Somnolienta y con mucha sed, Lily se sentó en la cama. Miró el reloj: eran las ocho y veinte de la mañana. Se levantó de la cama, se puso sus pantuflas y bajó a la sala bostezando. La casa estaba muy silenciosa. Su madre adoraba dormir hasta tarde y su padre había trabajado ese fin de semana. Fue directo a la cocina decidida a tomar un bocadillo, pasó frente a la puerta y se dio cuenta de que la correspondencia estaba tirada frente a la puerta. La levantó con pereza y la llevó con ella a la cocina, donde la depositó sobre la mesa. La miró con muy poco interés: casi siempre eran cuentas, nada que a ella le interesara y la abuela había escrito hacia muy poco, como hacía cada mes o dos. Se dirigió al refrigerador y sacó el cartón de leche, tomó un vaso de la repisa y volvió a la mesa. Había una gran ata con galletas sobre, así que sirvió un enorme vaso de leche, sacó dos galletas y ruñó una de ellas, bebió un poco y medio durmió con el vaso en la mano. Luego se acordó que seguía en la mesa, abrió los ojos y bajó de la silla. Pensaba regresar a su habitación con el botín cuando, ya de espaldas, algo acabó con su somnolencia. Giró despacio el cuerpo y miró la correspondencia sobre la mesa: un sobre muy grande y amarillento destacaba entre los demás sobres. Lo levantó con curiosidad, lo miró por todos lados y su corazón dio un vuelco: detrás, llevaba un sello rojo, lacrado con una H mayúscula. Una H mayúscula.
Lily bajó la carta con los ojos muy abiertos. Sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. Con los dedos temblorosos, giró el sobre y leyó el destinatario:
Señorita Lily Evans. Little Garden No. 37, Cokeworth.
El sueño había desaparecido. Lily abrió el sobre lentamente, como si temiera que fuese a desaparecer de pronto, y sacó un par de hojas. Leyó el contenido, terminó, abrió mucho la boca, la cerró y volvió a leer todo de nuevo, intentando convencerse así misma que no estaba soñando:Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.
Cordialmente, Horace Slughorn.
Director adjuntoLily soltó tal grito que levantó a las durmientes de casa y casi hizo temblar los cristales de la salita de estar. Comenzó a correr por toda la cocina con la carta en alto, mientras Petunia aparecía por la escalera atropelladamente.
—¡Dios, Lily! —soltó Daisy Evans, adelantándose a Petunia. La niña estiró el cuello para ver aquello que su hermana sujetaba fuertemente entre las manos y Lily corrió hasta ella, la abrazó con fuerza y le plantó varios besos en ambas mejillas.
—¿Qué te pasa, Lily? ¿Qué es eso? —gruñó Petunia, limpiándose la cara.
—¡Soy una bruja! ¡Soy una bruja! —gritó Lily con emoción.
Petunia pestañeó, confundida, pero pronto comprendió; le arrebató la carta de las manos e intentó leerla, pero fue sustraída de entre sus dedos por su madre, intentando detener aquella eufórica escena.
—¡La carta, mamá! ¡La carta de Hogwarts! ¡Llegó, llegó! —chilló Lily.
Petunia esperó ansiosamente la reacción de su madre, que leía la misiva con cierto estupor en el rostro.