Capítulo 16

2.3K 45 2
                                    

—El viernes es el cumpleaños de tía Érica, ¿no? —comentó Dante.

Estábamos en la cama, y el día recién comenzaba. No solíamos dormir juntos, pero esa noche hice una excepción. Después de nuestra cita en esa mansión, hicimos el amor una vez más en mi dormitorio, y finalmente caímos vencidos por el cansancio. Ahora la luz del sol ya se filtraba por las pequeñas aberturas de la persiana. Podía ver a mi niño. El pelo, si bien era corto, estaba desordenado.

—Deberías saber que sí —respondí, exasperada. Aún sentía celos cuando mostraba interés por mi hermana, sobre todo cuando su nombre aparecía en sus labios de manera sorpresiva. Estábamos semidesnudos, y acabábamos de tener una noche de lujuria, y el torpe traía a cuento a su amante. El tacto no era su mejor cualidad, sin dudas—. ¿Qué le vas a regalar? —pregunté después, tratando de ocultar mi fastidio.

Vi un pícaro brillo en sus ojos. Era obvio que Dante no podía pensar en otra cosa que no fuera en sexo cuando se trataba de su tía. Me pregunté si su atracción por ella había nacido a la par de su deseo hacia mí. De hecho, me parecía lo más natural que en primer lugar aceptase la lujuria que sentía por su tía antes que por su madre. Pero despejaría esa duda cuando estuviera de humor para hacerlo.

—Ne tengo idea. ¿Qué me recomendás? —preguntó él.

Por más serio y maduro que pudiera parecer, en muchas cosas aún dependía de mí. Estaba lejos de ser un adolescente autosuficiente, y, a decir verdad, eso en general no me molestaba, pues era una señal de que no se apartaría de mí en mucho tiempo. No obstante, ahora me sentía algo irritada.

—Comprale unas tangas, y decile que las use para coger con vos —dije.

Dante se sorprendió por el tono con que se lo dije. Pero no le di tiempo a replicarme. Aparté las sábanas a un lado y me salí de la cama.

—Me voy a duchar. Y no quiero que entres al baño mientras lo hago —dije con firmeza.

Me quité el camisón, quedando completamente desnuda. Me incliné para sacar una bombacha limpia del cajón del ropero, en un movimiento lento, poniendo mi trasero en pompa para provocarlo. Pero no lo estaba haciendo para coger con él una vez más, sino para darme el gusto de dejarlo con las ganas. Pero el nene era lo suficientemente inteligente como para no caer en ese engaño. Aunque igual eso no quitó que me indignara ante su indiferencia, teniéndome desnuda a unos pasos de él, mostrándole el trasero descaradamente.

Me metí en la ducha. Me dije que era una tonta, pues aún estaba atravesada por los celos hacia mi hermana mayor. No podía controlar a mi hijo todo el tiempo, razoné. Tarde o temprano se terminaría cogiendo a mi hermana de nuevo. Y cada vez que dejaba en evidencia lo contrariada que me sentía ante tal panorama, seguramente le producía más morbo la idea de estar una vez más con su tía.

Esperé en vano que se encaprichara con meterse en la ducha conmigo. Tampoco me dio el gusto de reprenderlo por insistirme. Lo bueno (o quizás era lo peor de todo) era que ya casi no me atormentaba por la relación que tenía con mi hijo. De hecho ahora necesitaba un esfuerzo menor para ahuyentar los reproches que me hacía a mí misma. Habíamos construido un mundo paralelo, apartado de la sociedad convencional, en donde copular entre nosotros ya era algo natural.

Pensé en Érica. Probablemente era la única que me entendería. La única que hizo algo parecido a lo que yo hice: cogerse a alguien de su familia. Me pregunté cómo se tomaría saber que me acostaba con Dante. Yo misma me tomaba con mucha naturalidad lo suyo con mi hijo. ¿Ella podría aceptar ese costado oscuro que tenía? Lo mío estaba en un nivel más elevado en la escala de la depravación, obviamente, pero alguien que se acostaba con su sobrino estaba más cerca de comprenderme que alguien que jamás había tenido ese tipo de relación incestuosa. Después de todo, así como había una parte de mí que sentía repulsión ante ese extravagante triángulo amoroso, había otra parte que sentía alivio al compartir esas peculiares inclinaciones sexuales con mi hermana, pues me hacía sentir que no estaba sola.

Los oscuros deseos de mi hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora