Steffan (IV)

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Manejé como un loco por entre la arboleda. La desesperación me carcomía por dentro. Y apenas fui consciente de la peligrosa velocidad a la que iba. Tuve suerte de que mis instintos y mi experiencia en las carreras predominaran porque de lo contrario, hubiera acabado estrellándome contra aquellos troncos añejos o derrapando sobre el terreno escarpado que se abría frente a mí.

Un pequeño claro comenzó a aparecer adelante y disminuí la velocidad. Estaba lejos pero podía ver el lago con claridad. Dejé la moto a un costado y continué a pie. Era la única forma de avanzar.

Un par de minutos me llevó llegar a aquel lugar, del que sólo conocía su nombre: Han Lake...
Un espejo de agua inmenso, cristalino, azul intenso en algunas partes, verde brillante, en otros, se abría frente a mí.
El cielo se estaba tiñiendo de ocres y dorados y el sol moría por detrás del horizonte, brindándome una visión única.

Desde la alta roca en la que estaba, peiné con la mirada todo el lago primero, y luego las orillas. Y entonces, lo vi...

Mi Omega estaba sentado sobre un lecho de pequeñas piedras, ocupado en algo que parecía requerir toda su atención. Cuando acabó, desplegó a un costado lo que tenía entre las manos. Era una prenda de vestir. Y allí me di cuenta que habían varias de ellas, extendidas en el suelo, rodeando una pequeña fogata.

Parecía estar solo. No sentía el olor de alguien más a kilómetros a la redonda. Y entonces, recién allí me permití suspirar aliviado.
Mi Omega estaba bien. Estaba a salvo. Y estaba solo...

Aquel último pensamiento me hizo reír.
¿Quién lo hubiera dicho? Yo, celoso por un Omega insignificante...

¡No! ¡Hacía mucho tiempo que había dejado de ser insignificante para mí! Pero yo no me había dado cuenta.
Me insulté a mí mismo en voz alta al caer en la cuenta de todo el tiempo que había perdido.
¿Cuántas veces ya podría haberle hecho el Amor?
¿Y cuántas veces lo había humillado?
¿Cuántas lágrimas habría derramado por mi culpa? Porque  tenía la certeza de que lo había hecho llorar... Y no lloraba por ser débil, sino por mi crueldad...

Volví a mirarlo. Y decidí empezar el descenso. Me moría por envolverlo entre mis brazos y besarle cada parte del cuerpo hasta enloquecerlo.

Pero él, repentinamente, se puso de pie. Y yo me quedé agazapado esperando... Con movimientos rápidos se empezó a quitar la ropa y antes de que me diera cuenta, ya estaba completamente desnudo. Me acerqué con sigilo unos metros más y me refugié detrás de una roca.

Tomé nota mental de su rostro y de su cuerpo.
Miré su cara y me di cuenta de que aquellas facciones simples, en algunos lados desproporcionados, en otros, con poca gracia, me resultaban sencillamente hermosas.
Y hermoso me parecía su cabello rubio claro, lacio, que le caía con gracia en la frente y le rozaba las cejas tupidas. Su cuerpo dolorosamente delgado me hizo estremecer.

Sentía el corazón acelerado y mis manos me quemaban por acariciar su espalda, sus nalgas, y descender aún más y penetrarlo hasta el fondo para hacerlo gritar y pedirme por más...

El deseo por él me estaba consumiendo...

Me obligué a respirar profundo.
Lo seguí observando. Así, completamente desnudo, caminó hacia la orilla pero dudó. Imaginé que el agua estaría helada, y creo que él pensó lo mismo porque de repente se dio vuelta y avanzó hasta la fogata.
¡Y entonces enloquecí!
Mi vista quedó clavada en su entrepierna. Creo que hasta dejé de respirar. Tuve que hacer un esfuerzo inmenso para controlar mi mano y que no buscara mi propia entrepierna para calmar mi deseo.

Estaba en esa batalla interna entre quedarme allí y satisfacerme mirándolo o correr hacia él y convencerlo de que fuera mío en aquella playa solitaria, cuando una ráfaga de intensos y desagradables olores me golpeó el rostro.

Instintivamente supe hacia dónde mirar: a unos doscientos metros de donde estaba mi Omega, una media docena de Alphas enmascarados, con antorchas encendidas, y gritando obsenidades, avanzaban distraídos hacia el lago.
Iban, sin saberlo, directo a él...
Y las imágenes de mi pesadilla me invadieron sin piedad, sumiéndome en una terrible ,y nunca antes sentida, desesperación...

STEFFAN #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora