Capítulo 2

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Cuando escuché que Dante se acercaba de nuevo al comedor, me alejé del celular, el cual ya había dejado en la mesa. Estaba aturdida, así que fui a la cocina a lavar los platos para no tener que verlo a la cara. Pero mi estado mental no mejoró, pues no podía dejar de pensar en lo que me acababa de enterar: mi propio hijo se quería acostar con mi hermana. Era demasiada información para procesarla en ese momento. Pero había un dato que no podía dejar de lado, y que me producía una fuerte jaqueca de solo pensarlo: el enorme parecido que había entre mi hermana Érica y yo.

—¿Te ayudo? —me preguntó Dante, desde la entrada de la cocina.

—No, no hace falta —respondí.

Sentí un escalofrío que me hizo temblar de pies a cabeza.

—¿Estás bien? —me preguntó Dante.

Evidentemente se había percatado de mi temblor. Se acercó a mí, por detrás.

—Sí, ¿por? —le pregunté, haciéndome la tonta.

—¿Tenés frío? Mirá, se te puso la piel de gallina —dijo él. Frotó mi brazo. Tenía razón. Los pelos de mi brazo estaban erizados. Sentí vergüenza por esa reacción, como así también por verme expuesta ante él. No sabía cómo lo podía interpretar—. ¿Sabés cómo se llama esto? Piloerección —agregó después.

Me pareció que en esa palabra había remarcado maliciosamente la última parte. "Erección". Pero quizás era mi imaginación que me estaba haciendo pensar en cosas relacionadas con lo sexual.

De repente Dante me dio un abrazo. Lo hizo de costado, por lo que sentí su pelvis apoyada en mi cadera. Frotó mi brazo y mi espalda con intensidad.

—Quizás estás incubando una gripe mamita —dijo.

Mi cuerpo entró en calor al verse rodeado por el suyo. Me sentía protegida por su imponente presencia. No era una mujer bajita, pero Dante era muy alto, me sacaba casi una cabeza. No pude evitar sentirme avergonzada debido a la presión que ejercía su pelvis en mi cadera. El enorme bulto dentro de su pantalón era inconfundible, y ahora lo estaba sintiendo en mi propio cuerpo. ¿Lo estaba haciendo a propósito?

—No es nada —dije, apartándome de él, con la menor brusquedad posible. Pero de repente percibí un olor familiar. Era un perfume. El Black XS de Paco Rabanne. En realidad, el aroma era más que evidente, solo que debido a mi nerviosismo no le había prestado atención hasta ahora. Era uno de los que usaba su padre, Octavio, y era mi favorito. Me gustaba cuando se ponía un poco en los muslos, entonces mientras le daba una buena mamada sentía ese delicioso olor—. ¿Es el perfume de tu papá? —le pregunté, aunque ya conocía la respuesta.

—Sí. Bah, me compré otro, obviamente —dijo.

Octavio venía de una familia de buena posición económica. Poco antes de la muerte de mi marido también había muerto mi suegro de un infarto. Así que Dante, después de una sucesión que duró casi dos años, heredó todo el dinero de su abuelo en lugar de su padre. Así que podía comprarse todos los perfumes importados que quisiera. De hecho, podría irse cuando quisiera y vivir solo. Pero de solo pensar eso se me partía el corazón. El instinto materno apareció de repente. Aunque mi hijo fuera un depravado, seguía siendo mi hijo.

Entonces lo miré. Por lo visto no se había puesto ese perfume solo por ponérselo. Lucía un pantalón de jean con un corte perfecto. Una camisa negra metida dentro del pantalón, con varios botones desabrochados, lo que dejaba a la vista su poderoso pectoral. Del cuello le colgaba una cadenita de plata, y en la oreja izquierda tenía un aro del mismo material. Sus ojos verdes brillaban tanto como el aro y la cadena.

Los oscuros deseos de mi hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora