Había en muy lejos un reino soberano, donde el Rey Vihust gobernaba con mano firme en el trono. Padre de la única princesa del reino, Nerim. Una doncella de cabello castaño cortado hasta sus hombros, mirada rasgada y una actitud caprichosa.
La princesa estaba triste porque hace poco había fallecido su adorada mascota, el Rey no podía tolerar ver a su querida hija sufrir, entonces le preguntó.
—¿Qué necesitas para volver a sonreír, mi niña?
La princesa lloraba por todos los rincones, desconsolada por la falta de la mascota que le había regalado su difunta madre.
Miró al Rey con los ojos cargados de lágrimas y respondió:
—Nada en el mundo puede hacerme sonreír otra vez.
—¿Y si te cuento un chiste? —propuso el Rey.
—Tampoco.
—¿Y si te regalo mil vestidos?
—Ni eso.
—¿Y si te consigo un Bufón?
La princesa miró a su padre con el entrecejo fruncido y la nariz colorada. Consideró las palabras de su padre y tomó una decisión, luego de limpiarse las lágrimas.
—Quizás eso funcione; alguien que me haga compañía y busque robarme una sonrisa. Si consigues cosa semejante, quizás pueda dejar de llorar.
Entonces el Rey buscó de entre todos sus territorios al mejor Bufón del reino y, luego de meses de búsqueda, halló a un muchacho joven de los pueblos más humildes en sus territorios. Dicen los ciudadanos de allí que: “como él no hay”. Llevaron al chico en presencia de la princesa, quien cubría la mitad de su rostro con un abanico para que no viesen sus labios apretados, aguantando las ganas de llorar.
—He aquí Danvalzar, su Bufón especial. —Se presentó el muchacho vestido de Bufón.
La princesa lo observaba con frivolidad, a la espera de su acto. Pero el muchacho no se puso a hacer malabares, ni a hacer ruidos graciosos, ni a jugar con títeres. Se sentó al lado de la princesa y le sonrió con seguridad.
—Princesa ¿por qué cubre su rostro? —preguntó con voz alegre.
—Porque no quiero que me vea triste —respondió con sinceridad.
—¿Es eso o porque se parece a la abuela del pueblo?
Los guardias se quedaron boquiabiertos al escuchar lo que el Bufón espetó con semejante sonrisa. La princesa abrió bien los ojos, sorprendida, pero sobretodo subestimada.
—Mi belleza no es cosa que se duda —afirmó con orgullo.
—¿Sí? —Se acercó hasta quedar a unos centímetros de su rostro—, para mí se ve como mi abuela Agna.
Roja de la vergüenza, la princesa cerró de un golpe su abanico y con el mango golpeó al Bufón en la cabeza.
—Bufón descarado ¡Mira bien! No hay una sola arruga en mi rostro —dijo con recelo.
El muchacho la observó de arriba abajo.
—Mis disculpas. Sí es muy bonita su majestad —respondió serio—. ¿Seré yo igual de atractivo?
La princesa no entendía la actitud del Bufón, pero observaba las muecas que hacía en un intento por presumir su belleza y no pudo evitar sonreír.
—Tiene de bello lo mismo que la alfombra del suelo.
—Entonces se puede decir que le llego a los talones —bromeó el Bufón.
La princesa soltó su primera risa en meses. Los Guardias quedaron asombrados por el milagro que logró, y el Rey le confió para que sea el Bufón especial de la princesa. Pasaron entonces los días y ya no se escuchaban los lamentos de la princesa, en su lugar, se la oía gorjear de alegría en compañía del muchacho que con su actitud descarada y despreocupada hacía reír a la hija del Rey.