Luna Llena

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Sabía que tenía pocas horas para dejar todo arreglado. Ya estaba llegando al Instituto y todavía tenía grabado en el cuerpo el abrazo cálido que la anciana Omega, mi vecina de la puerta contigua, me había dado cuando me despedía de ella. Le prometí que en cuanto me instalara iría a buscarla para llevarla conmigo. Tenía mucho que agradecerle.

No planeaba entrar a clases. Me escabullí por la parte de atrás de las aulas y esperé. Sólo necesitaba contactar con una Beta que sería mi enlace a mi nueva vida. Luego comenzaría el camino hacia las grutas. Allí pasaría mi celo, al menos la primera noche que se decía siempre era la más difícil. Y así,  hasta que tuviera las fuerzas para seguir al Sur.

Mi enlace Beta parecía preocupada pero se alegró cuando le conté mi decisión de unirme a ellos. Mientras me hablaba, no dejaba de mirar hacia un lado y hacia el otro. Creí que había habido otro ataque de aquellos Alphas enmascarados pero me sorprendió enterarme que ya todo el grupo estaba identificado y detenido. Al parecer sólo uno estaba prófugo, pero tenían una pista...

Aún así, entendí su nerviosismo. Ella había sido testigo de uno de aquellos ataques violentos. Y sé, por experiencia propia, que el miedo se te instala en el cuerpo y en la mente para siempre.
Cuando empecé a contagiarme de sus emociones, inventé una excusa y me despedí.

Igualmente, una hora después de haber emprendido mi caminata, con sólo una botella de agua como todo equipaje, seguía con aprehensión. Sentía que desde que había salido del Instituto, alguien me seguía de cerca. No miré atrás ni una sola vez. No quería alertarlo, si es que efectivamente había alguien siguiendo mis pasos. No quería que se diera cuenta de que me había percatado de su presencia. Sólo me permití detenerme un instante, con la excusa de beber un sorbo de agua, para poder sentir su aroma. Era un Alpha pero no era Steffan.

Traté de no preocuparme. Seguí camino, recordándome que la manada violenta ya estaba detenida, menos uno.

"Menos uno...",repitió mi mente.
Sentí que el miedo crecía en mí y decidí asegurarme.

Me desvié un poco de mi camino original. Conocía muy bien aquel laberinto de arboleda frondosa que comenzaba a unos cien metros. Había pasado allí uno de los peores años de mi infancia. Llevé una vida casi salvaje y estuve al borde de la muerte más de una vez. Pero mi mente infantil se negaba a dejar aquel lugar. Hasta que un aciago día entendí con dolor que mi progenitor, quien me había llevado hasta allí una mañana, me había hecho sentar en una inmensa roca, diciéndome que lo esperara, que pronto volvería por mí, nunca lo haría...

Sacudí la cabeza buscando deshacerme de aquellos recuerdos. Aceleré el paso. Me metí por recovecos y falsos caminos; subí y bajé y media hora después, dejé de percibir su olor. Estuve seguro de que ya no venía detrás de mí. Miré el cielo y me sentí afortunado. Una lluvia repentina enlodó con rapidez el suelo. Así mi rastro y mi olor quedarían completamente borrados. Cargué mi botella con el agua de lluvia y seguí camino.

El día pasó rápido. Me detenía cada tanto sólo para sentir si alguien volvía a estar detrás de mí. No percibí ningún otro olor. No había nadie a kilómetros a la redonda. Recién me di cuenta de que el día estaba terminando cuando vi que el crepúsculo comenzaba a invadir todo a mi alrededor. Había caminado por horas, pero apenas me sentía cansado. Quizás fuera porque mi mente no pensaba en lo que me rodeaba sino que pensaba en él...

Me seguía doliendo su última humillación. Me seguían doliendo todas sus humillaciones. Pero mucho más me dolía la certeza de saber que nunca más lo volvería a ver.

La lluvia había cesado y los últimos rayos de un sol débil me estaban secando la ropa. Entonces noté que mi rostro seguía mojado. Estaba llorando.
Lloraba por él...

Y eso hizo que me enojara conmigo mismo. Y ante una fuerte queja de mis tripas vacías, me dije en voz alta: "te lo mereces..."

Llegué a una de las cuevas de la cima justo cuando la Luna Llena comenzaba a aparecer por detrás de la montaña. Me dejé caer sobre el suelo húmedo emperando a sentir los primeros síntomas de mi celo. Estaba tiritando pero no había forma de encender una fogata. Todo estaba mojado. Resignado, me acurruqué en un rincón y miré la Luna, redonda y blanca.

Estuve así, hasta pasada la medianoche. Sin moverme. Sintiendo mi cuerpo hervir por la fiebre, temblando, llorando...y pensando en él. Hasta que entré en un estado de somnoliencia y tuve un sueño extraño.

En mi sueño, Steffan venía hacia mí, me envolvía con sus brazos fuertes y me susurraba al oído una promesa de Amor...
Y yo dejaba por fin de llorar...

STEFFAN #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora