Atentado.

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Atentado.


Lugar: Taberna del Cordero Dorado, varios días después de la derrota de los Iluminados en los Parentinos.


La partida llegó cansada y hambrienta a la posada del Cordero Dorado, donde pidieron de comer y beber, cantaron al unísono con la bella voz de Rhuanna, incluso bailaron, su algarabía les impidió ver a la figura sombría en uno de los rincones obscuros, esta les observaba de manera muy atenta, sobre todo a la pelirroja que bailaba junto con Enrico.

«¡Ahí estas Inanna Du Montfort!, por ahora podrás festejar con tus amigos», —pensó mientras frotaba el borde de su copa, luego salió del lugar aprovechando la distracción de aquel festejo.

Al otro día cuando el grupo desayunaba, llegó un grupo de soldados del duque, estaban acompañados por un capitán, de nombre Salvatore, este portaba una sobrevesta dividida en cuatro, en dos tenía un dragón rampante sobre un campo azur, los otros dos tenían un torreón sobre un campo blanco.

—Buen día valerosos aventureros, mi señor el duque solicita la presencia de la heraldo Rhuanna y el Inquisidor Biancci, —ordenó con voz firme.

—De inmediato iré noble caballero Salvatore, —respondió sin chistar Rhuanna, sin más se puso de pie e hizo una reverencia.

—Ahora mismo capitán, —contestó Enrico.

Pocos minutos después ambos estaban en la torre del duque, quien estaba junto con sus notables, aquellos nobles recibieron de manera seca a los héroes, tanto Enrico como Rhuanna saludaron, antes de que la chica procediera a narrar su incursión en aquel tenebroso y lúgubre mausoleo, en cuanto terminó de hablar de su enfrentamiento con esos iluminados, Enrico se puso de pie y mostró las pruebas de lo que habían hecho, aquellos hombres de edad media se mostraron complacidos con todo eso y por instancias del mismo Duque, accedieron a pagar una compensación generosa en ducados de oro a los aventureros. En ese momento Enrico aprovecho par informarles que permanecería en la ciudad para investigar más a fondo acerca de los origines de esa secta herética.

—Esta bien Inquisidor Biancci, —respondió el Duque—. Aunque no hay un templo dedicado a su deidad en la ciudad.

—No hay problema alguno mi Duque.

—Heraldo, —llamó la atención de Rhuanna, y le hizo una seña para que se acercase, entonces le entregó un sobre—. Es menester que entregue cuanto antes al Duque Victor Tassinarii.

—Así lo haré mi noble Duque.

—Pueden retirarse ahora, —les indicó.

El capitán y sus hombres los acompañaron hasta la puerta de la torre del homenaje, allí Rhuanna se despidió del capitán con un guiño, entonces ella y el inquisidor salieron a las calles.

Rhuanna de TheirinicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora