Capitulo 15.

7 1 0
                                    

—Si.

Palabras sencillas, pero con un profundo significado. Esa era la gran expectativa que albergaba antes de que comenzáramos a compartir nuestros secretos más íntimos. Hillary se despojó de su ropa frente a mí; su piel era tan pálida como la mía, y un pequeño lunar en su espalda captó especialmente mi atención. Luego, se puso un vestido de pijama corto y me miró con una sonrisa.

—Te toca a ti —dijo.

La vergüenza me invadió, haciendo que mis mejillas se sonrojaran mientras comenzaba a quitarme lentamente el vestido, quedando solo en lencería blanca. Rápidamente, me puse el pijama de short y blusa que ella me había regalado.

—Espera un momento, ¿tienes un lunar en la nalga derecha? —preguntó, provocando que me sintiera aún más avergonzada.

—Vaya, pensé que no lo habrías notado —respondí.

—Es interesante —dijo ella.

—Supongo —contesté, mientras ambas nos sentábamos en la cama. Hillary sacó un álbum que había escondido debajo de su almohada, sonriendo con nostalgia al verlo.

—Si te resulta difícil, no es necesario que lo digas, Hillary.

—Está bien...

Ella abre el álbum y comienza a mostrarme imágenes de su vida, desde su etapa en el vientre materno, pasando por su nacimiento, hasta los momentos en que dio sus primeros pasos y otras experiencias significativas. Sin embargo, en las fotografías familiares, Brais no parece sonreír, mientras que en las imágenes donde aparece solo con Hillary, su sonrisa es amplia y contagiosa.

—¿Notas algo extraño? —pregunta ella.

—Tu padre no sonríe mucho.

—Sonreía bastante, pero no cuando estaba con mi madre.

—¿Qué implica eso, Hillary? —le inquirí.

—Mi padre no la amaba y ella lo sabía; solo estaban juntos por mí —confiesa con sinceridad.

—Lamento escuchar eso, Hillary.

—No te preocupes.

—No es necesario que continúes.

—Cuando tenía catorce años —prosiguió—, mi madre me reveló, mientras estaba bajo los efectos del alcohol, que él la había engañado.

—Debió ser una experiencia sumamente complicada para ti.

—Así fue —respondió con un suspiro—, pero mi enojo era abrumador.

—¿Qué fue lo que te llevó a sentirte así, Hillary? —le pregunté con curiosidad.

—No me preocupaba si el la dejaba —admitió—, lo que realmente me dolía era la posibilidad de que yo fuera la que quedará atrás.

—Eres su hija, es natural que nadie desee que su padre se aleje de ella.

—Mi madre enfrenta crisis emocionales, no puede controlar su consumo de alcohol y, en ocasiones, me hiere.

—¿Cómo es posible? —exclamé, sorprendida.

—Ese es mi secreto, Delaney.

Sin pensarlo, la abracé, sintiendo una profunda tristeza por esta joven que solo anhelaba amor y apoyo.

—Ahora es tu turno, comparte tu secreto conmigo.

—Es algo que me cuesta mucho —le respondí con sinceridad.

—Tómate el tiempo que necesites —dijo mientras me envolvía en su abrazo.

—Cuando era pequeña, mi madre solía viajar con frecuencia y me dejaba largas temporadas al cuidado de una amiga suya —confesé—. Esa amiga de mi madre es ahora mi jefa.

—¿Fue ella quien te crió casi por completo? —preguntó.

—Siempre lo he visto así, era la figura constante en mi vida —respondí con una sonrisa—. A medida que fui creciendo, sentí que le debía todo a ella, y tras un tiempo de preparación, finalmente comencé a trabajar a su lado.

—Comprendo —susurró—, pero, ¿qué hay de tu padre?

Mi padre, mi padre.

—Él falleció.

Ella me miró a los ojos y me abrazó con ternura. —No lo sabía.

—No me gusta hablar de eso.

—Está bien, no lo mencionaremos más.

—Gracias.

—¿Te gustaría que fuéramos a cocinar? —me preguntó, cambiando de tema.

—Me encantaría.

Ambas descendimos al primer piso y encontramos a Hellen sentada en los muebles, disfrutando de una copa de vino. Al notar nuestra presencia, desvió la mirada de inmediato. Hillary, sin decir una palabra, me tomó del brazo y me condujo hacia la cocina.

—Ignórala —susurró con un tono de desdén.

—Es descortés no saludar, Hillary —respondí en voz baja.

—Hazlo por mí —insistió.

Ante su petición, opté por el silencio absoluto, lo que provocó que ella sonriera mientras se acercaba a la alacena y sacó dos paquetes de fideos instantáneos, lo que me hizo sonreír también. Era evidente que Hillary no tenía habilidades culinarias.

—Guarda eso, voy a preparar algo delicioso —le dije.

—Oh, qué maravilla... —respondió ella, mostrando entusiasmo.

***

Habían transcurrido casi treinta minutos cuando finalicé de servir nuestra cena, que consistía en carne frita acompañada de un puré de patatas y una Coca-Cola. Ambas nos encontrábamos sentadas, disfrutando de la comida mientras intercambiamos miradas y sonrisas cómplices.

—Te quedó exquisito, Delaney —comentó, saboreando cada bocado.

—Te agradezco mucho, siempre he soñado con ser chef —respondió ella con una sonrisa.

—Sin duda habrías alcanzado la fama —dije, devolviéndole la sonrisa.

—Eso es muy amable de tu parte —replicó, con un brillo en los ojos.

En ese momento, la puerta principal se abrió y Hanna entró, sonriendo y cargando varias bolsas de comida. Al vernos disfrutando de la cena, soltó un suspiro de frustración, y Hillary, al notar su presencia, corrió hacia ella para abrazarla con cariño.

—Por favor, disculpa a mi madre, Hanna —le dije, sintiendo la necesidad de justificar la situación.

—Sabes que no puedo sentir rencor hacia ella, es mi mejor amiga —respondió Hanna, con una expresión de comprensión.

—Me alegra que estés aquí, Hanna —concluí, sintiendo que su llegada traía una energía renovada a la velada.

—¿Fuiste tú quien preparó esa deliciosa comida que huele tan bien? —pregunta con una sonrisa—, porque Hillary tiende a quemar todo lo que cocina.

—Eres una verdadera pesadilla, Hanna.

—He venido a traerles esto, regresaré cuando las cosas se calmen un poco.

—Hanna, ella realmente te aprecia —comenta Hillary.

—Lo sé, y yo también la aprecio a ella.

Maldita sea, no te creó nada.

—Te agradezco por la comida, que tengas un buen viaje —dice Hillary con una sonrisa.

—Diviértanse, chicas.

La vemos salir de la mansión y justo cuando estoy a punto de probar una hamburguesa que trajo Hanna, Hillary me la quita de manera abrupta, acercándose a olerla.

—¿Qué pasa, Hillary? —pregunto.

—No es nada, solo pensé que había un olor extraño.

—Es solo comida.

—Sí, solo es comida.

H de ?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora