Capítulo 1

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Me desperté a la madrugada, algo sobresaltada, como si hubiera escuchado un ruido que me sacó de mi sueño. Sin embargo, ahora no escuchaba nada. ¿Había sido solo una pesadilla? No lo recordaba. Agucé mis oídos. Parecía que alguien murmuraba. De pronto recordé que mi sobrina Emilia estaba de visita. Lo mejor estaba mandando un mensaje de audio, aunque ya era muy tarde para eso. Se trataba de la hija de mi hermana. La conocía desde que nació, de hecho, yo era su madrina, así que la quería mucho. Además, se llevaba increíblemente bien con mi hijo Dante. El pobre chico había sufrido mucho la muerte de su padre, hacía apenas unos años, y ella había sido fundamental para que no cayera en un pozo depresivo.

Además, a pesar de ser su madre, Dante era un enigma para mí. Era extremadamente reservado, y resultaba muy difícil saber qué había en su cabeza. Quizás cuando era un niño no era así, pero ahora, a sus dieciocho años, se había vuelto muy misterioso y hermético. Así que me gustaba que tuviera alguien con quién hablar libremente, aunque a veces me moría de celos al ver lo fácil que le resultaba a Emilia sacarle una frase completa a mi hijo.

Estuve a punto de volver a dormir, cuando me pareció escuchar nuevamente un sonido, esta vez más fuerte que los anteriores. ¿Qué era? Parecía un llanto. Me pregunté si mi sobrina no estaría pasando por un momento difícil. Me había dicho que hacía poco su novio la había dejado. Lo comentó quitándole importancia, pero era obvio que después de una relación de más de un año, era imposible que no le afectara. ¿Era oportuno ir a ver cómo estaba? Quizás lo más sensato era dejar que llorara en soledad. Pero conociendo la sensibilidad de Emilia, resolví que le gustaría recibir el apoyo, y tal vez el consejo, de una mujer más experimentada. Así que decidí ir a golpearle la puerta suavemente. Si ella fingía estar dormida, yo haría de cuenta que no pasó nada y asunto terminado.

Presa de mi vanidad, me rehusé a salir de mi cuarto así como estaba. Me miré al espejo. Por suerte mis ojeras no eran muy pronunciadas, aunque sí estaba bastante despeinada. A mis treinta y seis años la genética siempre había estado de mi lado. Me veía unos cuantos años más joven. No había mejor piropo que me confundieran con la hermana mayor de Dante, cosa que pasaba a menudo. Además, hacía poco había descubierto la palabra MILF, cosa que parecía aplicarse a mí perfectamente. "Madre a la que me cogería". Una vez habían ido a casa unos compañeros de escuela de Dante. Yo había ido a dejarles una bandeja de galletitas dulces para que comieran algo mientras estudiaban. Me aparecí de improviso. Justo Dante había ido al baño. Entonces oí claramente cómo uno de los chicos decía: "¿De verdad esa es la mamá de Dante?". Mi vanidad hizo que me enterneciera al escuchar esas palabras. Pero luego oiría algo mucho más contundente y violento: "¿Vieron el culo que tiene? Ni siquiera una pendeja de dieciocho años tiene un orto como ese", decía otro chico. Después, un tercero no tardó en acotar: "Me encanta, porque es enorme, pero bien redondito y paradito. La de pijas que se habrán metido en ese culo".

Retrocedí, horrorizada. Eran apenas unos adolescente, pero hablaban así de la madre de un amigo. Sin embargo, si bien había sido impactante oírlos, también me pareció un halago en sí mismo el hecho de despertar esos deseos lujuriosos en unos hombrecitos como ellos. Me hice la tonta, retrocedí unos pasos, y volví a dirigirme al patio del fondo que era donde ellos estaban, con la bandeja de galletitas, procurando que mis pasos fueran lo más ruidosos posible, para que se percataran de mi presencia y dejaran de decir esas cosas de mí.

Sí, en cuanto a mi apariencia era una MILF en toda regla, pero a pesar de lo que pudieran pensar, no me había acostado más que con mi marido Octavio en toda la vida. Fue mi tercer novio, pero el primero con el que tuve relaciones sexuales. Me quedé embarazada de Dante cuando apenas tenía diecisiete años. Nunca sentí la necesidad de estar con otro hombre. De hecho, en ese momento, ya dos años después de su muerte, no concebía la idea de que otra verga se metiera en mi cuerpo. Era algo muy contradictorio, porque yo era alguien muy sexual, y disfrutaba de la belleza masculina. Fantaseaba con ser poseída, y me dejaba seducir por diferentes hombres. Pero cuando llegaba el momento de la verdad, me rehusaba a hacerlo. Un miedo inefable invadía mi alma. No era culpa. Era algo extraño. Simplemente no me imaginaba siendo poseída por otro hombre.

Los oscuros deseos de mi hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora