Recuerdos

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Es en los momentos más oscuros, más dolorosos, como cuando recibo una palabra cargada de veneno o una mirada despectiva, cuando mi mente se apiada de mí y me hace evocar un recuerdo feliz a modo de consuelo.

Casi siempre es el mismo. Porque no tengo muchos recuerdos felices. Aquella noche, el recuerdo hizo que por un momento mi corazón se calmara y mis ojos dejaran de llorar.
Aún con una fuerte sensación devastadora de hambre, decidí no comer el sandwich pisoteado. No porque me importara que estuviera aplastado sino porque no quería nada que tuviera que ver con Steffan.

Terminé acostado, envolviendo mis piernas con mis brazos y con el sonido arrullador de la lluvia, me entregué a aquel recuerdo.
Mi mente me llevó a aquella primera , y única vez, en la que probé helado de fresa.

Había estado vagando, perdido, desde el día anterior. Acababa de salir del bosque con las manos vacías.

Mi intención había sido cazar algún pequeño animal para palear mi hambre, pero ellos eran demasiado rápidos, o yo demasiado torpe. Tenía doce años pero un cuerpo desnutrido que parecía de ocho.

Nunca había formado parte de una manada. Nunca nadie me había enseñado a sobrevivir. No me habían prevenido que ser Omega significaría tortura diaria.

Con las tripas crujiéndome, terminé haciendo lo que más detestaba hacer: urgar en los contenedores de basura. Todos estaban malditamente vacíos; las calles, también. Una lluvia violenta e intempestiva se había desatado de pronto. Refugiado bajo el dintel de un negocio de helados, mareado y débil, veía cómo las pocas personas que aún quedaban se alejaban corriendo.

No había pasado mucho tiempo cuando la puerta detrás de mí se abrió de repente. Y me imaginé lo que venía a continuación: el dueño del local saldría, o enviaría a algún empleado, y me echaría a palazos.

Siempre sucedía...

Me paré en un costado, sosteniéndome de la pared. Sabía que no tenía fuerzas para correr, así que comencé a dar pasos cortos hacia la esquina. Y entonces sentí una mano fuerte sobre mi hombro. Esperé un golpe, siempre era en la cabeza, pero no llegó. Me giré y vi a una Beta joven llevando de la mano a un niño pequeño, de no más de cuatro o cinco años. Su olor era inconfundible. Era un Omega.

La Beta, sin pronunciar palabra, estiró su mano hacia mí, ofreciéndome un cono de helado.
Yo me sentí paralizado.

— Es de fresa...— me dijo el niño.

La Beta asintió con su cabeza, insistiendo para que yo lo agarrara. Y apenas lo hice, se alejaron de mí.

Balbucée un gracias pero dudo que me hubieran escuchado.

Allí, aquel día y ahora, tiritando sobre el colchón húmedo, ese sabor dulce e intenso, se apoderó primero de mi boca y luego de mi cuerpo entero, regalándome una sensación única.

Me esforcé por mantener aquel recuerdo en mi mente hasta lograr dormirme pero un golpe fuerte y seco en la puerta hizo que el recuerdo cruelmente desapareciera.

Me acerqué sin hacer ruido hasta la puerta. Ya me habían alertado de que algunos Alphas se emborrachaban en manada y buscaban a Omegas indefensos para...divertirse.

A mí nunca me había sucedido...y nunca dejaría que me sucediera. Miré de reojo un viejo cuchillo que tenía escondido cerca.

Luego, vislumbré a través de una grieta en la vieja madera, repitiéndome con nerviosismo que, sucediera lo que sucediera, yo siempre estaría a salvo...

STEFFAN #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora