ꜱᴜᴇÑᴏ ɪɴᴄᴏᴍᴏᴅᴏ

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Al día siguiente era domingo, por lo tanto las chicas se quedaron en el convento durante todo el día para rezar y hacer actividades con las demás compañeras. Los domingos usualmente eran días de descanso, ni si quiera las monjas que habían elegido misiones externas, salían a disfrutar del buen tiempo. El patio exterior del convento, que estaba bien amurallado y aislado era suficientemente cómodo y agradable para un día de relax y adoración al Señor.

Tal como las monjas se recluían para rezar todo el día, en el edificio contiguo, el hostal, Hidan también había decidido quedarse para descansar y orarle a Jashin. Su compañero en cambio, había salido a refrescarse un poco. Por una parte no soportaba las pesadas sesiones de oración de su compañero, por otra parte tenía la mente bastante espesa por los acontecimientos que se habían sucedido a lo largo de esa semana. Primero, habían conocido a una monja un poco extraña, que les había llevado comida al calabozo, luego esa misma monja resultó cuidar de los niños del colegio, y por último era karateka. O algo así, porque Kakuzu, en su larga vida jamás había visto a una monja reaccionar así. Tampoco antes había visto una monja con tatuajes, o una monja que viese normal que alguien le mandase un sicario. Todo era muy extraño.

Kakuzu esa tarde caminó por el parque y decidió sentarse bajo la sombra de un árbol. Observó el estanque pensativo, mientras él estaba en sus pensamientos, los patitos del estanque corrieron a esconderse al notar su presencia. Cuándo vio la reacción de los pobres animales, recordó la mirada de miedo que la chica le había dedicado ya varias veces, una de ellas cuando él le robó la cadena. Objeto que él vendería más tarde... sólo para descubrir que la chica la buscaría sin descanso. Sí, Kakuzu sobrepensó mucho aquella tarde, era un hombre solitario, un criminal sanguinario, dejarle solo tantas horas y en su día libre, desde luego no fue la mejor opción. 

Se llevó la mano a la barbilla y entonces la imagen de la chica regresó a su mente. Su piel pálida, sus mejillas de color rosado, sus ojos verdes, su cabello... Se preguntaba incesablemente como sería su cabello, se lo imaginaba de mil maneras posibles. Oscuro, claro, largo, corto... sería rizado? O tal vez lacio? Kakuzu se tentaba sus propias manos como si se imaginase el tacto de los mechones de pelo resbalando entre sus dedos.

Luego miró sus dedos y esa imagen lo sacó de sus pensamientos.

Kakuzu: Tch... qué estupidez...

Se vio las manos y las odió internamente como de costumbre, no le gustaban sus manos. Unas manos manchadas de sangre, de robos, de traición. Además eran grandes, sus dedos no eran finos ni largos, para nada estilizados. En el dorso de la mano incluso tenía vello ciertamente visible. Negó con la cabeza como queriendo sacudir de su mente, todas esas románticas imágenes de la chica.

Pasó toda la tarde allí, hasta que bien entrada la noche regresó al hostal arrastrando los pies. De vez en cuando dándole una patada a una piedra, levantando terrones de tierra como si patease sus ilusiones de vivir una vida normal. Ya era demasiado tarde, para ser exactos, 91 años de tardanza en darse cuenta de que ese camino no era el correcto. Y a pesar de eso, no podía ni aunque lo intentase, sacar de su corazón las ganas de hacer sentir vivo a su corazón. A sus cinco corazones.

Al llegar, se encontró con Hidan haciendo flexiones. Rápidamente su tristeza se fue dejando lugar al mal humor que le caracterizaba.

Hidan: Has vuelto? Hmmmm... -se estiró la espalda- Parece que se acabó el fin de semana, mañana ya toca volver a ponerse al lío...

Kakuzu: Sí...-se rascó la nuca y se tumbó en la cama-.

Hidan: Y además tengo algo la mar de divertido, jejeje.

Kakuzu: No me gusta nada esa risa...

Hidan: Mira lo que tengo... -alzó un pañuelo ensangrentado-.

Kakuzu: No me jodas, Hidan, no me jodas.

El sexto corazón. (KAKUZU X OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora