Salvar la propia imagen

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Una de las razones de mentir puede ser querer salvaguardar ante los demás una
determinada imagen que pensamos que tienen de nosotros. En este caso, la principal
razón para mentir es la vergüenza o intentar evitar el deterioro de la reputación y de la
imagen. Hay cierta comprensión hacia quien miente para salvar su imagen. En palabras
del escritor australiano Patrick White, «Una mentira, sin embargo, no encierra una cabal
malicia cuando se profiere en defensa del honor».
Todos necesitamos crear en los demás una buena impresión. Intentamos controlar la
imagen que se forman de nosotros, de tal modo que en todas las situaciones queremos
influir en cómo nos perciben los demás, para mostrar la imagen más favorable. Cuando
queremos salvar la cara a toda costa, podemos llegar a mentir para presentar o conservar
una buena imagen de nosotros.
Una parte de todo engaño es lo que se conoce con el nombre de «formación de
impresiones» o «manejo de impresiones», que ocurre al proporcionar a los demás
información dirigida a crear una imagen socialmente adecuada de nosotros mismos. La
mentira cumple no sólo la función de ocultar la verdad, sino también la de presentar una
impresión favorable ante los otros, que nos brinda seguridad y protección, y previene o
evita al mismo tiempo la vergüenza pública y la crítica o valoración negativa de los
demás.
En algunas situaciones especiales podemos experimentar, además, una fuerte
presión social para dar una buena imagen ante los demás. En esos instantes «queremos
quedar bien» o tenemos necesidad de que nos vean y de que nos evalúen
favorablemente. Esto es especialmente importante en situaciones, que llamamos
evaluadoras, en las que se espera que los demás se formen un juicio o una opinión de
nosotros al terminar el encuentro, como puede ser en una entrevista de empleo, cuando
conocemos a alguien o en las primeras citas amorosas con una persona (y a veces incluso
en las últimas).
En general, queremos aparecer ante los demás como más inteligentes, más
educados, más bellos, más atractivos, más poderosos o más ricos de lo que somos. Esta
tendencia a querer «quedar bien» es muy fuerte y es difícil sustraerse a ella. Además,
nos preocupa mucho el resultado de esa evaluación o de ese «examen» que nos hacen, o
que creemos que nos hacen los demás, en esas situaciones evaluadoras. Existen
diferencias de género en la forma en la que nos presentamos ante los demás, de manera
que es frecuente que los hombres quieran parecer más poderosos, ricos o inteligentes de
lo que son, y que las mujeres por su parte quieran mostrar más interés por los demás del
que tienen realmente, datos relacionados con los respectivos estilos conversacionales de
los que hablaremos después. La tendencia a mentir o a exagerar en estas situaciones es
muy fuerte y casi forma parte de las convenciones sociales el que se sobrestimen o se
exageren los méritos de uno para conseguir quedar bien ante los demás.
También, en términos generales, cuanto mayor es el rango social, más se tiene que
perder, mayor es el miedo y menor la tendencia a reconocer o confesar que se ha
ocultado algo o que se ha cometido un acto más o menos reprobable. Hay que señalar
que, dado el carácter privado de la imagen personal, lo determinante y lo importante en
estos casos es la percepción subjetiva de la posición social (la que nosotros pensamos
que tenemos y la que creemos que los demás tienen de nosotros) y no la real. En la
mayoría de las ocasiones, a menos personas de las que pensamos les interesa, en último
extremo, si hemos hecho o dejado de hacer algo cuestionable.

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