"... Sueños espectrales saldrán de tu corazón y se alimentarán de tu sangre". – Leyó Frank en silencio.
Aquél pequeño libro rudimentario le había sido obsequiado por la anciana madre del panadero cuando fue — como todos los días — a surtir el encargo de huevos y leche.
"Libro de los vampiros" era el título escrito por alguna mano temblorosa que adjuntaba rezos y sortilegios para protegerse de los seres malignos.
El chico castaño no daba crédito a aquellas palabras, sus visitas a la biblioteca de la iglesia y abundantes lecturas le permitían sentirse más culto y escéptico que el resto de habitantes de Wisborg, aunque en muchos aspectos pecaba de inocente.
Vivían en Wisborg el señor Iero y su familia a las afueras de ese pueblo rico en tradiciones y con un número de habitantes que nunca cambiaba.
Frank, el primogénito de los Iero, se encontraba de regreso luego de su atareado día repartiendo los productos de su granja, eran los únicos momentos en que podía visitar el pueblo y disfrutar del mundo que le rodeaba.
Desde la entrada pudo divisar a su hermanita jugueteando con el gato de la casa hasta que su padre la llamó para que regresara a sus labores.
–Te traje un regalo.– Anunció el avellana apenas cruzó la puerta.
La pequeña pelinegra dejó de lado aguja e hilo de su bordado para correr a saludarlo, desde la partida de su madre tenía miedo de que Frank también saliera para no regresar, verlo de pie a mitad del recibidor siempre era motivo de alegría.
–Espero que te gusten.– Susurró sacando un pequeño ramo de flores que había escondido en su abrigo así como varias bayas dulces
–Oh Frankie, eres el mejor hermano.– Musitó la pequeña Jamia acariciando las flores de la misma manera en que acariciaba al gato.
–¡Frank!.– El inconfundible grito de su padre se escuchó por toda la casa.
–Aquí estoy padre.– Se apresuró a su encuentro
–Te he dicho que al llegar debes reportarte primero conmigo.– Su voz áspera y tono cruel hacían sonar aquello como el regaño de un patrón y no como la preocupación de un padre.
–Lo siento señor.– Bajó la mirada.
–¿Y el dinero?
–Aquí lo tengo padre.– Dijo más animado mientras sacaba el pañuelo anudado donde guardaba las monedas, cada vez tenían mayor número de ganancias.
–Falta dinero
Aquellas simples palabras siempre habían hecho temblar a Frank, su padre era estricto respecto a los gastos y la razón por la que había gastado ese dinero lo haría enojar más.
–Co... compré un libro...– Habló casi sin aire, pero siempre optimista, sacó de su abrigo la adquisición del día.
–¿Un libro? ¿Para qué quieres un maldito libro? Deberías ponerte a trabajar como gente honrada y no estar perdiendo el tiempo con basura sacrílega.
–No es basura.– Comentó acercando el libro a su pecho, aquellas páginas eran su escape de la realidad, podía visitar lugares exóticos y vivir aventuras inimaginables que su condición nunca podría permitirle.
–Dame eso.– Extendió el brazo su padre con toda la intención de arrojar el libro al fuego, como había hecho otras veces.
No estaba dispuesto a seguir soportando palizas, triste, dejó el libro en manos de su padre mientras intentaba no llorar, esperaba escuchar el crepitar de las pastas y la intensificación del calor en la habitación, sin embargo, ésta vez no ocurrió.
El señor Iero hojeaba las páginas de aquel pequeño libro y Frank se sintió aliviado por haber entregado el libro regalado en lugar de aquel que compró a un vendedor errante.
–Bueno, al menos esta vez sí trajiste algo que sirve.– Mostró la página garabateada con los rezos que habían de hacer huir a cualquier demonio.– Sabes, nunca te conté de mi encuentro con ese ser ¿cierto?.– Habló más animado encendiendo un puro y tomando asiento de nuevo.
–No señor.– Mintió, aquel ser imaginario era de lo único que podía hablar.
–Fue hace unos años, antes de mudarnos, recuerdo que tu madre se ponía histérica con esos cuentos de los aldeanos y siempre amenazaba con irse.
–<<Si quería irse era por tus golpes>>.– Pensó y apretó los puños para contener la frustración.
–Me tenía harto, todos los días era la misma maldita historia sobre sus pesadillas con un hombre de piel pálida y colmillos, ella decía que lo miraba de pie acechando por la ventana, pero eso nunca lo pude comprobar.
Frank quería hablar, decir que estaba cansado de aquella historia y que pronto haría lo mismo que su madre, irse para siempre de aquel jodido lugar. El reloj del estudio sonó, indicando que era la hora de cenar y dando por terminada aquella historia.
Antes de dormir, acercó lo más posible la vela que alumbraba su alcoba, aquel libro que había comprado trataba sobre mitos y leyendas orientales, una en especial llamó su atención y se mantuvo despierto hasta terminar de leer.
"Un hilo rojo invisible conecta a aquellos destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, lugar o circunstancias." Fue lo último que leyó antes de caer rendido.
Por la mañana su rutina se repetía, antes de que amaneciera se levantaba para asearse, ordenaba la alcoba, alimentaba a los animales y recogía huevos, leche, hortalizas y frutos según la temporada. Comía una hogaza de pan con alguna fruta en mal estado antes de cargar la carreta que lo llevaría al centro del pueblo.
Esta vez se le unió Jamia, había estado bordando e hilando por encargo y auguraban una buena venta.
A Frank no le agradaba que su hermana le acompañara, cuando los aldeanos miraban a la pequeña solían lanzar comentarios lastimeros.
"Miren a la pequeña, pobrecilla, crecer sin una madre".– Solía decir alguna señora malintencionada
"Calla, que la madre es una desvergonzada que prefirió abandonar a su familia".– Respondía otra mujer aún más venenosa.
Otros más comentaban que era mejor recibir a los hermanos y no al malhumorado padre que solía subir los precios y poner mala cara.
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Vampires will never hurt you
Fanfiction"And if they get me, take this spike and You put the spike in my heart!" 🫀🩸 Cómo el grito nocturno de un ave de mal agüero, así quizás suene la palabra "Nosferatu", pero guárdate de pronunciarla o las imágenes de la vida se desvanecerán en las som...