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La luz de la luna rebotaba sobre el pavimento húmedo en Cokeworth. En la oscuridad de la calle resonaban los pasos apresurados de Eileen Prince, mientras Severus caminaba tras ella, esquivando las líneas horizontales de la banqueta. Levantó la mirada y la dirigió hacia el fondo de la calle que estaban cruzando. Era una calle muy larga y al final se encontraba el parque al que iban a jugar cada vez que podían.

¿Estaría dormida? Apenas eran las nueve. Se rascó la cabeza y después hundió las manos en las bolsas de su abrigo, porque el aire frio comenzaba a calarle los huesos. Entraron en La Hilandera, que era la calle en donde estaba su casa y que en general era un punto de referencia en aquel lugar. No muy lejos de ahí, corría un rio caudaloso y oscuro, poblado de ranas. A veces iba a aquel lugar a esconderse cuando sus padres peleaban. Después de un rato, vio aparecer la puerta de su casa y bajó de nuevo la mirada al piso, mientras escuchaba el sonido que hacían las llaves en la mano de su madre al rozarse una con otra, cuando chocó de frente con ella. Se había detenido abruptamente. Estiró el brazo izquierdo hacia atrás de inmediato, de forma protectora y Severus adivinó que algo andaba mal.

La casa estaba a oscuras, pero Tobías tenía la puerta abierta. Estaba sentado en el escalón de la entrada, fumando un cigarrillo, cosa que Eileen detestaba. La escuchó suspirar profundamente. Esta avanzó de nuevo hacia la entrada y Severus la siguió sigilosamente.

—Hace frio —observó ella.

—Que perspicaz eres —contestó él. Eileen apretó los labios.

—He traído la cena.

—Ere una madre ejemplar —respondió con indiferencia, mientras le daba otra calada a su cigarro. Eileen reprimió un gesto de asco y lo rodeó para ingresar en la vivienda. Severus la siguió y Tobías estiró repentinamente el brazo para imperdirle la entrada. Severus se detuvo abruptamente.

—Siéntate —le ordenó. Severus obedeció y tomó asiento a su lado, mientras Tobías le daba otra calada a su cigarro. Lo miró, mejor dicho, le examinó el rostro cuidadosamente, antes de exhalar el humo en su cara. Severus contuvo las ganas de toser.

—¿Qué grosería es esa? —exclamó Eileen desde el pasillo, bastante enfadada. Tobías soltó una risotada seca y macabra.

—Quizá tú puedas explicarme qué clase de grosería es esta otra —respondió, levantando en alto el sobre de Hogwarts.

Severus palideció; se levantó de inmediato de su lugar, pero Tobías hizo lo mismo, lo sujetó con fuerza del cuello y lo estampó contra la pared. Eileen regresó apresuradamente hacia ellos y extendió los brazos hacia Severus.

—¡QUÉDATE DONDE ESTAS! —bramó Tobías, mientras azotaba la puerta. Severus se atrevió a moverse de su sitio y Tobías le dio tal bofetada que lo tiró al suelo. Eileen se paralizó a medio pasillo.

—Tobías… —murmuró ahogadamente.

—Cállate.

—Por favor…

Tobías extendió una hoja de pergamino amarillento; la sacudió y se la mostró a su esposa

—¿Qué significa esto? —espetó —. ¿Magia? Pensé que ustedes dos, par de idiotas, querían jugarme una broma —Severus se levantó del piso con el labio hinchado y sangrando —. Pero entonces, vino a buscarte esa chiquilla sucia que juega contigo en el parque. Traía un sobre exactamente igual que este, así que hice mi tarea: fui directamente con sus padres a preguntarles de esto. Había una mujer con ellos, explicándoles exactamente lo que este sobre quería decir. ¡Tenemos una bruja en la familia! ¡Qué idiotez!

Tobías caminaba de un lado a otro del pasillo, bufando con furia. Severus retrocedió de inmediato, temiendo que le dieran ganas de soltar un par de puntapiés. Su mente viajó de inmediato hacia Lily. ¿La habría lastimado? No, no era tan estúpido. Además, había hablado con sus padres…

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