SHIHO
Tal y como dijo se presentó en casa del profesor a las siete y media.
SHIHO: ¿Qué quieres ver?
SHINICHI: ¿Una de miedo?
SHIHO: Ni hablar, que luego no duermo.
SHINICHI: ¿Te asustan? (dijo con una mezcla de sorpresa y malicia)
SHIHO: Pues sí (respondí cruzando los brazos). Por algo las llaman "películas de miedo" (dije en tono burlón)
SHINICHI: Vamos ... (se quejó)
SHIHO: ... está bien.
Pronto me arrepentí de haber aceptado. A pesar de que no me gustaba mostrar mis debilidades, no podía evitar apretar el brazo de Shinichi cada vez que me asustaba. Él por su parte parecía encantado con la situación e incluso la película le parecía chistosa. Cuando terminó me miró sonriente.
SHINICHI: No ha sido para tanto, ¿eh?
SHIHO: Yo te mato ... (mascullé fulminándolo con la mirada)
Eran las diez. Me levanté hacia la cocina para hacer la cena, aún molesta, pero cuando iba a sacar algo para comer del frigorífico noté sus brazos rodeándome delicadamente la cintura. No dije nada, solo cerré los ojos, como asimilando el acto. Él se acercaba lentamente hacia mi cuello mientras notaba como su respiración me daba un cosquilleo muy agradable y tranquilizador.
SHINICHI: Vamos, ¿no te habrás enfadado? (me susurró al oído)
SHIHO: ... un poco (dije haciéndome de rogar)
Sonrió ligeramente, pues sabía que mentía.
SHINICHI: (Besándome el cuello) ¿Ah, sí? ¿En serio?
No pude evitar un largo y pesado suspiro, que denotaba que me rendía.
SHIHO: ... tú ganas (sonreí)
Pensé que se quitaría pero al contrario. Comenzó a recorrer pausadamente todo mi cuerpo, los pechos, la cintura, los muslos ... yo me quedé paralizada, poniendo mi atención en cada movimiento que hacía con esas manos prodigiosas. Era increíble como un simple contacto por encima de la ropa podía excitarme tanto. Me giré y me dirigí a sus labios. Al principio fue cortés y muy dulce pero poco a poco fue subiendo la intensidad. Me tumbó encima de la mesa de la cocina, apartando todo lo que hacía en ella sin importarle que muchas de esas cosas hubieran caído al suelo, y aprisionándome con sus fuertes brazos para darme a entender que no tenía la más mínima intención de dejarme ir. Mientras le fui desabrochando poco a poco la camisa, con algo de dificultad pues los botones eran pequeños. Deseaba tanto verlo sin ella que mis intentos cada vez se volvieron más desesperados. Él me miró con una chispa de malicia en sus azules y profundos ojos. Esa impaciencia parecía hacerle disfrutar, y mucho. Finalmente lo logré. Levantó las manos de encima de la mesa para ayudarme a quitársela del todo. Recorrí tímidamente su torso con las manos. Tenía un cuerpo increíble, mejor de lo que me había imaginado. Me sentía realmente afortunada. Él aprovechó mi despiste para desabrochar mi camisa, con bastante más facilidad que yo.