Epílogo: Alpha y Omega...

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No ocultó su felicidad cuando me vió llegar. Hacía sólo un par de días que lo había dejado allí, en aquel campamento de los llamados Omegas renegados. Y ahora, más que un campamento ya parecía casi un pueblo.

Habían construídos austeros pero fuertes refugios de madera. Decenas de fogotas, esparcidas por aquí y por allá, calentaban inmensas ollas de hierro o asaban pequeños animales silvestres. No eran muchos pero formaban una manada unida y resistente.

Les sonreí a la distancia al Alpha y a la Omega que me saludaban. Me estremeció recordar de pronto el rostro ensangrentado de ella y a él, a su lado en el baño del instituto. Me alegró pensar que ella ya no tenía nada a lo que temer.

Me acerqué corriendo a la anciana Omega. En cuanto me vio, dejó a un lado los vegetales que estaba lavando y me dio un abrazo que me hizo emocionar.
Recordé con dulzura, mientras ella me invitaba para la cena, la vez que me había contado que Bennet compartió con ella las pizzas y el helado...

—...Gracias...— me dijo como bienvenida mi Omega cuando por fin caminé hacia él.

Siempre sus abrazos me hacían estremecer.

—¿Gracias...? ¿Por qué...?

—Nos han llegado muchas cosas...Ropa, mantas, herramientas, medicinas...

Me hice el desentendido, mirando hacia otro lado.

—¿En serio...?

Bennet rió.

Escucharlo reír siempre sería uno de mis mayores placeres en la vida.

—Ven...— me dijo tomándome de la mano— Tengo algo que mostrarte...

Creí que iba a enseñarme las cajas que yo mismo había ayudado a sellar, un par de días atrás con todas las cosas que habíamos logrado reunir, en secreto, para ellos...

Con una sonrisa, mientras lo seguía, miré mis zapatos. Era el único par con el que me había quedado.

Pero después de avanzar unos metros, me sorprendió notar que nos estábamos alejando en dirección al río. Desde allí, estaba oculto a la vista del campamento, casi en su totalidad, tapado por milenarios árboles frondosos.

Aquella tarde el agua corría con calma. La luz crepuscular lo iluminaba a intervalos. La última noche de Luna Llena del mes ya se estaba dejando ver. Noté maravillado de qué forma especial brillaban las piedras pequeñas en el fondo del río.

—¿Te gusta...lo que ves? —oí a Bennet preguntarme, detrás de mí.

Efectivamente, la vista era magnífica. Asentí.

—No me refiero al paisaje...— me dijo con tono pícaro.

Nunca le había escuchado ese tono de voz antes. Me giré hacia él, con mucha curiosidad. Y entonces, me quedé completamente obnubilado...
Bennet estaba parado muy cerca de mí, totalmente desnudo.

—Hazme tuyo...— me suplicó en un susurro.

Seguí mirándolo, sin poder moverme. Y entonces, dudó...y con mucha vergüenza en la voz, preguntó:

—¿Acaso...no me deseas?

Aquello bastó para que lo atrajera hacia mí y comenzara a besarlo en los labios, con tanta urgencia y deseo que en seguida sentí todo mi cuerpo envuelto en calor. Comencé a quitarme la ropa, sin despegar mi boca de la suya. Pero un par de botones me estaban dando trabajo. Él pareció perder la paciencia y, en un arrebato, me arrancó la camisa de un solo tirón. Le dije adiós en silencio a la única camisa que me quedaba.

Cuando por fin me vi librado de toda mi ropa, me empujó hacia el suelo y se sentó sobre mí.
Acaricié cada centímetro de su piel, mientras le chupaba los labios. Luego, con mi lengua recorrí su pecho y mordí sus pezones. Podía sentir cómo vibraba entre mis brazos. Busqué sus muslos y los apreté con desesperación, trayéndolo más hacia mí. Él bajó sus manos hasta mi entrepierna y al ritmo de sus caricias aceleradas, comencé a gemir sin control. Quise hacer lo mismo por él, pero no me lo permitió.

— Estoy listo...— me dijo urgido, mientras cambiaba de posición, acabando yo encima de él.

Nuestros pechos se juntaron. Podía sentir nuestros corazones latiendo desbocados. Abrí sus piernas y las levanté. Y por un segundo lo miré expectante... Asintió, mordiéndose el labio. Y entonces, no esperé más y lo penetré.

...

Sentirlo dentro de mí, después de haberlo deseado tanto, fue electrizante.

Mi cuerpo, sintiéndose hecho para él, parecía darle la bienvenida, moviéndose a su ritmo y llenándome de un placer que hasta ese momento no había sentido. Salvajemente, entraba y salía, volviéndome cada vez más loco. Y justo cuando nuestros gemidos se volvieron desesperados, él me susurró al oído:

—Deseo...que te vincules...conmigo...

Y sin perder tiempo, le ofrecí mi cuello. No había nada que pensar. En mi corazón, Él era mi Alpha.

—Te amo, mi Bennet...—me dijo.
Y me mordió.

—Te amo, mi Steffan...— le respondí, convirtiéndome así en su eterno y único Omega...

Nunca más tuvimos que separarnos otra vez...

STEFFAN #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora