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「 BAJO EL AGUA 」

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BAJO EL AGUA


—¿Nik? ¿Bekah? ¿Lijah?

Asomó la cabeza sin abrir del todo la puerta para ver si los Mikaelson se encontraban en los exteriores de la cabaña. Bufó al ver que, a primera vista, tampoco estaban por ahí. Sintiéndose un poco inquieta y sabiendo que permanecer dentro era más inteligente, cerró el portón tras de sí.

Se encaminó al único lugar en el que el tiempo pasaría rápido: el invernadero.

Nunca era capaz de explicar cómo llegaba hasta él, pero se encontraba en la planta baja, justo en el otro extremo de la puerta principal de la cabaña.

Era un lugar bastante amplio, donde siempre daba el sol. Además, de que había una gran variedad de flores y árboles. Justo por eso, Nereida adoraba regarlas, ya que podía verlas y cuidarlas mientras lo hacia.

Tiró de la puerta, respiró la pureza del aire y contempló dicho lugar. No por mucho tiempo, pues la emoción pudo con ella. Se adentró y se acercó a su planta favorita: los jazminum. Sonrió al inhalar su olor.

Entonces, paseó su mirada hasta dar con la regadera. Una vez la tuvo entre sus manos, como siempre, la rellenó con el agua que caía de la fuente central.

Mientras regaba, contempló su piel con intriga. Ni las escamas ni el frío habían vuelto a aparecer, pero la habían asustado lo suficiente como para que comprabase de manera constante por si lo hacían.

No supo bien cuanto tiempo pasó ni cuántas plantas regó, pero después de un buen rato, se detuvo al oír un ruido extraño. Ladeó levemente la cabeza y dejó la regadera en el suelo. Sonrió al creer que el híbrido la había encontrado.

—¿Ves, Nik? Te dije que había un invernadero.

Parpadeó esperando ver al susodicho delante de ella, sin querer asustarse ante su mala costumbre de presentarse por sorpresa. Se tensó al no verlo aparecer y observó su alrededor con nerviosismo.

—Nereida Sallow debe morir y los emisarios deben cumplir...

Al oír ese cántico grupal a escasos pasos de ella, el cuerpo de la joven tembló. Su respiración se aceleró al girarse y ver que ante ella había dos hombres y una mujer, con los ojos completamente blancos, mirarla con fijeza.

Pasó saliva y retrocedió asustada al verlos avanzar hacia ella.

—¡Nik! ¡Bekah! ¡Lijah! —pidió ayuda.

Siguió intentando mantener las distancias y miró su entorno. Al ver que los Originales no aparecían, decidió buscar algo con lo que pudiese defenderse. Tenía que aguantar, tenía que luchar. Aún sin saber muy bien cómo.

De soslayo vio unas tijeras grandes de podar. Pasó saliva y corrió hasta ellas sintiendo sus piernas de papel. Cuando las tuvo entre sus manos, los encaró.

Lazos originales » Klaus Mikaelson | ↻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora