Capitulo 13.

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Lentamente, abro los ojos y la intensa luz que inunda el espacio me obliga a cerrarlos de inmediato. Con el tiempo, me voy acostumbrando a la claridad y, al abrirlos nuevamente, me doy cuenta de que estoy en mi habitación temporal. Un escalofrío recorre mi cuerpo al notar que la ventana está abierta y algo capta mi atención: estoy vestida de manera diferente, con un vestido completamente blanco. Me siento en la cama, recordando los eventos de la noche anterior, y una sensación de confusión me invade.

¿Cómo llegué a este lugar?

¿Quién fue la última persona que escuché?

Me levanto rápidamente de la cama y me dirijo al baño, donde me quito la ropa y entro en la ducha. Al abrir el grifo, el agua fría me sorprende y me hace estremecer, cubriendo mi rostro y cuerpo. Con el jabón en mano, lo froto con fuerza sobre mi piel hasta sentirme completamente limpia. Después de cerrar el grifo, cepillo mis dientes y, al salir del baño, me acerco a la gran bolsa de regalo que me dio Hanna. Elijo un vestido de color vino tinto, elegante y que llega justo debajo de mis rodillas, con un escote en forma de corazón y mangas largas. Luego, me dirijo a mi maleta y coloco delicadamente unos tacones negros en mis pies.

Justo cuando estoy a punto de cerrar la bolsa, descubro en el fondo una pequeña bolsita roja que me sorprende. Al abrirla, encuentro un labial rojo que me trae recuerdos desagradables. Me acerco al baño y, frente al espejo, pinto mis labios con ese color que evoca memorias horribles. Una vez que me veo presentable, salgo de mi habitación en dirección al desayuno, bajando las escaleras con cuidado para no hacer ruido con mis tacones. Hanna no es la única que sabe manejarlos con destreza. Al llegar al primer piso, veo a las Miller sentadas en la mesa desayunando, mientras Hanna disfruta de una copa de vino. Al notar mi presencia, las expresiones de las Miller cambian de tranquilidad a horror y preocupación, mientras que Hanna levanta su copa en mi dirección.

—Te queda mejor que a mí, Delaney —dijo Hanna con una sonrisa en su rostro.

—Te lo agradezco —respondí mientras me acercaba a ellas.

Al sentarme frente a Hanna, ella me dedicó una amplia sonrisa, mientras que las hermanas Miller me observaban en silencio.

—¿No se ve increíble, chicas? —preguntó Hanna, rompiendo el silencio.

Ambas desviaron su mirada hacia sus desayunos, lo que provocó que Hanna asintiera lentamente en respuesta.

—Se... se ve hermosa —tartamudeó Hillary, visiblemente nerviosa.

—Ese color está prohibido en esta mansión —anunció Hellen, lo que me hizo fruncir el ceño en señal de descontento.

—Sin embargo, Hanna lo lleva —repliqué, tratando de defenderme.

—Ella es la excepción —declaró Hellen con firmeza.

—Basta de eso, Hellen —intervino Hanna, defendiendo mi elección—. Delaney, eres libre de usar ese color

—¿Cuál es tu problema, Hellen? —le pregunté, mirándola con curiosidad.

—No sé de lo que hablas... —respondió ella, evadiendo mi mirada.

—Por supuesto que lo haces.

—Cuando encuentres a tu esposo sin vida —me dice con una mirada penetrante—. Con un beso carmesí en su rostro, entonces comprenderás mi razón.

—Hellen, pareces más afectada que la propia Hillary —comenta Hanna, lo que provoca que Hellen se levante de repente y apunte con su cuchillo de mesa hacia ella.

—¡Tú no sabes nada! ¡Tú no has perdido al hombre que amabas! —grita Hellen, mientras Hanna también se pone de pie.

Oh, claro que sí lo perdió.

—¡Te recuerdo que también perdí a mi mejor amigo! —exclama Hanna.

—¡Tu sufrimiento y el mío jamás podrán ser comparados!

—¿¡Basta, no ven que me están haciendo daño!? —grita Hillary, levantándose y dirigiéndose hacia las escaleras.

—¡Hillary! —la llamo.

—Si sigues comportandote de esta manera —advierte Hanna mientras se dirige hacia las escaleras—. Te pediré que regreses a Boston, Hanna.

—Recuerda quién soy y quién eres tú, Hellen —responde Hanna.

—Soy la dueña de esta mansión.

—No deberías desperdiciar tus palabras aquí, mejor ve a ver a tu hija.

—No te involucres, es mi hija. 

—Ve y da consuelo a tu hija —respondió Hanna con desdén—. Porque ni siquiera eso sabes hacer. 

—¿Qué sabes tú sobre la maternidad? —interrogó Hellen, deteniéndose abruptamente. 

—Sé mucho más que tú —replicó Hanna mientras se quitaba los guantes—. Al menos yo no estoy sumida en una tristeza que me impide ver cómo eso afecta a mi propia hija. 

—No tienes idea, Hillary está bien. 

—¿De verdad? —inquirió Hanna—. Hillary llora en silencio, mientras tú te ahogas en el alcohol. 

—¡Cállate! —gritó Hellen, tratando de ocultar su rabia. 

—La culpa te perseguirá siempre. 

—Sal de mi mansión, Hanna. 

—Te recuerdo que pronto esta mansión será mía, maldita alcohólica. 

Hellen subió las escaleras, y Hanna se alejó de la mesa, dirigiéndose hacia la puerta principal, pero antes de marcharse, me miró con una expresión de pena y malestar.

—Lamentó que veas esta parte de nosotras —dice acomodando su cabello.

—No es tu culpa, Hanna.

—No, no lo es —contestó saliendo de la mansión.

Mientras disfruto de mi desayuno, mi mente está llena de pensamientos dispersos. Al finalizar la comida, limpio mis labios con una servilleta y me dirijo hacia las escaleras. Subo con lentitud, analizando cada rincón de este lugar, y al llegar al último escalón, me encuentro con la puerta de la habitación de Hillary cerrada. En el suelo, su madre llora desconsoladamente, golpeando la puerta de su hija con desesperación. Sin pronunciar una palabra, la observo y continúo mi camino hacia mi habitación, donde solo tomo mi mochila antes de salir en dirección a un lugar específico: la oficina de Brais. Hoy, finalmente, después de tantos días de espera, tendría la oportunidad de leer el diario.

Al ingresar a la oficina, una sonrisa se dibuja en mi rostro, sintiendo que estoy en el lugar correcto. Prefiero observar en silencio, ya que creo que eso me proporcionará más respuestas que si interrumpiera con preguntas. Me acerco a uno de los muebles y, con cuidado, saco el diario de mi mochila, lista para retomar la lectura desde donde la había dejado.

 Me acerco a uno de los muebles y, con cuidado, saco el diario de mi mochila, lista para retomar la lectura desde donde la había dejado

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