Capítulo 98: La aventura de Jackie V

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Oliver guiaba a Jackie hasta el campo de tiro. Por la mañana, Sofie le había enseñado un par de cosas en las que podía ayudarle, como lavar la ropa en el lago, cargar agua, mirar los cultivos y ayudarle a cocinar. Requirió algo de esfuerzo, pero nada comparado con lo que tuvo que hacer cuando se movía por el bosque. De hecho, Sofie le había ayudado a poder limpiarse de forma apropiada. De paso, también pudo arreglarle el cabello, el cual se asemejaba más a una bola de estambre al llegar a casa de los Andersen.

El muchacho se detuvo en un pequeño espacio en donde había menos césped. Algunos árboles tenían tallada la corteza de sus troncos, y debajo de esta se adivinaba el dibujo de una diana en cada uno de ellos.

—Bienvenida al campo de tiro —dijo Oliver—, hoy llevaremos a cabo tu primera lección: disparar.

La chica se quedó un momento admirando el sitio. Era ideal. Había una distancia considerable en la que no había obstáculo alguno para poder disparar a más o menos distancia hacia alguno de los blancos.

De pronto, una flecha silbó y chocó contra uno de los troncos, acertando en el centro de la diana. Jackie se giró hacia el pequeño, y lo vio con una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro mientras bajaba el arco.

—Se te da bien esto —comentó Jackie.

—Es cuestión de práctica —dijo el muchacho con falsa modestia—. Ahora te toca a ti —extendió la mano y le entregó el arco—. Como todavía no tenemos uno para ti, compartiremos el mío.

—¿Seguro? —preguntó mientras sostenía el arma entre sus manos—. No me gustaría romperlo sin querer.

El chico se rio.

—Jackie, romper un arco no es algo que haga cualquiera. Se necesita bastante fuerza para tensar un arco en condiciones. Y, aun así, nadie llega a tensarlo a su máxima capacidad. Pruébalo —indicó, apuntando con su mano.

Intrigada, Jackie probó tensar el arco sin más. Pronto se dio cuenta de que las palabras de Oliver eran ciertas. La cuerda costaba de tensar, y si aplicaba más fuerza le dolían los dedos con los que la sujetaba. Y, aun así, el arco no llegaba a doblarse demasiado.

—Es verdad.

—Es algo de lo que te das cuenta tan solo con el primer intento. Es por eso que no tienes que preocuparte por disparar bien. Al menos no al principio.

—Entonces, ¿qué haré?

—Vas a disparar apuntando a los árboles. No me mires con esa cara. El objetivo no es que des en el blanco, sino que te acostumbres al arco y la flecha. Debes encontrar un punto en el que te sientas cómoda con la tensión de la cuerda, y puedas intuir como se moverá la flecha.

—Entiendo.

—Vamos, te diré desde donde dispararás.

Se alejaron de los árboles hasta una distancia moderada: unos quince pasos.

—Bien, ahora párate de esta forma, sujeta el arco así, tira de la cuerda sujetando la flecha así, y cuando dispares intenta llevar la mano que sujeta la flecha hacia el hombro.

—De acuerdo.

La chica cerró el ojo izquierdo, inspiró profundo y tiró de la cuerda. Cuando le pareció que la flecha apuntaba al árbol, la soltó. El proyectil silbó en el aire y se clavó en el tronco, en la parte de arriba de la diana. Algo que le llamó la atención a la chica. Creyó haber apuntado al blanco. La razón le decía que estaba bien, pero la lógica indicaba que tenía que bajar un poco el sitio a donde apuntaba la flecha si quería dar en el blanco. Por suerte tenía más en el carcaj de Oliver. Probó una y otra vez, hasta que ya no le quedaron.

Jarco - Un amor malditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora