Capítulo 7

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Miré a Dante, y después a Jerónimo, y después a Dante de nuevo. ¿Qué estaba pasando? O, mejor dicho, ¿por qué estaba pasando esto?, me pregunté, horrorizada. Ya había dado por sentado que mi propio hijo me había estado cogiendo. Y, muy a mi pesar, reconocí en mi fuero interno que lo estaba disfrutando. Era un engaño, una violación, pero lo estaba disfrutando.

Y sin embargo ahora veía a Dante en el umbral de la puerta, con una mirada de... ¿Qué reflejaba esa mirada? ¿Enojo? ¿Indignación? ¿Estupefacción? Un poco de todo, concluí. Incluso había algo de resignación en su semblante. Y el que me estaba montando como un semental era Jerónimo, su mejor amigo, enterrando aún su gruesa verga mientras mi hijo nos observaba.

—Esperá —dije, pero apenas fue un susurro.

—¡Andate, boludo! —le dijo Jero a mi hijo—. No puedo parar ahora. ¡No mires!

Y sin embargo Dante se quedó donde estaba, ahora apoyado en el marco de la puerta. Era una pesadilla. Y también era un deja vú. Todo había empezado cuando vi a Dante cogiendo con su prima. Y ahora él me descubría cogiendo con su mejor amigo. ¿Eran ambas faltas igual de reprochables?

Estaba exhausta, pero caliente, aún con los electrizantes residuos del orgasmo que había tenido hacía apenas unos segundos. Jero seguía penetrándome, y Dante me miraba. Y yo me percaté de que no podía quitarle la mirada de encima mientras era penetrada por su amigo. Me era imposible en ese momento medir las consecuencias de lo que estaba pasando. Apenas podía pensar. Y gemía. Gemía mientras veía a mi hijo, regalándole un show pornográfico que debería estar prohibido. Mis labios se separaban una y otra vez, y casi parecía que le estaba dedicando los gemidos a él. las embestidas de Jerónimo eran tan potentes que mi cuerpo se sacudía, haciendo que la imagen de Dante se tornara temblorosa a su vez.

Entonces, por fin, Jero se retorció encima de mí, eyaculando.

Dante aplaudió, como si de verdad fuera un espectador en un espectáculo. Me miró con desprecio y aplaudió de nuevo. Después nos dejó.

—La puta madre —dijo Jero—. Voy a hablar con él.

Se puso la ropa interior, y se fue corriendo a encontrarse con Dante. Tenían que hablar, eso estaba claro. Era su mejor amigo, y se había cogido a su mamá. Pero ir a su encuentro cuando acababa de eyacular, sin siquiera haberse lavado las manos, no parecía la mejor idea. Temí que se enzarzaran en una pelea a puñetazos limpios. Ninguno de los dos era violento, pero la situación era demasiado inusual como para estar segura de que no sucedería.

Escuché gritos. Me incorporé, fui a asearme todo lo rápido que pude. Me puse otra ropa. Un pantalón de jean y una remera. No iba a cometer el mismo error que Jero y acrecentar la tensión bajando con la misma ropa con la que me había visto mientras su mejor amigo hundía su verga en mí.

Pero para cuando bajé ya no se oían gritos. Me pregunté, aterrada, si no se habían ido a otra parte a matarse a golpes. Eso era lo único que me faltaba, un final trágico. Sin embargo, Dante apareció de nuevo en la casa. Se acercó a mí. ¿Me miraba con asco? Me sentí profundamente avergonzada. Pero no podía dejar que me juzgara por eso. Era una adulta y tenía todo el derecho del mundo de acostarme con quien quisiera. Podía entender lo inconveniente que resultaba hacerlo con Jero, pero seguía siendo mi vida.

—Dante, entiendo que estés molesto, pero...

—No hace falta que me expliques nada.

Me dio la espalda y subió a su habitación. No pude decir nada. ¿Estaba realmente enojado? Había esperado un estallido. Incluso, por un segundo temí que me golpeara. Pero nada de eso sucedió. No obstante, de ninguna manera me sentí más aliviada.

Los oscuros deseos de mi hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora