°Azulin estaba devastado; su bello rostro estaba arruinado y su orgullo quebrantado, y todo por culpa de esos malditos unicornios...
El solo quiere una cosa y hará todo lo posible por conseguirla, su venganza.
Pero quién diría que sería tan difícil...
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☆☆☆
Y ahí estaba Pompón frente a la casa de su teniente, debatiendo consigo mismo si tocar la puerta o no. Agarró su teléfono de su bolsillo, y volvió a abrir el chat de Azulín por quinta vez.
Azulito: Por si cambias de opinión, dejaré la luz encendida.
Miró la luz, notando que en efecto, si estaba encendida. Guardó su teléfono, juntó el poco valor que tenía y tocó la puerta con entusiasmo, aun pensando si fue la mejor opción ir hasta ese lugar. No muchos segundos después, una figura se asomó por la puerta, la cual traía un bate que asustó a este.
—Oh, hola Pompón, creí que no ibas a venir. —Levantó el bate, apoyándolo sobre su hombro—. Lamento que me veas así, es que no esperaba tu llegada. Si que tardaste en decidirte, eeh. —Se recostó sobre el marco de la puerta y sonrió, para luego juguetear con un piercing que tenía en el lado izquierdo del labio.
Pompón al notar esto, se puso totalmente nervioso. Su familia siempre tuvo un visto malo respecto a las perforaciones, por lo que nunca había visto a alguien con estos. Y, a pesar de que no lo quería admitir, lo hacía ver mucho más...
Pompón cerró fuertemente los ojos, intentando quitarse ese pensamiento de la cabeza.
—Hola, Azulín. —Rascó su cuello—. Veo que no tienes puesta tu máscara, hace tiempo no veía tu rostro.
—Es que siempre me la quito para dormir, es bastante incómoda la verdad. —Suspiró—. ¿No te molesta, cierto?
—No, no, para nada, no se preocupe. —Rio nervioso—. Además, me gusta el nuevo arito, le queda bien. —Sonrió.
—Muchas gracias, Pomponcito, me alegra que te guste. —Levantó levemente las cejas—. Estaba aburrido, por lo que creí que sería buena idea hacerme uno nuevo.
— ¿Y duele mucho?
—Nah, después de hacerte varios te acostumbras al dolor. Si quieres puedo hacerte uno.
—Espera, ¿tienes más? —Lo miró con sorpresa.
—Bueno, sí. Tenía algunos en la oreja, pero cuando entre al campamento me los quitaron. —Levantó los hombros—. El único que pude conservar fue este. —Sacó la lengua, dejando ver un piercing plateado que tenía en esta.
—Oh, es m-muy lindo... —Tragó en seco—. No creí que te gustaran este tipo de cosas.
—Más que gustarme, me encantan. Tengo una caja llena de aritos, anillos, pulseras y collares. —Sonrió orgulloso—. Incluso me hice algunos tatuajes, los cuales casi provocan que me echaran a patadas.
