⚔️ | En proceso.
Actualizaré cada vez que pueda.
Una chica enigmática, un híbrido y
muchos secretos ¿Te animas?
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Déjate llevar, abre tu mente
y descubre una historia única.
La soledad siempre los
había rodeado. Aquello sólo
fue un...
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「 CARMESÍ 」
—¡Nik!
El híbrido suspiró al oír el grito de su hermana menor antes de darle otro trago a su vaso. Llevaba bastante tiempo (no sabía bien cuanto) observando la gran variedad de cuadros que había colgados en el gran salón. Hasta ahora no se había dado el tiempo para hacerlo y debía admitir que eran bastante buenos.
Al percibir como los pasos de Rebekah se aproximaban a él, se bebió lo que le quedaba de un trago y se giró con una sonrisa. Dispuesto a escuchar que era lo que había hecho enfadar tanto a su hermana.
—Rebekah, ¿qué...?
—¡Dime que no lo has hecho!
—Si no me dices qué ha...
—¡Dime que no has matado a Nereida!
—¿Qué? —preguntaron los restantes a la vez.
—¿Por qué crees eso, hermana? —cuestionó el recién llegado.
—Nik dijo que hablaría con ella, Elijah —le recordó.
—No lo hice, no la encontré —se encogió de hombros el híbrido.
—¿Y desde cuando te rindes con tanta facilidad? ¿No querías salir de...?
—¡Claro que quiero! —gruñó—. Pero sabe esconderse, Rebekah.
—¿No eras el gran híbrido? ¿Cómo no la vas a encontrar?
—Si doy con ella, Rebekah... ¿Te callarás?
—¿Tanto te molesta que te hable? —bufó.
—No me molesta que me hables, me molestas tú.
—¿Cuando vas a entender que erré? —se quebró.
—Quien sabe —se encogió de hombros.
—Nik... —se quejó lastimera.
—Si tuviera mis dagas no tendrías mi enfado.
—Eso no es reconfortante, hermano —se entrometió el noble.
—Para mí lo es —sonrió—. Bueno, el lobo se va, tiene que cazar.
—Niklaus —lo detuvo—. Mántenla con vida, es inocente.
—Lo haré. Pero sólo porque es nuestro sustento.
Elijah dejó escapar un suspiro al verlo marchar antes de llevar su mirada hasta su hermana. Últimamente, sus conversaciones acababan así. Con Niklaus yéndose todo digno, Rebekah a punto de llorar y él en medio.
Tampoco era nada nuevo, pero lo había olvidado. Sí, pasar años en un ataud tenía sus consecuencias.
El híbrido dejó su vaso en una de las tantas mesas por las que pasó antes de llegar a una de las salidas de la cabaña. Sabía que allí no estaba, no solo porque no oía su corazón, también porque lo había recorrido antes.
