Tomas

91 12 0
                                    

Caía en un pozo, mejor dicho, un abismo negro que parecía no tener principio ni final. El eco de mi voz resonaba en mi mente. Mi corazón latía desbocado, cada pulso era una explosión de miedo, como si fuera a rasgar mi pecho y liberarse de la opresión. La caída parecía eterna, un bucle interminable que me mantenía atrapado en una danza macabra con la gravedad. Estaba en peligro, lo sabía. 

De repente, una luz blanca, cegadora, irrumpió en la oscuridad, arrancándome de mi caída. Mis ojos se cerraron con fuerza ante el resplandor, y en un instante, la caída se detuvo. La transición fue tan abrupta que me dejó aturdido, sin saber si había despertado de una pesadilla o si aún estaba atrapado en ella.

Abrí los ojos lentamente, se sentían pesados, pero mi vista borrosa poco a poco se aclaraba. Estaba totalmente desorientado y con un dolor horrible en la cabeza. Me encontraba en una oscura sala, encerrado en un cuarto de cristal con unas luces blancas que apenas alumbraban la incómoda camilla de metal en la que reposaba. La atmósfera era sofocante, el aire frío se sentía pesado a la vez, y cargado de un silencio que resonaba en mis oídos.

Frente a mí, unos ojos azules, brillantes como diamantes, me observaban fijamente. Eran fríos, sin vida, como si reflejaran una oscuridad más profunda que la propia sala. No había emoción en ellos, solo una calma perturbadora que me helaba la sangre.

A través de la puerta de vidrio, veía una sala aún más grande. Había sillas de oficina modernas y una mesa de conferencia. Las luces colgantes redondas le daban un aire futurista y extraño. Las paredes, de un gris oscuro, parecían absorber toda la luz, creando un ambiente algo intimidante.

Los equipos médicos a mi alrededor emitían un zumbido suave, pero para mis oídos sonaba como un rugido amenazante. Me sentía totalmente vulnerable, sin tener ni idea de dónde estaba ni cómo había llegado allí. Mi mente estaba en blanco. Trataba de recordar algo, cualquier cosa, pero era como si todas mis memorias se hubieran desvanecido en la nada.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba aquí? por más que intente una y otra vez recordar como llegue, mi mente estaba vacía.  No podía recordar mi nombre, ni como había llegado hasta este extraño e intimidante lugar. Solo tenía una certeza; estaba atrapado, tenía que huir.

—Bienvenido, Tomás —dijo la mujer con una voz suave, pero que resonaba como un eco en la habitación— Es un milagro que estés con nosotros—

Tomás. Así que ese era mi nombre, Tomás.

—¿Qu.. qu.. é— traté de hablar, pero noté mi voz algo rasposa, las palabras no salían de mi boca. Algo andaba mal conmigo.  

—Shh... no hables, te va a hacer mal, poco a poco vas a recuperar la voz, es cuestión de tiempo— sonrió

—¿Qué... m.. me... pa...— insistí

—Se que debes estar confundido, pero necesito que te tranquilices— pidió con calma —Mi nombre es Luz Inchausti, soy la jefa de ministros en esta área, estás a salvo— aseguró —Hace una semana tuviste un enfrentamiento con dos salvajes, vos sos un guardia civil, ellos te dispararon en el cuello, y luego huyeron, creyendo que te habían asesinado— me extendió un espejito, con el cual pude notar la venda al rededor de mi cuello —Te encontraron, y te operaron los mejores médicos de nuestro estado, tuviste el alta hace pocos días, vos estabas bien...—

La imagen de ese encuentro con dos salvajes apareció en mi memoria de repente. Yo podía recordarlo, pero eran flashes extraños. Ahora se que soy guardia civil, y con esa certeza otros recuerdos llegan a mi mente, se que soy el oficial Escurra, se que no soy de acá, me enviaron de una base en el sur, para ayudar con la causa, el secuestro de un chico de mi edad. Se que hay un revuelo por eso. 

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 24 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

MemoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora