III

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1961.
A menudo, las cosas de Lily desaparecían y no las volvía a ver en un buen tiempo. Y no solo sus cosas; el periódico de papá, las agujas de tejer de mamá, algunas muñecas de Petunia corrieron la  misma suerte y Petunia todavía no perdonaba perder la jarra de su juego de té que la abuela le obsequió una Navidad. “¡Eres un tormento!”, había gritado Petunia. Su hermana le gritaba muy a menudo palabras como esas. Un par de años atrás, que las cosas se perdieran era la cosa más desconcertante del mundo. Después de Severus, Lily comprendió que probablemente la culpa era toda de ella. Aquella mañana, sus zapatos desaparecieron misteriosamente de su lugar. Y estaba muy segura que los había dejado sobre la cómoda la noche anterior. El asunto era de gran importancia, ya que aquellos zapatos eran nuevos y Petunia se encargaría de decirle a su padre lo descuidada e imprudente que era. No era que su padre se enojara demasiado, pero no le gustaba hacer el papel de tonta con él, así que miró debajo de la cama, tras la cómoda, en el armario, salió de la habitación y miró en el baño, pero no había señales de ellos en ningún lado. Resoplaba dándose por vencida cuando escuchó a Petunia gritar en el jardín. Regresó aprisa a su habitación y miró por la ventana: Petunia había salido de la casa y se distraía discutiendo con Severus, que no se atrevía a cruzar la acera de entrada a la casa. Lily se calzó unas sandalias atropelladamente y bajó rauda por las escaleras hasta el jardín. Petunia había desatado una pequeña batalla de miradas críticas en contra del niño y Severus estaba exasperándose. Lily quería evitar eso, porque sabía que Severus era capaz de…

—¡Nadie te quiere aquí!, ¡No vengas a vernos! —exclamó Petunia furiosa.

—Eres una tonta, no vengo a verte a ti, vengo a ver a Lily —replicó Severus, muy alterado.

—¡Odioso!

—Muggle.

—¡Tuney, basta! —reclamó Lily, deteniéndose junto a su amigo. Petunia se cruzó de brazos, irritada.

—Dile a tu sucio y desagradable amigo que no puede estar aquí —murmuró, altiva.

—Déjalo en paz —dijo Lily, sonrojada por el comentario.

—Los vecinos podrían verlo, y entonces pensarían que cualquier clase de persona vive aquí —continuó, mostrando los dientes.

—No digas que no te lo advertí…—murmuró Severus, furioso.

—No harás nada —advirtió Lily, tomando su mano —, mejor vámonos.

A Severus le hubiera gustado mucho darle una lección a aquella chica odiosa, pero no pensaba perder ni  un solo minuto de su tiempo con Lily. Ignoró a Petunia y anduvo tras la niña de inmediato, sorprendido por lo rápido que había cedido. Petunia se quedó pasmada momentáneamente, pero enseguida reanudó su ataque, más molesta que nunca.

—¡Fenómeno! —chilló.

—¡Ordinaria! —gritó Severus.

—¿Adónde vas, Lily? ¡Le voy a decir a mami!

—¡Le voy a decir a mami! —remedó Severus. Lily no se molestó en responder, cerca del cruce de la privada. Petunia los miró alejarse con gesto enfurruñado. Todavía se escabullía de vez en cuando tras ellos, pero esa tarde tenía planes y no pensaba ir a cuidar a su hermana. Así que regresó de nuevo a su casa, segura de que por mucho que se quejara, sus padres no regañarían a su hija consentida.

Severus y Lily corrieron y llegaron a los columpios del parque, donde Lily se apoderó de uno de ellos, vacíos a aquella hora del día.

—¡Pero qué mal corres, Severus! —dijo Lily jadeando.

—Lo sé —respondió Severus, jadeando ­—. No vuelvas a hacerme esto por favor, o te juro que voy a morir.

—Creo que papá me regañará.

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