Corro hasta el puesto lo más rápido que puedo, hay por lo menos 20 personas delante de mí en la fila, todas igual de desesperadas; igual de preocupadas. Hace un par de semanas se desato una enfermedad desconocida, lo único que sabemos es que hace que la fiebre sea tan alta y que el corazón lata cada vez más lento.
Todos los que estamos aquí venimos en busca del medicamento que logre ayudar a nuestros familiares enfermos, este es el único lugar donde podemos conseguirlo y es poca la cantidad que tienen asi que además de ser muy costoso no hay suficiente para todos.
Miro como la fila avanza lentamente y recuerdo como mi padre y mi hermano llegaron del bosque donde talan arboles muy cansados, decían que estaban bien, pero era obvio que no; no tardamos demasiado en enterarnos que más trabajadores cercanos al bosque estaban presentando los mismos síntomas.
Tres semanas después la gente ha dejado de contagiarse al ir al bosque, pero no hay cura para quienes ya están enfermos, y algo que no quiero admitir siempre ronda mi cabeza.
Aquel que ha contraído la enfermedad no sobrevive. Son contados quienes viven.
Estoy a dos personas de que sea mi turno, cuento de nuevo las monedas en mi mano para estar segura de que no me falta dinero.
- Lo siento, no hay más – menciona una chica con cara de cansancio
El miedo me invade y escucho a los demás comenzar a gritar desesperados y a la chica pedir perdón de muchas maneras. Varias personas se abalanzan en busca de más frascos de cristal con el líquido café claro que hace que los síntomas se controlen temporalmente, pero no hay más.
Mi padre y hermano igual que muchos otros están luchando por sobrevivir, pero sin el medicamento no lo lograran. Nos miramos desesperados y hay un chico que se deja caer en el suelo llorando.
Como puedo corro en dirección a casa, las lágrimas no me dejan ver del todo el camino y hacen que varias veces esté a punto de caer, no puede importar me menos. Cuando entro a casa puedo notar la falta de luz al no amanecer aun, y escucho los leves quejidos de Esteban, su cabello castaño claro se le pega a la frente por el sudor mientras mi madre está sentada a su lado poniendo trapos húmedos en su frente.
Mamá gira para verme y en cuanto nota que no traigo el frasco con la medicina se lleva una mano a la boca mientras sus ojos se llenan de lágrimas.
- Ania... - pronuncia con voz quebrada
- No había suficiente – menciono con la voz débil, entrecortada – ya no hay más y...
Suelto un sollozo mientras Lidia, mi hermana mayor, palidece y pareciera que va a desmayarse. Mamá mira a Esteban y se tira a llorar sobre su pecho sin poder contenerse, miro al fondo de la habitación donde está mi padre en una peor condición que mi hermano; camino lentamente hasta donde esta y aunque sé que se encuentra dormido comienzo a tomar su mano.
- Esto no es justo – la desesperación que sentí hace unos minutos no se compara con este momento - ¡¿Por qué tenía que pasar esto?!
No puedo siquiera imaginar el que ellos ya no estén en mi vida, lo son todo para mí y me siento tan impotente de no poder hacer nada para que dejen de sufrir, todos dicen que esto es culpa de los dioses oscuros, del dios de la muerte que ha mandado esta enfermedad para atacar a Pollux, ya que es gobernado por su enemigo el dios de la vida.
Suelto su mano delicadamente y salgo de la casa para tomar un poco de aire, pero es imposible, solo puedo pensar en que debo hacer algo o ellos se irán para siempre.
Jamás había tenido tanto miedo como en este momento y no tengo ni la menor idea de que debería hacer. Trato de controlar mi respiración y miro a mi alrededor, puedo ver la casa de Hazel, un amigo de muchos años; en su familia su madre había contraído esta enfermedad y hace unos días se ha recuperado.
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El dios de la muerte
FantasiaAnia esta desesperada, su padre y hermano están al borde de la muerte gracias a una extraña enfermedad que ataca Pollux, con poco medicamento y solo disponible para quien pueda pagarlo, no encuentra la manera de salvar la vida de sus seres queridos...