VI

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El retrato era suyo. Sentada de lado sobre una silla y vestida con un ajustado vestido de color azul oscuro. Su pelo era una preciosa cortina plateada que cubría su espalda.

Y ahí acababa toda la formalidad.

Porque su expresión sólo podía calificarse de sexualmente provocadora. Su sonrisa curvada, sus jugosos labios y sus maravillosos ojos dorados entornados: todo reflejaba su deseo. Sus pechos se marcaban bajo el vestido azul, tan ajustado que era imposible que llevara puesto algo debajo. Esa no llevaba nada debajo.

Porque esa mujer era sin duda ella misma.

Aidan había besado esos mismos labios hacía seis semanas. Había visto esa excitación en sus ojos. Había acariciado esos pechos. Había chupado esos pezones. Y esas largas piernas habían rodeado su cuerpo, más de una vez, aquella noche.

—¿Quién es...? —

Aidan se volvió hacia ella con el ceño fruncido al ver lo pálida que estaba.

—Vamos, t/n… — Esa pregunta sobraba, y suspiró de impaciencia mientras se colocaba junto a ella. — ¡Eres tú, maldita sea! — Si no fuera porque parecía que se iba a desmoronar al menor contacto, la hubiera estrangulado allí mismo.

Sin duda ella nunca pensó que ese retrato, pintado por un hombre que plasmó todo el amor que sentía por la modelo en cada pincelada, sería visto por el público en general.

Por eso estaba tan impresionada.

De hecho, casi había pasado a una subasta local, junto al resto de las pertenencias de una casa que habían vaciado los parientes del dueño fallecido, con lo que hubiera desaparecido de la circulación.

Por suerte, el subastador era lo bastante bueno como para reconocer la firma de Andrew Southern: un cisne con la letra S al lado, y había llamado a un amigo suyo de Londres para que lo ofreciera a los grandes marchantes, como Aidan, que consiguió que nadie tuviera acceso al cuadro antes de que él volara desde Nueva York para verlo.

Sólo le bastó una ojeada para reconocer su autenticidad, y Aidan supo que tenía que conseguir ese cuadro. A cualquier precio.

Había necesitado tiempo, y bastante habilidad, para negociar el precio con el nuevo propietario y el subastador antes de llevárselo con él a Londres, y su prioridad había sido hablar sin duda, con la modelo del cuadro.

Y, en el momento de pintarlo, la amante de Andrew Southern.

¡Algo que ella se empeñaba en negar!

T/n se acercó al cuadro como en un sueño y alargó la mano para tocar la pintura, pero sin llegar a hacerlo. Respiraba agitadamente.

—¿Quién es? — Preguntó emocionada.

—¡Por el amor de Dios, t/n, eres tú! — Aidan se acercó a ella.

—¡No soy yo! — Se giró hacia él. — Míralo de nuevo, Aidan. — Añadió temblorosa, suplicante, observando el cuadro con una punzada de dolor en el pecho.

—Claro que eres tú... —

—No. — Le cortó. — Tiene una marca de nacimiento, Aidan, mira ahí. — Señaló una marca con forma de rosa en uno de sus pechos, visible en la linea del escote bajo de su vestido azul. — Y mira aquí. — Se abrió la blusa, dejando al descubierto su propio pecho. Completamente desprovisto de esa marca de nacimiento con forma de rosa...

Quienquiera que fuera la mujer del retrato, desde luego no era ella.

Pero eso ya lo sabía ella.

Pero si no era ella...

¡No podía ser!

¿O sí?

Y en ese momento todo se volvió negro.

𝐈𝐧 𝐚 𝐌𝐢𝐥𝐥𝐢𝐨𝐧𝐚𝐢𝐫𝐞'𝐬 𝐁𝐞𝐝 [ᴀᴅᴀᴘᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ] (𝓐.𝓖.) [✔︎]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora