Con el corazón palpitante, Severus atravesó la estación de King Cross. Una densa cortina de vapor anunciaba un septiembre frío; un letrero colgante de un dosel marcaba el número del andén: 9 y ¾ con letras doradas y un rótulo sobre la máquina principal anunciaba: Expreso de Hogwarts. La despedida de Eileen había sido parca. Por un momento le pareció ver cierto aire de alivio en su rostro, cuando esperaba ver algo de tristeza o lágrimas de felicidad, como todos los demás padres que despedían a sus hijos. Ellos se abrazaban y lloraban al despedirse, besando frentes y agitando las manos en el aire, felices y tristes a la vez, pero su madre nada. Ella solo parecía aliviada. Quizá aliviada de deshacerse por fin de él. Como muchas otras veces, Severus sintió un nudo en la boca del estómago, pero no dijo palabra alguna; había contemplado a los Evans, a escasos metros de donde su madre y él estaban parados. Le había costado trabajo no carcajearse cuando Petunia Evans atravesó el muro de ladrillos en King Cross, segura de que se estrellaría contra la pared. La madre de Lily miraba todo, embobada, como niña pequeña. Señalándolo todo, los niños y niñas, las lechuzas, los gatos, las familias que le parecían extrañas. El padre también parecía emocionado. A su lado, una joven mujer les daba lo que parecía ser una indicación y el señor Evans le prestaban su total atención. Un par de adultos cruzaron palabras con ellos y parecían emocionados, no de llevar a sus hijos sino de, Severus comprendió, poder charlar con una familia muggle. Distraídos como estaban, no notaron la pequeña tormenta que se desarrollaba entre sus hijas; Petunia estaba muy enojada y Lily, tomándola del brazo, le susurraba algo de forma insistente con la angustia marcada en el rostro. Un par de chicos sí que se dieron cuenta y se rieron entre ellos, divertidos, mientras las miraban con cierto desprecio.
Por un momento, Lily pareció muy molesta y el rostro de Petunia se volvió rojo escarlata, Lily miró a Severus con aire de culpa y Petunia también, pero esta le lanzó una llameante mirada. "¿Qué rayos está pasando con ellas?", pensó, cuando el silbato del tren pitó dando la última señal para abordar. Bajó la cabeza y miró la punta de sus zapatos, mientras se daban los últimos abrazos apresurados, los besos en la frente, las lágrimas de algunas madres...Después, los alumnos abordaron al expreso y Lily con ellos, con las lágrimas corriéndole por el rostro. Severus no entendía por qué demoró hasta el último instante, puesto que no había abrazo, lágrimas, ni último beso que recibir por parte de Eileen. Solo un último gesto, la mano de su madre acariciando su cabello y adiós. ¿No debía estar saltando de alegría por aquello?
-Sé cuidadoso, Severus -dijo Eileen de pronto -. Los amigos que hagas en Hogwarts serán para toda la vida. Y los enemigos también. Debes destacar en tu casa. Y donde sea que vayas.
Severus la escuchó frunciendo el ceño.
-Yo seré Slytherin como tú, mamá.
Esperó a que ella lo mirara directamente, pero no lo hizo. Mantuvo la mirada firme sobre el esmalte de la locomotora.
-No tienes qué -murmuró.
Severus abordó por fin, preocupado y apesadumbrado; solo hasta ese instante lo asaltó el recuerdo de que él se iba, pero Eileen se quedaba sola, Tobías. Miró por la ventana una última vez a su madre, pero ya había desaparecido y Severus avanzó por el pasillo, buscando a Lily.
Caminó entre la ola de estudiantes alborozados, lechuzas ululando y un grupo de chicos haciendo bromas a todo aquel que se atreviera a meter la mano en una urna de madera que llevaban. Intentó pasar de lado pero chocó de frente con un grupo de fornidos alumnos (quizá de séptimo curso) y luego volvió a tropezar con algunas chicas que lo miraron con desagrado. Todos parecían tener mucho que hacer fuera de los compartimientos. Una bengala de humo recorrió el pasillo velozmente y Severus pegó la espalda contra la pared.
-Eres de primer curso, ¿verdad?
La voz cargada de autoridad lo detuvo en seco; Severus dio la vuelta de inmediato.