15. Cicatrices

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¿Qué está haciendo? se preguntó Carlos luchando para concentrarse en dirigir.  ¿Por qué me mira tanto? Pasó una hora yendo y viniendo haciendo pausas levantando la voz más de una ocasión y entonces fue el turno de Susana y su grupo para hacer una presentación formal ante él y dos representantes más de la televisora.

La chica estaba vestida como Sully, pero Carlos no podía dejar de ver más allá. No se suponía que era antiético, antierótico, antiprofesional y todo lo que iniciara con anti sentirse inclinado hacia el show de Sully solo porque le parecía muy sensual verla con esos mayones rosados con rayas, ajustadas. Podía ver sus muslos firmes, su breve cintura, su hermosa cara cubierta de maquillaje con enormes pestañas y cubriendo su cabello esa gran peluca.

Susana sonrió al finalizar el show, estaba orgullosa de sus muchachos. Miró a Carlos y descubrió su mirada perdida. La observaba con interés, pero no del tipo que deseaba en ese momento. Sus miradas se encontraron y fue aún más intenso para la chica. El hombre se incorporó, se dio vuelta y salió del estudio.

En su oficina Carlos apretó los puños y gruñó entre dientes. Se odiaba a sí mismo, se sentía rabioso, lleno de furia y debajo de todo esa avalancha de emociones descubría que se moría aún por ella.

—Susana —repitió y al instante su corazón se estrujó, lo derrumbó. Se sentó a un lado de la puerta, en el suelo y se cubrió el rostro con las manos.

Susana entró al despacho con el rostro lavado y sin el traje de Sully. Caminó hasta el escritorio del productor, allí estaba el dueño de la televisora para escuchar el veredicto. El rostro de Carlos no evidenciaba nada.

—Señorita Guzmán —dijo Carlos muy serio—, espero que tenga una imaginación muy grande y a largo plazo. Por su ingenio y creatividad hemos decidido que su show es lo que necesitamos.

Susana se emocionó y los ojos se le pusieron vidriosos. Se cubrió la boca con las manos, respiró profundo para controlarse.

—¡Muchas gracias! —dio un paso hacia ellos para agradecerles de mano.

Antes de que le ofreciera la mano a Carlos este se levantó y fingió tomar unas carpetas.

—Tiene el fin de semana para presentar un plan de trabajo —le dijo de pronto—, lo quiero para el lunes muy temprano.

—Claro que sí.

Susana miró al par de hombres irse y se quedó sola con Carlos quien rodeó el escritorio.

—Ahora no pienso felicitarte —volvió a tutearla.

—¿Por qué no?

—A nosotros nos gusta el programa, la gente es otra cosa.

La joven puso los pies en la tierra.

—¿No crees que duremos mucho?

—No he dicho eso.

—Insinuaste que tal vez no le gustaremos al público.

Carlos miró su escote redondo y se humedeció los labios

—No te preocupes, me encantaría tenerte como amante. Ibas a estar muy bien.

Susana frunció el ceño

—¿Insistes en ser un patán conmigo?

—¿Desearte me hace uno?

—Por completo.

—¿Y tu novio el gordito no lo era? —Susana se quedó pasmada.

—¿Cómo sabes que era gordito? —Carlos enmudeció.

—Fue un decir, ¿lo era? —inquirió y luego sonrió—. No te imagino al lado de un obeso.

Susana recorrió su rostro.

—Pues sí, anduve con alguien así. Y no era obeso, solo era grande.

—Algo bueno debió tener para que lo recuerdes. ¿O es una cuestión de conciencia?

—¡Carlos!

—¿Qué le hiciste al gordo? —Susana lo miró conteniendo su pesar.

—Lo maté —respondió sin pensar. Carlos dejó la ironía de lado.

—No lo dudo.

Susana se humedeció los labios nerviosamente.

—Y lo mismo podría pasarte si no dejas de acosarme.

El hombre recuperó su humor.

—Si me matas en la cama, moriré feliz.

Ella frunció el ceño.

—Lo siento, ya no hago ese tipo de cosas.

Carlos se rio suavemente.

—Estoy dispuesto a arriesgarme.

Susana lo miró fijamente, el deseo que vio en sus ojos la hizo estremecer. Como un rayo apareció en su mente, Samuel y frunció el ceño.

—Tú me recuerdas a alguien.

—¿De verdad?

—Sí... te pareces a... —No supo qué decir, pues era tanta su confusión mental que se negó a funcionar racionalmente.

—¿A quién me parezco? ¿Al gordo?

Susana se perdió en sus ojos.

—Sami era un chico inocente.

—Puedo fingir que lo soy —volvió a actuar con indolencia—. Te doy permiso de abusar de mí —se le acercó demasiado.

—Por favor, Carlos —tartamudeó con debilidad.

Él se inclinó y rozó sus labios, luego se apartó, le tomó la mano izquierda y la besó sutilmente.

—No me supliques así, me vuelves loco.

Susana se sintió excitada cuando  continuó besando su mano y subió a la muñeca, sus dedos acariciaron el antebrazo erizándola por completo.

—Carlos, no —gimió débilmente. La mano masculina se detuvo al palpar una cicatriz.

—¿Qué es esto? —inquirió alertando a Susana, quien dio un paso atrás.

—Nada —respondió nerviosa, bajándose la manga de la blusa.

—Es una cicatriz.

—Fue un accidente de la infancia —mintió y él supo que lo hacía, pues nunca le vio ni le sintió esa huella cuando fueron novios.

—Déjame ver.

—Me da pena —intento sonreír y volvió a alejarse.

—Me gustan las cicatrices, yo tengo muchas —dijo con ambigüedad.

—No, estas no son bonitas. Discúlpame, debo ir con los muchachos a avisarles.




EL ROMANCE DE SUSANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora