\\1~Un reloj de arena\\

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\\Enséñame a amar aún cuando al pequeño reloj de arena le sobren lapsos para acabar con el destello que somos\\

Shayla Vier Spear.

12 de enero de 2020:

SHAYLA VIER:

El destino es cruel, las personas, las palabras, las acciones también.

Se me hace difícil no imaginar una vida sin la tragedia, sin el desamor, sin la inestabilidad o, en mi caso, sin las enfermedades. Sin una enfermedad que, poco a poco te consume, que toma todo de tí. Lo que eres y lo que, todavía no has llegado a ser.

Para que exista el amor tiene que existir el desamor. Para que exista la alegría, también tiene que existir la tristeza. Para que existan los sueños, las pesadillas en otras ocasiones. Para que exista el bien, también el mal. Para que exista la salud, desgraciadamente también las enfermedades.

Abro mis ojos, lentamente, intentando acostumbrarlos a la tenue luz que se cuela por la ventana.

El pitido de una máquina, que no tardo en identificar como la que monitorea los débiles latidos de mi corazón, permanece en mis sentidos auditivos, ya acostumbrados a dicho sonido.

Una vez, examinada toda la longitud de lo que es mi cuarto de hospital, muevo mis manos lentamente hasta posicionarlas a ambos lados de mi cuerpo.

Tomo una fuerte exhalación y tanteo el botón del pequeño y diminuto control pegado a un extremo de la camilla, donde permanezco acostada.

Minutos después, la puerta de dicho lugar es abierta para dar paso y recibimiento a la enfermera encargada de mi cuidado en este lugar.

-Hola, Shay-saluda, se dirige hasta la máquina a mi lado y anota algo en la tableta de metal que sostienen sus manos-¿Qué tal te has sentido?-pregunta, alegremente-

-Abrumada y un tanto débil-dije, con mi vista fija en mis manos-

-Oh, es normal.-Hizo algunos movimientos en las palancas mecánicas adheridas a la camilla, para poner mi cama en una posición más comoda-¿No te has levantado aún?-pregunta, peinando mi melena con la mano en un gesto cariñoso-

Niego con la cabeza.

-He despertado y decidí llamarte para ahorrarte el trabajo de venir a inspeccionar que todo esté en orden más tarde-susurré-

-Oh, cariño. Lo hago con mucho gusto, me encanta cuidarte y pasar tiempo contigo-asentí-Venga, vamos a bañarte y a peinar un poco esa maraña que tienes por cabello-bromeó-

Consiguió sacarme una diminuta sonrisa. Shane Winston era mi enfermera, mi mejor amiga, la única persona en la que confiaba y a la que me abría sin problemas, ella era mi mamá.

Mamá quitó los cables que me conectaban y monitoreaban a dicha máquina, pues solo era por precaución a la hora de hacerme exámenes. Como ahora, había despertado después de que en el día de ayer me hicieran diversas pruebas para controlar y posteriormente recomendarme correctamente las dosis de medicamento, además de que mi enfermedad se debe tratar con sumo cuidado.

Me ayudó a ponerme de pie y a colocar mis pantuflas en mis pies.

Lentamente nos dirigimos hasta el baño y una vez dentro hicimos todo lo correspondiente, lo normal, lo tradicional, lo que hacíamos cada día.

Porque así eran mis días en este hospital, monótonos y aburridos. Pocas veces salía de esta insípida habitación, pocas veces me permitía ver la luz natural del sol, o personas y rostros nuevos. Desde mi exilio, todo podía ser descrito como oscuro.

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