Capítulo 10

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Son dos mujeres terriblemente hermosas, pensó Dante mientras miraba a su mamá y a su tía Érica. Estaban en el supermercado. Su madre se había mostrado sorprendida cuando le dijo que quería acompañarlas, pero no había encontrado motivos para decirle que no. Esas compras eran una especie de tradición entre las hermanas. Dante no dudaba de que en esos momentos aprovechaban para contarse intimidades. Él se había quedado atrás, en una góndola de vinos. Los supermercados no vendían los mejores, pero se sorprendió viendo algunos Rutinis. Tener dinero lo había convertido en alguien con gustos costosos. No obstante, las botellas de vinos no podían atraer su atención el tiempo suficiente estando con esas dos hermosas maduras. Viéndolas desde atrás era fácil confundirlas. Además, iban vestidas de manera muy parecida. Un pantalón de jean y una remera. Dante miró de reojo, admirado, esas cuatro nalgas perfectas cuya formas, debido a los ceñidos pantalones, quedaban completamente expuestas. Sonrió cuando vio a unos repositores que habían quedado estupefactos ante la presencia de dos hembras de ese calibre. Se compadeció de ellos. Eran unos pobres diablos que debían conformarse con ver pasar a cierta distancia a mujeres tan inalcanzables como ellas.

Pero para Dante las mujeres no eran inalcanzables. Ninguna lo era. Resultaba raro. Había sido así desde que tenía memoria. Mientras la mayoría de los hombres parecían estar condenados a pavonearse y a inventar todo tipo de cosas para llamar la atención del sexo opuesto, a él las chicas siempre se le habían acercado sin que hiciera el mínimo esfuerzo para que eso sucediera. Muchas veces se preguntó si sus peculiares gustos sexuales tendrían que ver con eso. Es decir, era tan fácil llevarse a una chica a la cama, que a veces le resultaba aburrido, generando en él la necesidad de buscar algo que iba más allá del placer carnal. Su deseo por las mujeres de su familia, en cambio, iba más alá de la atracción física, y además representaban un desafío, obligándolo a hacer uso de todas sus dotes seductoras. Y ciertamente que era un desafío difícil de superar, tanto, que por momentos parecía que no iba a poder concretar esos deseos, lo que lo sumía en la frustración, pero, al mismo tiempo, lo hacía sentirse un hombre común y corriente, falible, con probabilidades de fracasar, como cualquier otro, lo que lo entusiasmaba y le generaba ganas de superarse.

De repente chocó con su tía.

—Perdón —dijo.

Pero enseguida se dio cuenta de que en realidad había sido ella quien se había detenido abruptamente. Érica llevaba el carro de compras, y estaba levemente inclinada hacia delante. Al chocar con ella, Dante había apoyado su pubis (y su enorme pija) en el trasero de su tía.

—No pasa nada —dijo ella.

Las mujeres volvieron a adelantarse y empezaron a cuchillear entre ellas. Eran muy parecidas, sí. Pero eso era más que nada en lo físico. Dante trató de no volver a mirar sus traseros, pero no era tarea fácil. Tía Érica estaba levemente rellenita, y su culo era un poco más gordo que el de su mamá. Aunque igual era un culo digno de ser esculpido. Su tía tenía una personalidad bien diferente a la de su madre. Era más relajada, más despreocupada, más puta, y no parecía atada a los mandatos sociales como lo estaba la otra. Era justamente por eso que le sorprendía tanto que fuera justamente su madre la que hubiera caído antes que ella. Su tía parecía más accesible, y su vínculo filial, si bien era muy cercano, no lo era tanto como el que Dante tenía con su madre. Y sin embargo se le escapaba continuamente.

Lo había intentado. Claro que lo había intentado. Y había intensificado sus intentos justo en esa etapa en la que su prima Emilia intentaba olvidarse de él saliendo con un chico bobo y aburrido. En la misma etapa en la que su madre le había exigido que ni se le ocurriera intentar nada con su hermana.

Y sin embargo, no había prosperado. Dante carecía de un gran ingenio, pues la enorme atracción que generaba en las mujeres hicieron que nunca necesitara acudir a los halagos, y a las bromas (pues sabía que los hombres que carecían de la gracia del físico lo compensaban en parte robándoles sonrisas a las mujeres). No obstante, a pesar de la falta de carisma de Dante, tía Érica tenía una risa fácil, y la personalidad retraída del chico parecía causarle gracia en sí misma. Así que Dante la hacía reír. Y cada vez que podía le decía lo linda que estaba. Y así y todo no había podido poseerla. Aún.

Los oscuros deseos de mi hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora