Capítulo 4

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Sentía una extraña euforia. Como si lo que acababa de hacer significara una victoria para mí. ¿Por qué motivo la pequeña humillación a mi hijo me hacía regodearme? Sospechaba que tenía ciertos celos que se esforzaba mucho por esconder, y ahora, viendo su gesto desencajado, lo confirmaba. Por más indiferente que se mostrara, Dante no soportaba la idea de que me acostara con alguno de sus amigos.

De a poco, la euforia fue remitiendo. Estaba en el patio del fondo. Aproveché para bajar la ropa que se estaba secando bajo el sol del tender. Me pregunté si no me había pasado de la raya. Nunca le había hablado así a Dante. Amenazarlo con cogerme a sus amigos, qué locura. Definitivamente la tarde en el supermercado con mi hermana me hizo excitarme. Sacudí la cabeza. La idea de que mis deseos sexuales estuvieran mezclados con pensamientos sobre mi hijo me parecía muy obscena.

Me miré la mano, extrañada. Todavía sentía en ella el tacto del miembro viril de mi hijo. En eso también me había propasado. Pero había sentido el impulso de acogotar su verga. El hecho de que sospechaba que quería aprovecharse de mi hermana me hicieron amenazarlo de esa manera. De pronto sentí un escalofrío. No había ningún tipo de intención pervertida en ese gesto. No le había acariciado la pija. Se la había apretado, incluso había hundido mis uñas en el pantalón, haciéndole sentir un leve dolor. Pero ¿él lo habría visto de esa manera?

Las sospechas de que su faceta incestuosa no se limitaba con su prima y su tía, sino que también deseaba a su propia madre, seguía siendo eso, una sospecha. Pero ahora caía en la cuenta de que no había sido buena idea tocarlo de esa manera tan inusual. ¿Por qué tuve que hacerlo?

Debía hablar con él. Pero aún no estaba preparada para preguntárselo directamente. ¿De qué manera una madre puede formular esa pregunta tan inverosímil? Hijo, necesito que me digas una cosa ¿sentís atracción sexual hacia mí? Qué absurdo. La sola idea me hacía reír.

Sin embargo, tenía que hacerlo de alguna manera. Aunque sea con indirectas. Su deseo por mi hermana Érica resultaba un buen punto de partida del cual aferrarme. Si me confirmaba lo que ya sabía, que se quería acostar con su tía, podría aprovechar para señalarle el enorme parecido físico que había entre ambas, lo que hacía más enfermizo aún ese deseo ya de por sí era enfermizo. A ver qué respondía a eso. Pero de solo pensarlo, todo mi cuerpo temblaba. Dante me resultaba intimidante. Es patético admitirlo, teniendo en cuenta nuestro vínculo, pero así era.

No obstante, debía hacerlo. Debía decirle que, si me había comportado de manera tan violenta, era porque sabía de sus oscuras intenciones.

Una punzada de angustia atravesó mi corazón. Érica, mi hermana, estaba enamorada de Octavio, mi difunto marido. Habían pasado dos décadas de aquello. Pero los primeros amores no suelen olvidarse tan fácilmente. ¿Sería posible que ella viera a Octavio cuando estaba con Dante? De hecho, ella misma me lo había reconocido. "Parece que estoy viendo a un fantasma", había dicho mi hermana mayor. Y no podía más que comprenderla, porque a mí también me pasaba. Incluso en mis fantasías me sucedía. Aparté ese pensamiento de mi cabeza. Sentía mucha vergüenza por eso, y más ahora que mi hijo estaba a pocos pasos de mí.

Entré a la casa con el montón de ropas en mis manos. Dejé todo en el pequeño cuarto que se usaba para planchar, y me dirigí a la sala de estar. Dante no se encontraba.

Cuando volví a verlo, horas más tarde, se comportó con total normalidad. No parecía molesto, ni siquiera intrigado por mi exabrupto, cosa que me fastidió a la vez que me alivió. ¿Había entendido el mensaje? Cuando, unos días después, me dio el dinero para que yo misma se lo entregara a mi hermana, creí que así era.

Los oscuros deseos de mi hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora