VII

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El penúltimo fin de semana del mes de agosto, Lily se levantó de la cama, se cepilló, se lavó la boca, se vistió. Se sentó en el borde de su cama, encorvada y con las manos cruzadas. Severus y ella no se habían visto en varios días y Lily lo extrañaba. Ese día era el tan ansiado día, el día especial y Lily no estaba contenta. Al menos, no todavía.

Al fin bajó al comedor, sentó con el resto de su familia en la mesa y se sirvió un vaso de leche mirando el reloj de la cocina. Su madre lucía tan nerviosa como ella y ceñuda, Petunia miraba una revista moviendo con desgano la cuchara en su plato de cereales. Pasó el pan tostado, las mermeladas y la jarra de café sin cruzar una sola palabra con su hermana. De pie en la salita, Henry Evans miraba por la ventana con el ceño fruncido.

—Siento que nos toman el pelo… —murmuró.

—Supongo que tendremos que esperar a que toquen el timbre de la puerta para comprobar que tan cierto es todo esto —dijo la madre de Lily, aún nerviosa. Pasó la mano por el cabello, mirando por la ventana de la cocina —. Ella parecía muy amable…

—Eso sería muy divertido —masculló Petunia, con una sonrisita malvada. Lily golpeó una nuez con la punta de los dedos y el proyectil le dio a Petunia en la nariz. Petunia levantó en alto un panquecito.

—Niñas…—advirtió su padre, todavía de espaldas.

El timbre clásico de la puerta sonó y cuatro cabezas giraron hacia ella. Después se miraron entre sí. Lily brincó en su silla, mirándolos atentamente.

—Basta, Lily, no seas tonta —susurró Petunia.

El timbre repiqueteó por segunda vez y el matrimonio Evans avanzó entre los muebles. El padre de Lily se apresuró a abrir la puerta, mientras Lily salía disparada de su silla y esta caía al piso estruendosamente.

—¡Lily! —exclamó su madre, con aire divertido.

La recién llegada no disimuló ni un momento lo divertido que le parecía el timbre empotrado en la pared. Esta vez llevaba un largo abrigo café oscuro con una bonita bufanda blanca alrededor del cuello y un largo y esponjado vestido color azul pálido debajo, combinado con unas botas muy altas y de largas agujetas. Lily las miró con atención y pensó que con toda seguridad sus medias debían ser de rayas negras y púrpuras.

—¡Buenos días! Lo siento si toqué más de la cuenta, es que esto…—dijo y timbró con fuerza de nuevo, haciendo brincar a los Evans en su sitio —Ay, lo lamento, juro que dejaré de hacerlo…

—¡Hola! —respondió Lily, saltando a un tiempo.

—¡Hola, Lily! ¿Estás lista?

—¡Sí!

—Pase por favor —murmuró el señor Evans, mientras la madre de Lily se acercaba a la recién llegada y estiraba una mano afectuosa.

—Muy buenos días, señorita Meadowes.

—Dorcas, por favor, llámeme Dorcas —dijo esta, saludando y mirando la casa con agrado. —Su casa me recuerda al hogar de mis padres, señora Evans. También había plantas por todos lados…

—La casa de la abuela está llena de ellas —comentó Lily —. ¡A la abuela le gustan mucho las plantas!

—Le agradezco que se haya tomado la molestia de…venir a…—Henry Evans se rascó ligeramente la frente. Dorcas sonrió al ver su expresión.

—Sé que aún les cuesta trabajo asimilar esto, pero todo se volverá más fácil, se los aseguro. Es obligación del  ministerio brindar asesoría adecuada a los padres de niños  magos, para que se orienten correctamente en el mundo mágico y sobre todo, para que no sean embaucados.

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