TODO VALE POR LA CAUSA

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Hace unos años y a partir de un artículo publicado en The New York Times, los medios de comunicación
pusieron de manifiesto que Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz de nacionalidad guatemalteca, mintió
acerca de su pasado inventando una biografía de abusos, desgracias y persecuciones personales y familiares
desde su infancia. Su padre murió en el asalto a la embajada española en Guatemala y su madre fue asesinada
presuntamente por el ejército de su país. Por si no fueran éstas bastantes desgracias, la señora Menchú
añadía en su biografía algunos crímenes más cometidos contra su persona. Testigos de su niñez y
adolescencia, en concreto pertenecientes a la congregación de monjas belgas que la atendieron, cuidaron y
educaron, confirmaron que su infancia real no se correspondía totalmente con la versión dada por la
indígena. Sus partidarios alegaron que la falsa biografía era en realidad una metáfora que sintetizaba el dolor,
el sufrimiento y la agresión de muchas mujeres indígenas de todo el planeta. Además de las acusaciones que
dirigían contra quienes osaron llamarla mentirosa, sus valedores dejaban entrever que era una suerte que esta
mujer tuviera el valor de ser un símbolo para el resto de sus congéneres.
Evelin Sullivan (2003), en su ensayo sobre la mentira, habla de las condiciones que
debe reunir la mentira para ser socialmente tolerable. Para Sullivan las mentiras pueden
tener tolerancia social e incluso aplauso cuando se dan algunas de las siguientes
circunstancias: que sean ingeniosas o divertidas, que sean obra de un granuja o
embaucador simpático e ingenioso, que no nos sintamos ofendidos por ellas, que sean
hasta cierto punto inofensivas o que sus motivos no perjudiquen a nadie, que el
mentiroso sea una persona débil y no tenga otro medio de enfrentarse al poderoso injusto
y en general que sus consecuencias sean leves.
Los estudiosos de la mentira suelen ser bastante pragmáticos y realistas y reconocen
que la mentira y el engaño constituyen una parte no pequeña de la comunicación
humana. Sólo desaparecerían en una sociedad utópica como la descrita por Jonathan
Swift en el viaje de Gulliver al país de los equinos Houyhnhnm, donde, en una vida
guiada por la razón, la virtud y la sencillez, sus habitantes no conocen la mentira. El
escritor irlandés entiende que en el origen de ésta se encuentran el deseo, el vicio y la
maldad, inherentes a la condición humana. Es posible que la simulación y el engaño sean
componentes esenciales de lo que los psicólogos llaman «inteligencia social» o
«competencia social», conceptos que describen el conjunto de habilidades para
comunicarse eficazmente con los demás.
La abundancia de mentiras en nuestra vida social hace que seamos más
competentes en decir mentiras, de poca importancia y de consecuencias leves, que en
detectarlas. Mentir bien en cuestiones relevantes es, sin embargo, más difícil, aunque la
detección no lo es tanto, como veremos en el resto del libro

LA PSICOLOGÍA DE LA MENTIRA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora