Capítulo 2

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La llegada al nuevo pueblo no fue fácil para Fressia, su nombre era Fidiore y, a pesar de ser pequeño, sus calles decoradas con llamativas flores lo hacían hermoso. 
La niña se propuso buscar trabajo a cambio de comida y techo, aunque era muy joven tenía experiencia en ello pues solía ocuparse de las tareas domésticas para ayudar a su padre ya que vivían solos. 

Las características de Fressia llamaban sin duda la atención, no era común ver a una niña rubia de ojos azules, sola, y cuyo único equipaje eran las ropas que vestía. 

 Aunque les parecía adorable, la mayoría de los habitantes creía que era sospechosa y que terminaría acarreando problemas si es que estaba huyendo de algo. En su relato, la pequeña sólo se limitaba a decir que su padre había sido atacado por los lobos en el bosque y que ella logró escapar, obviando así el suceso con los ladrones y Redeye. 
Había pasado todo el día caminando por el lugar buscando trabajo, pero, pese a que la ayudaron con comida, nadie le daba asilo. 
Trataba de no desanimarse, ya que sabía que, aunque hubiese regresado a su hogar, no habría podido sobrevivir sola en una casa alejada de todo en la montaña. 

 Así, terminó de pie frente a la puerta de una humilde panadería, se dijo a sí misma que si no conseguía una respuesta positiva se marcharía al siguiente pueblo. 
Colocó todas sus esperanzas en ese pequeño local y entró a preguntar. 
Por dentro era un lugar reducido en espacio, pero muy acogedor, en él trabajaba un matrimonio cuyos nombres eran Louis y Ann. Ambos se sorprendieron al ver entrar a Fressia y más aún cuando esta les pidió trabajo. 
Louis preguntó por qué estaba sola, la niña dio su relato y estos se compadecieron de ella.  
La pareja acordó que le darían asilo: 

 - Está bien, puedes quedarte con nosotros, Fressia – dijo, sonriente, Louis. 

- ¡Muchas gracias! Prometo compensarlo con mucho trabajo - exclamó, agradecida, la niña. 

Aquel matrimonio ya tenía dos hijos, Joseph y Elena quienes la recibieron con los brazos abiertos.  
De esa manera, Fressia comenzó a vivir con aquella humilde familia. No pasó mucho tiempo hasta que la sintieron una más de ellos pues, con su carisma y bondad, ganaba los corazones de todos, incluso de la gente del pueblo que al principio dudó de ella. 
Ni siquiera a su nueva familia les habló sobre Redeye, sentía que, si el rumor se esparcía, la gente iría a molestarlo, así que prefirió atesorar su recuerdo para sí y conservó la flor todo el tiempo que pudo.  

En la cotidianeidad de los días recorriendo las calles del pueblo, repartía el pan con sus nuevos hermanos mostrando una enorme sonrisa siempre en su rostro, despertando así el cariño de todos. 
El ser generosa y servicial estaba en su naturaleza, y al tiempo no existía persona del lugar que no la conociese. Curiosamente, Fressia comenzó a demostrar un don innato para la danza, esto encantaba a la gente y la atraía al pequeño negocio, incentivándola a participar de los eventos locales. 

Unos cuantos años después, la ahora ya joven de quince años, disfrutaba de una vida establecida en Fidiore y pasó a formar parte del ballet local que se presentaba cada año en el festival principal de primavera. 
Aunque el pueblo era pequeño, aquella celebración resultaba conocida en todos lados por su colorido. La hospitalidad y belleza del lugar lo hacía un punto de atracción para muchos visitantes durante esa fecha, pero nadie esperaba que uno de esos visitantes fuese el destacado comerciante Vonseri.  

Muchos rumores rondaban entorno a su figura, pero nadie dudaba de su poder económico, influencia y cuestionada moralidad. 
Concurrió al evento como un espectador más, acompañado de uno de sus sirvientes, llegó en el preciso momento en que el número principal daba inicio. Aquel acto tenía como figura destacada a Fressia, quien bailaba de forma protagónica.  

Bajo la Luna Roja  (edición 2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora