Capítulo 47: Maldición I

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Marco le bajó la silla de ruedas del maletero mientras su padre le ayudaba a salir del coche. Entre los dos la ayudaron a sentarse y luego su padre se despidió desde la ventana.

—Que tengan un buen día —dijo su padre antes de irse.

Ellos lo saludaron, hasta que se alejó lo suficiente. Marco tomó la silla por el manillar y la llevó al colegio.

—Marco, al menos déjame llevar mi mochila —pidió ella.

—No —respondió él en tono alegre.

Sabía que Marco lo hacía por gusto, y que aquello no le importaba, pero recibir ayuda continua de él y de su padre la hacía sentirse inútil. Ni siquiera podía ir al baño sola del todo.

No podía esperar a que le quitasen el yeso del brazo. Así, al menos, podría mover las ruedas de la silla por su cuenta. O tal vez podría usar muletas. Esa parecía ser una opción menos restrictiva. Aunque le costase al principio, cualquier esfuerzo era mejor que sentirse un peso muerto.

Marco la dejó en el ascensor junto a las escaleras, y picó el botón que la enviaría al segundo piso. Después de hacerlo, el chico se dirigió a las escaleras.

—Oye, puedes subir en el ascensor si quieres.

—No, gracias. Prefiero usar las escaleras. Necesito mantenerme en forma —aseguró este mientras las puertas se cerraban.

Cuando el ascensor llegó al segundo piso y las puertas se abrieron, Marco ya estaba ahí esperándola. Este inflaba el pecho una y otra vez debido al esfuerzo.

—No tenías por qué correr —le dijo ella mientras este la sacaba del ascensor.

—Jackie, lo hago porque quiero, no te preocupes.

La sacó de allí, y estuvo a punto de girar para llevarla al aula. Pero alguien los interrumpió.

—Marco Díaz —llamó alguien desde el pasillo. Cuando ambos se giraron para ver de quién se trataba, se dieron cuenta de que era el director—. Ven rápido, por favor.

—¿Es importante?

—Muy importante.

Marco se quejó por lo bajo, pero acabó accediendo.

—Espérame aquí, ahora vuelvo —dijo él, antes de agacharse y bloquear la rueda izquierda de la silla con la palanca—. Te dejo las mochilas.

Marco apoyó las mochilas en la rueda izquierda y caminó con paso ligero, pero sin llegar a correr, hacia el director.

Jackie lo vio alejarse, pensando que, aunque quisiera, no podría moverse de allí. Mientras hacía tiempo hasta que Marco volvía, decidió mirar su teléfono. Leo le había pasado un enlace a una grabación que había hecho del último truco que estaba practicando en el parque, y todavía no lo había visto. En un movimiento descuidado, se le cayó el teléfono con la mala suerte de alejarse de ella. Por fortuna no cayó por las escaleras ni se rompió la pantalla. Eso ya habría sido el colmo.

Se inclinó hacia la izquierda y estiró su brazo para ver si conseguía llegar, pero estaba algunos centímetros lejos de alcanzar su objetivo. Resopló hacia arriba, moviendo uno de sus mechones, y luego miró a las mochilas. Tal vez podría usar alguna como si fuese una escoba y arrastrar el teléfono hasta ella. Tiró de la suya, la cual parecía haberse enganchado con algo. Como no tenía ganas de agacharse a ver, dio un tirón más fuerte y consiguió sacarla. Luego aplicó su estrategia e intentó alcanzar su celular. Veía como la base de los libros actuaba como un enganche para atrapar el teléfono, pero no conseguía atinar con precisión. Meneó la mochila hacia adelante y hacia atrás, tomando fuerza para dar un tirón que tuviera más alcance, y cuando lo hizo, el movimiento de la silla la tomó por sorpresa. Las ruedas se giraron y la movieron hacia un costado, llevándola a las escaleras. En una reacción instintiva y desesperada, soltó la mochila y sostuvo la rueda izquierda con su mano, aferrando los dedos a esta como un gato cuando clava las uñas en una superficie para no caerse. Miró a los escalones, tenía una rueda pequeña suspendida en el aire, y la otra estaba peligrosamente cerca del borde. Horrorizada, Jackie echó hacia atrás, intentando mantener el peso en la parte de atrás, pero no daba con el punto de equilibrio, y su pierna enyesada y extendida provocaba que la silla se inclinase poco a poco hacia una inevitable caída. Comenzó a jadear, debido a los nervios y a la impotencia.

Jarco - Un amor malditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora