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Rumi se estaba limpiando los estantes de su oficina cuando se encontró con un pequeño libro rojo al cual solía ignorar.

Por alguna razón, en ese momento se sintió bastante melancólica, así que pensó que tal vez sería un buen día para recordar el pasado.

Desde que Izuku llegó a su cita programada diciendo que había estado lidiando con una especie de Dios griego con alas gigantes, cabello rubio y mucho ego, Rumi no había podido dejar de pensar en sus días de adolescencia... Y en sus amigos.

Tomó el libro y se sentó en el dibam en el cual sus pacientes solían recostarse, acariciando la portada con las yemas de los dedos, pensando si realmente debería abrirlo.

El libro en sí ya era muy importante. Era una vieja copia de "El retrato de Dorian Grey" que la morena había conservado desde que tenía trece años. Pero lo que realmente le oprimía el pecho era la presencia de una antigua Polaroid que se encontraba oculta entre sus páginas.

Rumi respiró profundamente y abrió el libro, hurgando en el, hasta llegar a lo que buscaba...

Finalmente encontró la vieja fotografía, un poco descolorida por los años pero muy bien conservada.

En ella se podían apreciar a tres jóvenes, no mayores de quince años. A la derecha, un chico de cabello platinado y hermosos ojos azules, quien miraba a la cámara con el ceño fruncido y la lengua fuera, como burlándose de quien sea que estuviera tomando la foto. El rostro del chico denotaba cansancio aún con el maquillaje que llevaba, y bajo sus bonitos ojos, enormes bolsas moradas delataban las malas noches que el joven había pasado. Justo en el medio, la misma Rumi enseñaba una brillante sonrisa con los ojos cerrados y un par de orejas de conejo falsas adornando su cabeza. Y finalmente, a la izquierda un rubio de preciosos ojos miel cuya mirada se desviaba hacia el rostro del platinado. Su brazo pasaba por encima de los hombros de la morena y terminaba con su mano en el cabello del otro chico. Rumi abrazaba a ambos jóvenes, acercándolos, como si ninguno de los dos quisiera aparecer en la fotografía.

Suspiró una vez más, y pesadas lágrimas recorrieron sus mejillas, manchando las páginas del libro, justo sobre una frase que a la mujer le traía muchos recuerdos.

«La juventud sonríe sin motivo.
Es uno de sus mayores encantos.»

Y es que Touya, el chico de cabello banco en la fotografía, solía repetirla constantemente.

Él y Rumi habían crecido en un orfanato. Cuando tenían no más de cuatro años, una de las niñas dijo que podían ser hermanos, ya que ambos tenían el cabello del mismo color, y esto se quedó en la mente de los niños, logrando que se volvieran prácticamente inseparables.

Desde ese momento Touya se había tomado muy en serio el papel de hermano, cuidando de Rumi y protegiéndola de todo lo malo que el tétrico orfanato podía contener.

Cuando tenían aproximadamente diez años, la persona que se encargaba de "educar" a los niños en el orfanato les había pedido que escogieran un libro entre una enorme pila que les habían donado, y Touya escogió ese, pues le llamaba la atención el hermoso chico que se veía en la cubierta.

El niño de ojos azules se había metido tanto en el libro que constantemente recitaba frases de este, siendo la anterior su favorita.

Y Rumi tenía que escucharlo hablar una y otra vez sobre Dorian, pues Touya se quejaba constantemente de que el protagonista del libro era demasiado falso, y de que no creía que una belleza de tal magnitud fuera posible.

Hasta que una tarde, el chico llegó a la habitación de las niñas gritando que lo había visto.

Al principio Rumi no entendía lo que quería decir, entonces Touya comenzó a gritar que había encontrado al verdadero Dorian Grey.

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