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-¡Mujerrrr! ¡Estuvieron a una milésima de segundo de besarse! ¡A NADA MI AMIGA...A NADA! - Gritó la pelirroja, yo tomé mi almohada para cubrir mi rostro por la gran vergüenza que sentía. - Y ahora dime que sólo es un buen amigo y esas tonterías. - Me quitó la almohada para colocarla sobre el respaldo de mi cama y acostarse en ella, quedando sentada.

Después de aquel momento en la cafetería, la conversación fluyó de manera mucho más natural, entre risas y una gran comodidad como si nos conociéramos de años.

Entre plática y risas, tres horas se nos pasaron volando. Y eso porque Aidan se tuvo que presentar a un asunto de trabajo. Así que con un gran pesar, nos despedimos y él se fue enseguida, no sin antes mandarnos un chófer a su cargo, yéndose hasta que se aseguró que aquel había llegado. Le indicamos mi domicilio y allí nos dejó, siendo extremadamente amable y atento.

Sophia solía pasar algunas noches en mi casa, y vista la hora, la invité a quedarse, que enseguida aceptó y sus papás no pusieron peros.

-No sé qué me pasó, apenas ayer me atreví a hablarle y hace rato sentí una gran necesidad de tener sus labios sobre los míos... - Puse mis manos sobre mi pecho, miré al techo y suspiré recordando la situación de manera precisa. Tanto que ese mariposeo volvió a aparecer en mi estómago apenas recordé su rostro, éste se volvió tan intenso que causaba cosquillas y era incómodo al mismo tiempo, la sensación me hacía querer vomitar de tal intensidad.

Las ligeras caricias de mi amiga sobre mi cabello me hicieron dejar de pensar, ladeé mi cabeza para mirarla, quien ya miraba con una sonrisa llena de alegría y sus preciosa mirada azul me demostraba ternura.

Como una pequeña niña buscando a su persona segura para sentirse protegida, me acurruqué justo entre sus pechos, los cuales gracias a su talla, me acunaron perfectamente entre ellos. Aquí podía escuchar el tranquilo latir de su corazón, mientras ella seguía dándome caricias en el cabello.

-Estaré para ti siempre, mi niña. - Dijo, y supe que lo decía desde el amor sincero de su corazón.

La intimidad no significa que tenga que ser precisamente sexual, y la intimidad que ambas teníamos no podía tener precio, porque rebasaba todo límite de alguno, no podía tener comparación, porque no se puede comparar algo tan maravilloso como lo era aquello. Ella había estado para mí incluso cuando ni yo sabía quién era, se había encargado de recordarme lo valiosa e importante que era cada día, me había demostrado el significado de la palabra "lealtad", "respeto", "confidencialidad", "apoyo", "confianza" y "amor". Y estaba segura que la mayoría de las veces lo había hecho sin darse cuenta. Porque ella era todo lo que estaba bien. Ella es esa amiga con la que no vuelves a coincidir, es esa amiga que no se repite dos veces, esa amiga, que sin saberlo, se vuelve tu todo.

Cerré los ojos disfrutando de su tranquilo latir y de la tranquilidad del momento, pero más que nada, de la intimidad que nos estábamos regalando.

-¿Crees que sea prudente...? - Pregunté con un poco de miedo.

-¿Qué? ¿Intentarlo? No, no creo que sea prudente... - Guardó silencio unos instantes. - Porque la prudencia significa meditar sobre los posibles riesgos y saber actuar al respecto para evitar cualquier perjudicación...y creo que enamorarse es correr un riesgo muy grande: es entregar lo que sientes y lo que eres confiando en el otro, esperando ser correspondido de la mejor manera y aventurarse a descubrir lo que conlleva al respecto, hasta poder amarse. Así que no, creo que enamorarse no es prudente, pero sino corres el riesgo, ¿Cómo sabrás si están destinados a estar juntos o si él es una persona clave en tu proceso si no te arriesgas? - Le dirigí la mirada.

-Tienes razón, aunque tengo un poco de miedo...

-Y es normal. Pero recuerda que el miedo sólo es una emoción que nos hace quedarnos en una zona de confort donde todo parece seguro, cuando lo único seguro que deberíamos de tener es no quedarnos en una zona de confort. Con miedo, pero atrévete. Pase lo que pase, estaré aquí para ti, día y noche. Te lo prometo. - Dijo y sentí como sus palabras me regalaban una gran seguridad que sólo ella me podía brindar.

El día, junto a las clases y aquella cantidad de emociones me consumieron por completo y el como me encontraba ahora me comenzó a arrullar.

-¿Me puedo dormir? - Levanté mi mirada a la suya. Asintió con esa amabilidad tan característica de ella. Me acomodé de nuevo y pronto comencé a sentir los párpados pesados, los latidos de mi corazón se volvieron tranquilos y mi mente empezó a encontrar la tranquilidad.

-Descansa, te quiero. - La sentí también acomodarse.

-También te quiero, gracias por todo. - Dije y pronto el sueño me invadió.

𝐏𝐞𝐫𝐣𝐮𝐫𝐢𝐨 (𝓐𝓲𝓭𝓪𝓷 𝓖𝓪𝓵𝓵𝓪𝓰𝓱𝓮𝓻) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora