—Esa flor es la más linda de todas —dijo él con voz rasposa—, pero sus espinas tienen un encantamiento que te hace dormir por mil años.
La mano de la chica seguía extendida hacia él y gotas de su sangre resbalaba hasta caer en la tierra mágica.
—Para cuando despierte —comentó la chica con una sonrisa floja—, ya no estaré viva.
—No —sentenció.
A medida que las fuerzas iban abandonando el frágil cuerpo de la muchacha, el vampiro se aproximó hasta ella para tomar la mano que sostenía con inercia la flor que le causaría la muerte a la chica.
Como poco a poco se iba quedando dormida, acomodó su cuerpo acunándola contra el suyo. La flor seguía aferrada a la chica, absorbiéndole su energía y los párpados comenzaron a pesarle.
—¿Por qué me quisiste dar esa flor? —quiso saber el vampiro.
—Dijiste que era la más linda —contestó arrastrando las palabras—, a mí también me pareció y quise dártela.
—¿Por qué a mí?
La muchacha rió por lo bajo, sin poder reír de la forma vigorosa con la que solía hacerlo.
—Porque se iba a marchitar. Tienes que cortarlas cuando ya florecen.
—No estás respondiendo a mi pregunta —insistió el vampiro con impaciencia al sentir su respiración más ligera. La chica tardó unos segundos en responder, segundos que parecían horas para el inmortal.