocolate. La mujer del cuadro era preciosa, mucho más que ella. ¿Es que acaso Aidan se daba cuenta? Y esa mujer tenía un aspecto lascivo y sensual, con una mirada dorada que guardaba un secreto que sólo ella conocía.

T/n empezó a temblar de nuevo mientras se imaginaba cuál podría ser ese secreto.

—¿Dónde lo conseguiste? — Dijo mientras se comía otro trozo de chocolate.

—Ya te lo he dicho, en el norte de Inglaterra. — Aidan caminaba inquieto por la oficina.

—¿No puedes concretar más? — Lo miraba con impaciencia. — ¿A quién se lo compraste? ¿Dónde lo consiguieron ellos? — De repente necesitaba saberlo todo.

—Se lo compré a una joven pareja que acababa de heredar la casa del tío abuelo de él. Nunca habían visto el cuadro antes de su muerte, porque el anciano lo tenía colgado en su dormitorio. — Reveló Aidan con cierto fastidio.

Se sentía incómodo con la idea de un viejo babeando ante el retrato de una mujer, ¡de t/n! lo bastante joven para ser su hija, sino su nieta. Pero la pareja no sabía nada sobre la mujer del cuadro, ni de cómo había llegado su retrato a manos del tío abuelo. Aidan sí sabía quién era, pero no tenía ni idea de qué hacía el cuadro en el dormitorio de un viejo y no en manos del hombre que lo había pintado con tanto amor. Y tampoco parecía que fuera a aclarárselo.

—¿Cómo se llamaba el anciano? — Ella se humedeció los labios.

—¡Demonios t/n, ¿Y eso qué importa? — Exclamó Aidan. — Tenía tu retrato, y eso basta. —

—No. — Ella negó con la cabeza lentamente y lo miró. — Porque, pienses lo que pienses, Aidan, esa mujer no soy yo. — Sonrió amargamente ante su evidente escepticismo. — No soy yo. — Insistió. — Andrew Southern no pudo haber pintado mi retrato porque no lo conozco. Pero parece que mi madre sí. —

𝐈𝐧 𝐚 𝐌𝐢𝐥𝐥𝐢𝐨𝐧𝐚𝐢𝐫𝐞'𝐬 𝐁𝐞𝐝 [ᴀᴅᴀᴘᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ] (𝓐.𝓖.) [✔︎]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora