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Miré hacia la nada, apoyando mi barbilla sobre mi mano derecha, cuyo codo se apoyaba sobre la mesa blanca.

Mientras que con mi otra mano llevaba mi café hasta mi boca, dándole un buen trago para volver a dejarlo sobre la mesa.

Dejé volar mis pensamientos, recordando a Aidan...esa preciosa y contagiosa sonrisa suya que surgía tan natural en él, el brillo en esos ojos verdes que parecían tan únicos, el como se le marcaban ligeramente las venas en sus brazos y su risa sonaba angelical.

Todo en él era perfección en su máxima expresión.

Suspiré recordando aquello, la plática tan amena qué habíamos tenido la tarde anterior con la lluvia de compañía.

Había sido simplemente perfecto.

-¡_____! ¡Por amor a Dios, reacciona! - De pronto vi como la mano de mi amiga se movía de arriba a abajo delante de mis ojos, haciéndome reaccionar.

-Ah, sí, claro. - Dije sin entender nada. Yo estaba ahí, mi mente no.

-¿Sí, qué? - Me miró con duda. - No te he dicho nada. - Aclaró.

-Como sea. - Respondí sin importancia.

-Ahora dime, ¿En quién pensabas? - Se sentó frente mío con ese brillo en sus ojos que gritaba emoción.

Sophia siempre había tenido una mirada encantadora, era algo que me gustaba de ella, lo expresivo de sus ojos.

-¿En quién, qué? - Me hice la desentendida. - No hay "alguien"...no hay nadie de hecho.

-Claro, sí, como digas... - Guardo silencio unos segundos, como recordando algo. - Pero se te olvida un pequeño, pequeñisímo detalle...¡Soy tu mejor amiga y a mí no me mientes! - Alzó la voz haciendo que algunos de los presentes en la cafetería nos miraran por unos segundos.

-Sísí claro, pero calla que medio instituto te escuchará. - Asintió con una mirada y una sonrisa de emoción, hizo un movimiento aprobatorio con la cabeza dándome a entender que prosiguiera. - Pero es enserio Sophie, no hay nadie.

Su expresión de alegría rápidamente fue sustituída por una de tristeza.

-Es solo que, el brillo de tus ojos y la sonrisa boba que tenías mientras mirabas a la nada me decía que sí... - Bajó su mirada, y entonces sentí como mi corazón se partía por su desilusión.

Es sólo que ella siempre había querido verme siendo feliz y aunque sabía de sobra que mi felicidad no dependía de un hombre sino de ella, habíamos crecido juntas, así que ella sólo quería verme crecer, enamorarme y vivir al máximo.

Yo deseaba lo mismo para ella, pero ella siempre había sido el doble de difícil de enamorar que yo. Por eso es que ambas siempre habíamos sido tan unidas, cada una había encontrado en la otra el cariño, apoyo, confidencialidad, respeto y la confianza que sabíamos que era casi imposible de conseguir en alguien más, y éramos felices juntas.

No quería nada más, no necesitaba nada ni nadie más. La tenía a ella, y eso significaba que ya lo tenía todo.

-Lo siento corazón, no hay nadie. - Pasé mi mano por su sedoso y rojizo cabello, dándole un poco de ánimo. - Pero, me podrías acompañar a mi café vespertino. - Eso era algo que la animaba muchísimo, y para ser honesta a mí también.

Sólo necesitaba de verla sonreír y dejarla ser ella para que yo fuera feliz.

Por la tarde, fuimos directo a la cafetería, en mi horario de siempre.

Me había concentrado tanto en mi mejor amiga, que había olvidado por completo que Aidan asistía sin falta al igual que yo.

Y bien podíamos fingir no conocernos o mandar todo a la basura y que ella se enterara que sí había alguien...

Y honestamente, tenía muchísimas ganas no sólo de verlo, sino de que Sophia supiera que sí había alguien.

Al llegar, bastó con que nos vieran entrar para saber qué ordenaríamos, por lo que sólo nos sentamos y esperamos nuestras respectivas bebidas.

Estuvimos platicando de temas sin importancia hasta que el chico que atiende llegó con nuestras bebidas, las dejó sobre la mesa y volvió con un tiramisú y un postre de fresa.

-Disculpa, nosotras no pedimos postre. - Dije con cierta confusión.

-Ah claro señorita, ustedes no, pero el joven de la mesa quince sí. Y me pidió que les dijera que todo lo que pidieran hoy va por su cuenta. Provecho. - Indicó y se retiró.

De inmediato sentí un revoloteo de emoción en el estómago tan fuerte que quise vomitar y como el rubor subió a mis mejillas. Sonreí sintiendo mis mejillas arder y mordí mi labio ansiosa.

Ahora podía sentir su suave pero atenta mirada en mí.

-No había nadie, ¿eh? - Preguntó la ojiazul con sospecha.

-Es complicado... - Dije con una sonrisa y suspiré.

-Y yo vuelo. - Levantó la ceja sin creerme. - Quiero todo a lujo de detalles...TODO, porque sabes que soy una morbosa, ahora cuenta o voy y se lo pregunto a él. - Solté una risita nerviosa.

𝐏𝐞𝐫𝐣𝐮𝐫𝐢𝐨 (𝓐𝓲𝓭𝓪𝓷 𝓖𝓪𝓵𝓵𝓪𝓰𝓱𝓮𝓻) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora