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Había llegado el día.

Y a pesar de que Yoongi se dijo a sí mismo que ese era el sueño que llevaba demasiado tiempo persiguiendo, que era la oportunidad que necesitaba para recuperar lo que un día había sido su mayor orgullo y felicidad, cierto sentimiento de abandono no se iba de él desde el momento en el que tuvo esa "despedida" con Hoseok. No quería hacerse la víctima ni tampoco sentirse triste al no haber logrado algo con la persona que le había devuelto las esperanzas de amar de nuevo, así que se propuso cargar con ese dolor en su pecho y continuar con su vida como si nada.

Salió temprano de Daegu, no sin antes despedirse de Yoona y prometerle que haría hasta lo imposible para llegar al espectáculo y ser la mejor Irene que el mundo haya visto; aunque Yoona le dijo a su papá que ella no se enojaría en caso de que él no llegara, Yoongi pudo ver una mezcla de tristeza y esperanza en los ojitos de su pequeña.

Esa tristeza en los ojos de Yoona estaba ahí desde que le dijo a su padre que no le daría problemas y se iría a Seúl sin decir nada, Yoongi podía verlo, aunque ella le sonriera. El hombre estaba en medio de una encrucijada, en medio de un dilema entre su más grande sueño y la felicidad de su hija. Lo que lo hacía sentir peor era que, al parecer, se había decidido por lo primero.

No sólo estaba pensando en sí mismo, Yoongi quería recuperar la vida de antes para así también hacer feliz a Yoona, lo que resultaba muy contradictorio, considerando que la niña era la más feliz del mundo si estaba en Daegu al lado de su abuelo y todos sus amigos del colegio. Yoongi se sentía culpable al estarla obligando a acostumbrarse a una nueva clase de felicidad que ella no quería.

La hija de Yoongi jamás dejaba de darle sorpresas, recordándole constantemente a la mujer que le había dado ese gran regalo. Yoona era la viva imagen de su madre, no sólo físicamente, sino en ese carácter tan decidido y en esa madurez, el rasgo que la niña tenía más parecido a su madre era ser feliz con cosas simples, ser positiva, todo lo contrario a Yoongi, quien no podía dejar de pensar en que él no se sentía completamente pleno si no era en un enorme departamento en la gran ciudad.

Quería deshacerse de esos pensamientos negativos, quería convencerse de que estaba tomando la decisión correcta al dirigirse a la entrevista de trabajo en Angielotti, pero no se sentía cómodo ni en su propia piel, durante todo el trayecto a Seúl no había dejado de morderse las uñas y de limpiarse el sudor de la frente, se sentía ansioso y ni siquiera era por la entrevista.

Yoongi se sentía presionado por su vida, por sus sentimientos y la balanza que tenía que sostener y mantener equilibrada, una balanza en la que en un lado estaba la felicidad de su hija y en el otro su felicidad. Cada vez que quería afianzarse en sí mismo, recordaba la sonrisa incierta de Hoseok, diciéndole que él no soportaría esperar por alguien que se iría lejos.

Min bajó de su automóvil y cruzó la calle que estaba frente al enorme edificio de Angielotti, rezó internamente para poder encontrarse a Namjoon en alguno de los pasillos de la empresa y así retomar la calma que casi siempre lo caracterizaba, puesto que en esos momentos no aparecía por ningún lado. Yoongi apretó un poco la mano con la que cargaba su portafolio y entró al lugar.

Era un edificio enorme, con interiores muy lujosos también. Yoongi miró a su alrededor antes de tomar una respiración profunda y acercarse a la recepcionista, quien se encontraba atendiendo uno de los teléfonos en su escritorio. —Un momento por favor... De Choi Siwon para Taeyong en la línea uno... ¿Compañía Angielotti? Un momento por favor —la recepcionista dejó en espera su llamada y le ofreció a Min una sonrisa amable—. ¿Puedo ayudarlo?

—Sí, me llamo Min Yoongi y vengo a ver a Kim Namjoon... Y al señor Angielotti —respondió Yoongi de forma aparentemente serena, aunque sus manos no dejaban de sudar.

Daegu girl [SOPE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora