Capítulo 13: Sobrevive II

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Sus ojos se abrieron en una fina rendija que apenas le dejó ver el camino de hormigas que pasaba sobre su mano. Lo primero que sintió, a parte del dolor corporal, fue molestia. Tanto tiempo intentando tomar el control, tanto tiempo intentando tomar las riendas del carro, solo para hacerlo cuando su cuerpo estaba a un suspiro de perecer como un animal desamparado. Parecía un mal chiste, una burla del destino que le permitía acariciar la libertad solo para que esta se esfumase entre sus dedos. "Qué irónico", pensó. Se habría reído si hubiese podido, pero no era el caso.

Si la vida pensaba que se iba a quedar ahí tirado para contemplar como todo se esfumaba, y si también el otro estaba dispuesto a darse por vencido solo para que todo acabase de la forma más triste y miserable posible, ambos estaban muy, pero que muy equivocados. El Ludo que había cerrado los ojos había muerto. Era cosa del pasado. Y el que los había abierto era uno nuevo, uno que no iba vivir de fantasías. Uno que no dejaría que la vida y los caprichos del destino se burlasen de él.

Miró las hormigas encima de su mano derecha e hizo un soberano esfuerzo para acercarla a su pico. Había varias de ellas correteando por su mano y por su brazo. Estiró la lengua para atrapar a unas pocas y llevarlas a su boca. Sintió como estas le mordían por dentro, como luchaban por ser liberadas. Pero ellas no eran las únicas que tenían que vivir. Sus esfuerzos, si bien eran notorios, no eran nada para él. Y el dolor de sus picaduras era un pequeño precio a pagar por la oportunidad de aguantar un poco más.

El sabor era horrible. Estaban amargas y partes de sus cuerpos se le quedaban entre los dientes, pero Ludo dedicó todas sus fuerzas a llevarse tantas hormigas a la boca como fuera posible. Hasta que no quedase ninguna a su alcance. Luego durmió para intentar recobrar fuerzas. Al despertar volvió a consumir cuantas hormigas pudo, y repitió ese ciclo hasta que no estuviese a las puertas de la muerte.

Cuando tuvo la energía suficiente, arrancó algunas hojas de la planta que tenía cerca, sin moverse del sitio. Se comió las hojas y chupó los tallos tanto como pudo para intentar sacarles toda el agua posible. Entre las hojas también encontró una oruga, la cual no dudó en comer. Era viscosa y tan poco apetecible como las hormigas, pero era más grande y fácil de comer.

Durante ese tiempo escuchó un rugido familiar. Con la energía que tenía ahora se arrastró hacia la izquierda. La luz del sol, hasta ahora filtrada a través de las hojas de las plantas, le dio de lleno en la cara. Tuvo que cerrar los ojos por un momento hasta acostumbrarse. Estaba cerca de un precipicio, el golpe que le había dado aquella bestia lo había dejado allí arriba, y justo más abajo estaba el perpetrador de aquel acto. Vio a la misma criatura cazando a los ciervos de la última vez. Al parecer, aquella debía ser su zona de caza, sino no habría motivo alguno para volver allí. La observó con detenimiento. La forma en la que atacaba. Cómo acababa con su presa, y hacia donde se la llevaba hasta desaparecer entre los árboles.

El resto del tiempo Ludo se dedicó a comer y beber todo cuanto tenía a su alcance, hasta que, eventualmente, fue capaz de volver a ponerse en pie. Ahora que podía volver a caminar, lo primero que tenía que hacer era arreglar su brazo. A juzgar por su aspecto, se había dislocado el hombro. De pequeño lo había sufrido más de una vez como para no reconocerlo. Buscó un palo robusto y se lo llevó a la boca. Luego ató su mano izquierda a un árbol con una sucesión de lianas a modo de cuerda, y luego tiró con fuerza, enterrando los dientes en la madera, hasta que escuchó el sonido de los huesos y los músculos reubicarse en su sitio. Se dejó caer al suelo, jadeando por el esfuerzo y el dolor. Pensó que iría a desmayarse, pero, para su suerte, no lo hizo. Con la tela de su ropa y algunas lianas improvisó un cabestrillo para dejar su brazo descansando. Con su brazo sano pudo recoger fruta del suelo y mejorar su alimentación.

El tiempo que tenía libre lo dedicaba a descansar y observar a la criatura cada vez que volvía a cazar. Se fabricó una lanza improvisada usando un palo y una roca, y con esta intentó atrapar aquellas frutas a las cuales no conseguía llegar. La lanza era horrible y desigual, pero necesitaba aprender a usarla para sobrevivir. En uno de sus intentos, cuando la lanza falló y tuvo que limpiarse el sudor de la frente, Ludo observó su mano derecha y pensó en el otro. Tal vez era ingenuo pensar que seguiría teniendo el mismo poder que antes, pero podía sentir la reminiscencia de la magia en su cuerpo, así que tal vez no era muy alocado intentar usarla. Cerró los ojos para concentrarse como lo hizo el otro cuando tuvo la varita en su poder y apuntó a la fruta con su mano. Rememoró la sensación de antaño, cuando el otro recibía las lecciones de Glossaryck, hasta que creyó dar con la clave, y abrió los ojos de golpe.

Jarco - Un amor malditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora