Un mensaje tuyo...

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Una red social ahora es el mundo de muchas personas, y no digo que esté en contra. De hecho, a veces me sumerjo en ese mundo para intentar comprenderlo, hacer nuevos amigos, conocer personas de otras partes del mundo, y es ahí cuando digo que entiendo a las personas que no quieren salir de su burbuja virtual con tal de seguir hablando con su amigo virtual. Siempre he dicho que toda buena historia empieza con una conversación, que a veces puede empezar con una simple mirada o una señal con las manos.

En una ocasión, mientras estaba de salida en el campo, me encontraba recostado en una de las paredes de la casa donde me hospedaba, contemplando las calles de ese pueblo que visitaba por primera vez. Todo era despejado, no había pavimento, todo era arena. Al cabo de un rato, alguien se me acercó. Era una chica que era unos centímetros más alta que yo, de cabello crespo y que usaba lentes. Yo soy de esas personas que disimulan la timidez sonriendo (por si no lo entendiste, fue sarcasmo). Todo chico tímido se ríe por cualquier cosa que le dicen.

—¡Hola! Tú sí que eres bajito—dijo la chica mientras me observaba de pies a cabeza.

No supe qué responder, solo reí. Esperé a que dijera algo más, pero no lo hizo. Solo siguió su camino, lo cual fue muy cruel de su parte. Continuando con las redes sociales, un día navegando en Facebook, me encontré con su perfil y le envié una solicitud de amistad. Para no mostrar interés, decidí no escribirle de inmediato. Dejé pasar unos días y luego le escribí. Desde ese día, seguimos hablando, y si antes entendía a los adictos a un chat, ahora los comprendo al 100% más. Me convertí en uno de ellos, y no comprendo cómo logré volverme adicto a ese mundo. No logro comprender cómo las emociones empiezan a evolucionar y en el proceso tienden a descontrolarse, y solo quieres quedarte ahí esperando que llegue un mensaje. Mientras tu teléfono carga, mientras haces cualquier otra cosa, y no hace falta mencionar las ocasiones en las que se apaga tu teléfono mientras escribes un mensaje. Te desespera, y lo único que deseas es que encienda rápido porque no aguantas un minuto sin hablar con esa persona. No hay algo más estresante que eso.

Hoy me levanté y poco a poco fueron desapareciendo mis ganas, con el ánimo al 0%. No es casualidad que ayer no hablara con ella. No la he pasado bien, aunque me veas sonreír. Me toca disimular, aunque me cueste hacerlo, para que no se den cuenta. No saben cómo me siento cuando no puedo hablarle. No saben cuál es mi aspecto, que es de lo peor. Me he vuelto adicto a ella, y tanto así que no logro controlar mis emociones. No logro imaginar qué pasará si ella no vuelve. Ya ha pasado muchas veces así: ella se desaparece, pero siempre regresa, y es ahí donde cambia todo. Al otro día, cuando veo un mensaje suyo, siento que vuelve el alma a mi cuerpo. Mi corazón empieza a latir fuera de lo normal y vuelvo a respirar. Mi ánimo sobrepasa los límites y mi parecer cambia completamente. Ya no es una sonrisa fingida, sino una sonrisa de emoción y alegría verdadera. Todo, por un mensaje tuyo.

Relatos de un adolescente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora