Garrick Ollivander consultó la hora en el reloj azul de siete manecillas sobre el mostrador. A un movimiento de su varita, todas las cajas que contenían estos delicados instrumentos de magia se elevaron en el aire y volaron por la habitación, volviendo al sitio exacto donde ya se encontraban antes de ser sustraídas para intentar encontrarle dueño a cada una de ellas. Revisó escrupulosamente el orden asignado a cada caja, consultó una lista en un gran pergamino que cayó al suelo y rodó más allá, hizo un par de líneas con tinta sobre ella y decidió que apenas comenzaran los cursos escolares el siguiente lunes, viajaría a Irlanda y a Noruega para conseguir plumas de fénix en el primero y pelo de unicornio en el último. Afuera había un cielo tormentoso. La campanilla de la puerta sonó. La turba de nuevos alumnos que se dirigían a sus respectivos colegios y necesitaban una varita solía terminar un fin de semana antes, pero siempre había alguien que llegaba de último momento. Ese día había estado particularmente tranquilo. Ningún chiquillo despistado se había acercado al mostrador de último minuto. Ninguno hasta ese momento. Volvió al mostrador y miró a sus clientes con mucha, mucha atención.
—Eileen Prince…espino, veinticinco centímetros y medio. Rígida.
Eileen esbozó una minúscula sonrisa, de pie en el recibidor. A su lado, Severus contempló la tienda, oscura y dispuesta a cerrar sus puertas.
—Lamento llegar tan tarde, señor Ollivander —respondió Eileen. —Espero que aún pueda atendernos.
—Aún no me marchaba —respondió Ollivander, suspicaz —. Acérquense.
Severus avanzó hasta el mostrador; siempre le resultaba extraño que algunas de las personas en aquel mundo se refiriesen a Eileen por su apellido de soltera, Prince, y no por su apellido de casada, Snape. Quizá era porque amaba las conspiraciones, pero Severus suponía que solo ciertas personas lo hacían, con cierto grado de misterio en ello. Quizá solo le gustaba imaginar cosas y Ollivander no tenía idea de que Eileen estaba casada con un muggle.
—Entonces… ¿señor Snape?
Severus alzó la mirada, algo sorprendido.
—¿Si?
—¿Está listo para comenzar sus clases?
—Sí, señor Ollivander.
Ollivander había depositado sobre el mostrador un par de cajitas alargadas; abrió una de ellas y la examinó atentamente.
—Acebo, veinticuatro centímetros, flexible.
Severus tomó la varita ofrecida con emoción. La admiró un momento y la agitó con suavidad en el aire y una ráfaga de aire se desprendió de esta.
—Muy volátil. Avellano, dieciocho centímetros, rígida —ofreció el hombre, retirando la varita anterior.
Severus agitó la nueva varita y solo consiguió que las orejas se le entumieran.
—Serbal, cuarenta centímetros, elástica —indicó Ollivander, ofreciéndole la siguiente varita. Esta tampoco mostró resultados y Severus tuvo que agitar al menos siete varitas más. Miró de reojo a Eileen, que observaba con mucha atención lo que hacía.
—¿Debe tardar tanto? —preguntó Severus.
—Una de ellas tiene que elegirte, muchacho —contestó Ollivander, poniendo la octava varita entre sus dedos. Severus frunció el ceño con aire incrédulo.
—¿No debería ser yo quien la elija? ¿Cómo va a elegirme ella a mí? —dijo Severus. Ollivander lo miró con fijeza.
—La varita elije al mago, nunca a la inversa.
—El mago fabrica la varita, ¿Cómo va a elegir el producto? Un niño no elige a sus padres.
Ollivander alzó una ceja, divertido por el comentario.
—¿Cómo se elige una varita? ¿Por su apariencia física?
Severus frunció el ceño.
—Supongo que eso es algo muy superficial.
—Lo es.
—Tendría que saber de qué está hecha.
—¿Eso de que te serviría?
—Sabría qué clase de poder la compone.
—¿Crees que puedes manejar eso? —Ollivander se irguió y se cruzó de brazos. —Todas las varitas en esta tienda están compuestas por tres núcleos distintos: pelo de crin de unicornio, nervio de corazón de dragón, pluma de cola de ave fénix. Dígame, señor Snape, ¿Cuál es el componente más poderoso de todos?
Severus se mordió un dedo, pensativamente. Ciertamente, era difícil decidir cuál de aquellos núcleos superaba a los otros dos. Cada criatura que cedía una parte de sí para crear una varita, tenía su propio y único y maravilloso poder y un misterioso origen.
—¿Entonces? —insistió Ollivander.
—Creo que, haciendo un análisis rápido, tendría que admitir que el pelo de unicornio es mucho más poderoso.
—¿Por qué?
—Es una criatura escasa y mística en toda su totalidad. Es mucho más factible encontrar un ave fénix que un unicornio.
—¿Entonces, elegiría ese material?
—Elegiría el nervio de dragón —murmuró.
Ollivander alzó ambas cejas en la frente.
—¿El nervio de dragón, está seguro? ¿Podría explicarme por qué?
—Quizá porque viene del corazón…
Los ojos plateados de Ollivander brillaron fugazmente; una sonrisa extraña se dibujó en la comisura de sus labios y Severus se sintió estúpido y depositó la varita que tenía en las manos sobre el mostrador. Miró de reojo a Eileen, que parecía contener una sonrisa en la boca y comenzó a enervarse.
—No todo es abedul y espino o sauce y fresno. Usamos la tabla celta como guía para elaborarlas, pero no usamos únicamente esos materiales, a excepción del núcleo —continuó Ollivander. —Prueba esta varita hecha con cedro, quizá te funcione.
Severus tomó la varita y la agitó brevemente, pero solo exhaló una nube de humo gris. Ollivander casi se la arrebató de la mano y puso entre sus dedos una larga y lustrosa varita de color negro que Severus tomó con agrado. Por supuesto que elegir una varita por su aspecto era algo superficial, pero aquella varita le gustó nada más verla. El tacto le resultó agradable y al ser larga, parecía algo pesada, pero en su mano se sentía ligera y manejable. La admiró con atención antes de recordar que debía al menos intentar hacer algo. Movió la varita en el aire, dejando tras el movimiento, una estela de color plata y el juego le agradó; hizo un par de espirales con ella antes de mirar a Ollivander.
—He sido elegido —declaró.
Ollivander rió de buena gana.
—Pino negro, treinta y ocho centímetros. Rígida. Nervio de corazón de dragón —explicó, cerrándole un ojo.
Salieron de la tienda de varitas y el callejón Diagon ya lucía solo y muy apagado. Eileen se cubrió el pecho con su capa y Severus refundió las manos en los bolsillos de su abrigo. Sonreía levemente, feliz por la adquisición. La varita de Lily era asombrosa y Severus casi desesperó hasta que Eileen decidió por fin, a dos días de marcharse, llevarlo al callejón a buscar la suya. La apresó con fuerza dentro de su bolsillo.
En solo dos días se marchaba al colegio. Severus levantó la mirada de los adoquines y miró a su madre.
—Fue una respuesta inesperada —comentó ella.
—¿Fue una mala respuesta?
—Ya respondí esa pregunta.
—¿Por qué fue inesperada?
Eileen se encogió de hombros y Severus enrojeció.
—¿Sabes por qué contesté eso? —dijo, con aire sabiondo. Eileen negó con la cabeza. —Porque los otros dos elementos están en la parte trasera del cuerpo…
Eileen apretó los dientes. Se talló los labios tratando de no reírse mientras su vástago reía a sus anchas
—Eres un tonto, Severus…