01 - Quien juega con fuego se quema.

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Boston, Massachusetts.

Un año antes.

Han pasado cinco meses desde que vi a Barbra Evan. La última vez que miré su rostro, sentí el olor de su perfume y escuché  su voz. Ella aún sigue muy dentro de mí. No he podido expulsarla de mis pensamientos y mi corazón. Lo que me hace llegar a pensar que no sé cuando vuelva a verla y quizás no me tope con ella jamás. Y no lo voy a negar, me duele. No había sentido en la vida lo que era tener un corazón roto, porque no me había enamorado de manera sincera y Barbra Evans sí que lo logró conmigo. Esa mujer supo cómo adentrarse en mi corazón y lo hizo de manera profunda. Con esa misma profundidad e intensidad que la amo. Así mismo me duele. Pero es mi culpa, sé que todo fue por mi maldita culpa y ahora me toca pagar por lo que le hice. Estoy consciente que perdí a una hermosa y espectacular mujer que valía mucho.

Mientras me sumerjo en mis pensamientos, de pie frente al gigante ventanal de mi oficina miro hacia los demás edificios. La mejor manera de controlar la herida que yo mismo me hice, porque no hay otro culpable, solo yo. Me la he pasado sumergido en mi trabajo, es lo único que me mantiene distraído. Llevo semanas sin ir al club, no tengo ganas de mirar a esas mujeres que antes me gustaba y excitaba. Ahora solo me aburren y no veo nada interesante en ellas.

Mi momento de silencio es interrumpido por dos toques a la puerta. Por la manera de tocar, sé que es mi asistente.

—Adelante —refiero, todavía mirando al frente.

La puerta en ese momento se abre y claramente escucho el golpe de sus tacones golpear el piso a cada paso que se acerca a mi escritorio. Me giró para mirarla y luego tomo asiento en mi sillón.

—Señor Masson ya todo está listo para su vuelo a Paris —avisó mirándome—. Así que mañana mismo puedo partir a Francia —informó.

Mirándola afirmo.

—Gracias —refiero—. Te lo agradezco.

—De nada señor, Masson —pronunció—. También quiero avisar que el señor Cox está en su empresa y lo espera. Quiere saber qué desea usted con él.

Afirmo.

Perfecto.

—Está bien, muchas gracias —respondo mirándola.

—De nada, señor Masson. Siempre a su orden —refirió y luego se retiró de la oficina.

No pierdo el tiempo y decido agarrar mi teléfono y luego la carpeta de color amarillo que reposan en mi escritorio. Después salgo de la oficina y me encamino en dirección a mi ascensor privado, el cual en minutos me deja en el estacionamiento y me voy camino a mi auto en donde Rom espera por mí.

—Vamos a la empresa de Cedric Cox —anuncio después de haber subido al auto.

—Sí, señor —responde él.

Rom acelera por las calles de Massachusetts. Mientras converso con Nora por teléfono espero que Rom llegue a la empresa del señor Cox. Si supiera la sorpresa que le tengo. Cuando el chofer se detiene frente al edificio, me decido a bajar de la camioneta para entrar por las puertas de vidrio de la elegante empresa. No puedo negar que tienen buenos gustos en esta parte. Aun así le haría algunos cambios.

Puedo observar como me miran a medida que voy entrando por lugar. Justo en ese momento una mujer de uniforme, estatura baja y con cabello rubio, se acerca hasta mí, mientras sigue mis pasos.

—Señor Masson, ¿ha solicitado una cita con el señor Cox? —inquiere ella caminando al lado mío.

Volteo a mirarla de inmediato.

—Señorita, no necesito una cita —refiero con seriedad.

—Pero… —la interrumpo de inmediato en cuanto presiono el botón del ascensor—. Nos vemos después… —enfoco mis ojos hasta donde se encuentra la placa con su nombre—. Señorita Becker —espeto y me adentro en el ascensor.

La mujer se queda de pie con la palabra en la boca y en ese momento las puertas del ascensor se cierran, para en minutos dejarme frente al pasillo en donde está ubicada la oficina de Cedric. Dando zancadas lentas me encamino por el pasillo de porcelanato beige y paredes blancas que contienen cuadros con pinturas.

Básico. Como ellos. Falta algo al estilo Masson.

No me molesto en tocar las puertas dobles y solo entro a la oficina. Cerrando la puerta detrás de mí. Lo veo sentado en su sillón frente a su escritorio. Puedo ver que al mirarme su rostro se frunce y recuesta su espalda de su asiento.

—Pasa estas en tu casa —refiere con disgusto mientras me mira.

No le respondo, y acercándome al escritorio miro a mi alrededor. Puedo ver el ventanal de vidrio trasparente, a mi lado derecho una sala con sofás de cuero en un color azul turquesa. En ese momento volteo a mirarlo.

—Qué básico eres —hablo con una expresión de pocos amigos.

—¿Qué haces aquí? —inquiere mirándome y apoya sus antebrazos sobre la mesa de madera.

—No te preocupes, no pienso tardarme tanto —aseguro y me detengo frente a la él—. Tampoco me agrada tu presencia, Cox.

No responde y me mira con una fina línea en sus labios.

—Pero seré breve — refiero y ruedo la silla hacia atrás para después sentarme. Luego dejo la carpeta que sostengo sobre el escritorio.

—Habla, no tengo mucho tiempo, Masson—

—Bien —me acomodo en el asiento y lo miro con seriedad —después sonrío con falsedad—. Ahora es que tendrás tiempo, Cox.

Cedric baja la mirada hasta la carpeta.

—¿Qué traes ahí? —vuelve a posar sus ojos sobre mí.

—Algo que no te gustara para nada —lo miro fijamente y cuervo mis labios con maldad.

Lentamente frunce sus cejas.

—Habla de una maldita vez, Travis. Deja el juego.

—Pero si tú eres el primero al que le gustan los juegos, Cedric —frunzo mis labios—. Y tú jugaste con fuego —espeto sin quitarle la mirada de encima—. Te metiste con algo muy preciado para mí.

Tuerce sus labios.

—¿A ver quién? Según tengo entendido solo te quieres ti mismo.

—Te metiste con la mujer que amo. Solo porque ella no te amaba a ti y decidiste actuar como un maldito imbécil. Un maldito perdedor —subrayo mirándolo.

Su rostro se contrae de inmediato.

—Barbra Evans —pronuncio nombre suavemente y mirándome.

—Esa misma, Cedric Cox.

—Ella se lo busco.

—Ella no se buscó nada. Barbra solo te dijo que no y tú debiste respetar su decisión —refiero con seriedad.

—Ya lo hecho esta, Masson.

—La dañaste, maldito bastardo. Y hacer eso es muy bajo. Ella realmente estaba disfrutando y llegaste tú a estropear todo. Como siempre lo has hecho —rectifico.

—Llegó a ese puesto gracias a mí. No porque se lo haya ganado —refiere con cierta burla—. Lastimosamente, no pude cogerla para cobrar el favorcito.

Aprieto mi puño mientras lo miró. Pero me contengo las ganas que tengo de romperle el rostro.

—No. Nadie tuvo nada que ver allí. Ella se lo ganó —refiero con seriedad y mirándolo de esa misma manera.

Suelta una risa.

—Como digas…

Lo miro por unos minutos y después hablo.

—Bien. Ríe todo lo que puedas, Cedric —refiero con tranquilidad—. Que al final saldré riendo seré yo.

Se inclina sobre el escritorio y me mira con una fina línea en sus labios.

—¿Ahora te la quieres dar de héroe? —volvió a liberar una sonrisa.

—No. Más bien deberías verme como un villano. Porque eso hacen. Destruir a los hombrecitos buenos ¿no?

—¿Destruirme? —refirió burlesco.

—Sí. Te voy a destruir. Siempre he hecho lo que deseo y no sabes cuanto deseo que pagues por destruir a Barbra. Exhibiéndola con tus amiguitos, como un hijo de puta que eres.

—De todos modos ella era eso. No entiendo el alboroto.

—Tú sabes muy bien como es el medio de los negocios, la televisión y la prensa. Lo que hiciste fue muy bajo, Cedric —comentó.

Se encoge de hombros.

—De igual manera no me importa. Yo disfruté haciéndolo —asegura.

Afirmo una sola vez y arrastro la carpeta sobre el escritorio hasta él.

—Allí está. Ve como te destruyo. Cedric Cox. Ahora es hora de que tu juego se acabe —sentencio.

Juntando sus cejas mira la carpeta, pero no se molesta en abrirla.

—¿Qué ahí dentro?.

—Los miles y miles de dólares que te has metido en los bolsillos con todas las trampas que has hecho. O mejor dicho robado. Y por supuesto que allí entra la empresa de mi padre mientras estuvo en convenio con tu padre —le informó.

Entonces en ese momento disfruto mirar su rostro sorprendido el cual ahora miraba la carpeta cerrada.

Su rostro lleno de derrota.

—Ahora dime ¿sientes como te quemas, Cedric Cox? — le pregunto y me levanto de la silla esta vez presenciando como abre la carpeta y comienza a hojear con rapidez y desespero.

Me doy mi tiempo para ver como él mismo se da cuenta de que ya no puede escapar. No tiene salida.

—¿No tienes nada que decir? —enarco una ceja y curvo mis labios.

—¿Cómo mierda conseguiste todo eso? —inquiere levantándose de golpe de su asiento y observándome con rabia.

—Tengo a mis amigos —le informo mirándolo con tranquilidad.

Baja nuevamente la miraba a la carpeta y solo veo como mueve sus ojos de un lado a otro.

—¿Realmente harás esto por una mujer? —me mira irado.

Me tomo un momento para responder. Mirándolo con desprecio.

—Si la destruiste a ella y la hiciste llorar. La trataste como si no valiera nada al difundir ese video de ella. No tiene nada de malo que tu tiempo también llegué.

Solo puedo  presenciar como me mira y aprieta sus puños mientras su quijada tiembla.

—Por cierto. Debajo de todas las pruebas de tú estafas y robos. Están los papeles de la empresa. Ya está a mi nombre. Solo debes firmar y listo —le indico y acomodo mi postura para irme—. Le haré una decoración a mi estilo —miro a mi alrededor.

—¡Eres un malnacido, Travis Masson! —habla alzando la voz.

Tuerzo mis labios mirando su cara. Disfrutando de su expresión de derrotada.

—Si ella cayó, tú también. Y otra cosa más. Si ese video llega a salir tu rostro también lo hará. Todo el mundo sabrá la escoria que eres. Así que más te vale ser discreto con todo lo de tu arresto y no te resistas cuando tengas que largarte a donde perteneces —hago una pausa—. Hasta nunca. Cedric Cox —expresando una última sonrisa me giro y me encamino para salir de la oficina con tranquilidad.



Pasión Y Deseo [02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora