Capítulo 17

2.1K 45 4
                                    

Otra puerta a punto de abrirse.

Escucho los gemidos. No hay dudas de a quién pertenecen. Estoy al lado de la puerta. Dudo. ¿Por qué hago esto? Todo fue idea mía. Dante accedió enseguida, seguramente dominado por su perversión.

—Quiero que te cojas a tu tía —le había dicho ese día, cuando habíamos terminado de coger—. Quiero desenmascararla. Que sepa que yo sé lo que hace con vos.

—Bueno —dijo él, encogiéndose de hombros.

Me pregunté si no estaría pensando que le estaba jugando una broma. Ni siquiera me pidió más detalles. Lo que le estaba proponiendo podría significar que nunca volvería a estar con Érica. Yo me vería obligada a hacer el papel de madre indignada, y ella tendría que alejarse de Dante. La cosa quedó ahí, sin tener la certeza de si él me seguiría la corriente.

Por la tarde le dije que salía, y que volvía después de varias horas.

—Aprovechá la casa sola —le dije, sin dar más aclaraciones, aunque esperaba que supiera leer entre líneas.

Y ahora ahí estaba. Érica jadea como una puta. ¿Yo sonaba así, con esa voz tan lasciva? Imaginé que sí. ¿Qué cosa es más lasciva que el incesto? Esperé un rato, mientras oía sus susurros, y la cama chocando contra la pared.

Se suponía que debía entrar. Pero me quedé fascinada, ahí parada. Debía abrir esa puerta. Al igual que la había abierto aquella noche en la que descubrí que se estaba cogiendo a su prima, allá hace mil años, donde toda esta locura se había desatado. Otra puerta debía abrirse. Como esa vez en la que el tramposo de Dante irrumpió en mi dormitorio mientras su mejor amigo, incentivado por él mismo, me penetraba. Pero las más importantes eran las puertas imaginarias. Esas que estaban en mi interior, y que mi hijo iba derribando a patadas para sacar todo lo que había dentro. Y algo me decía que esta puerta física que tenía frente a mí se abriría junto con otra de mis puertas internas. Y lo que había detrás de ella me atemorizaba tanto como me atraía.

Respiré hondo. Giré el picaporte, y me metí en la boca del infierno.

Pensé que se detendrían inmediatamente. Pero había sido muy ingenua. Después de todo, Dante no se había detenido cuando lo descubrí con Emilia. Ahora tampoco lo haría. Y Érica parecía no haberse dado cuenta siquiera de que tenían una invitada. Tan sumergida en su placer estaba que sus sentidos parecían estar concentrados en esa copulación prohibida.

Ambos estaban desnudos. Érica en cuatro, con su enorme culo levantado para que mi hijo arremetiera contra ella. No pude más que admirar semejante redondez y firmeza. Érica no hacía tanto ejercicio como yo, pero igual esa parte carnosa de su cuerpo se mantenía bien. La espalda de Dante se arqueaba, y todos los músculos de su espalda se marcaban. Tenía la manos en las caderas de su tía, y la penetraba con movimientos bruscos que ella resistía sin mucho problema.

Los celos me invadieron. Presenciar cómo Dante hundía su magnífica pija en ella me volvía loca. Pero no podía dejar de verlos. El cadencioso movimiento de las caderas de Dante y el continuo hamacar del avasallante cuerpo de mi hermana eran maravillosos.

Era ovio que él sí se había dado cuenta de que había entrado. Pero ni se molestó en darse vuelta a confirmarlo. Seguía concentrado en ella. Sus manos hundidas en la carne de su tía, el ombligo chocando con su gordo culo cuando le metía la pija hasta el fondo.

Me sentía extraña. Estaba horrorizada, cosa que había previsto desde el primer momento en que se me ocurrió el plan. Pero también me sentía excitada. Perturbadoramente excitada. Me dije que se debía a Dante. ¿Por qué más iba a ser?

Los oscuros deseos de mi hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora